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Una sonrisa se me escapa de mis labios al ver la escena que tengo delante.

Hay vallas alrededor del establecimiento, como a unos 3 metros de la entrada, para que nadie pase. Dentro hay policías y, supongo, que detectives. Si supieran que tienen a un miembro de los depredadores a pocos metros...

Camino directa hacia las vallas de un color amarillo gastado, y apoyo los codos en esta, observando. Algunos transeúntes también se han quedado para ver el panorama.
Respiro profundamente y me tranquilizo, Carlo tiene razón, ¿por qué preocuparme? Está claro que no tienen ni idea de como descubrirnos. Tan solo hay que ver la confusión de los policías que inspeccionan la zona.

Conversaciones ajenas llegan hasta mis oídos.
-¿Te has enterado? Han robado el collar de zafiros...-
-Han sido los depredadores ¿cuándo dejaran de cometer semejantes atrocidades...?-

Para decepción de esa señora... Aun tenemos años y años de trabajo.
Somos jóvenes, tenemos que disfrutar de la vida. Y para mí, disfrutar, significa hacer lo que más me guste... Sobra decir que me encanta ser alguien que lleve a los policías locos, con mis crímenes.

Aun me acuerdo de la primera vez que casi me pillan, dejé en la escena del crimen mis huellas dactilares. Se me rasgó el guante e iba tocando todo lo que parecía valioso.
Recuerdo cuando estaban interrogándome, yo estaba verdaderamente nerviosa. Solo llevaba un año de ladrona y no estaba preparada para mentir tan descaradamente delante de los policías. Por suerte, Francesco, me preparó como una especie de guión que fue muy útil. Convencí a la policía y me fui de rositas... Eso sí, nunca volví a comprarme guantes de mala calidad. Y la bronca de mis superiores fue épica... Pero ellos me dan igual. En concreto él.

-Disculpe, no debe estar tan cerca. Le ruego que se aparte- un hombre castaño y moreno con uniforme se ha acercado a mí, hasta quedarse a mi lado.

Un pitufo... Genial.

-No he traspasado la valla. Puedo estar aquí- digo sin moverme de mi posición. Ni siquiera giro la cabeza para mirarle.
-Pero no debe tocar la valla. Hay un cartel- dice el chico señalando la valla contigua a la que estoy apoyada.

Un folio está pegado con celo y se puede leer:

Mantenga un metro de distancia con la valla, gracias.

Yo arqueo una ceja, escéptica. ¿Para qué cojones ponen ese cártel? ¿Acaso no pueden hacer que las vallas estén más lejos del edifico? Yo creo que sí.

-¿No os quedan más vallas que tenéis que poner ese cártel?- contesto, burlándome de él. No puedo evitar sonreír al ver la cara de irritación del policía.
-Eso no le importa. ¿Podría apartarse de una vez?- yo ruedo los ojos, por suerte no me ve, ya que llevo gafas de sol.
-Quiero hablar con su superior- digo volviendo la vista a la escena del crimen.
El hombre se pasa la mano por la cara, estresado. ¿Por qué no me coge y hace que me largue? Los pitufos son tontos de remate.

-No voy a molestarle por esta tontería. Por favor, muévase- dice estático, con mirada severa.
Yo giro mi cabeza y le sonrío ampliamente.
-Está bien- una parte muy pequeña me dice que no lo haga, que podría salir mal y otra notablemente más grande me anima a hacerlo. No hace falta decir a cual de las dos voy a hacer caso, ¿verdad?

Perla.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora