Capítulo dos: Pesadilla.

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El inexplicable frío de su adolorido y entumecido cuerpo no lo abandonaba. Las lágrimas no dejaban de correr por el surco de sus mejillas, los delgados labios no paraban de murmurar que debía salvar a su hermano.

—Mugiwara-ya —fue lo que le salió en un susurró.

Observó con detenimiento otra vez al cuerpo postrado en aquella camilla.

Con la inexistente bronceada piel, ahora de un color amarillento y pálido. Los diferentes aparatos médicos conectados a diferentes partes del chico, entre ellos un respirador artificial y una intravenosa.

La sonrisa deslumbrante y sincera, era cambiada por un gesto de angustia. El brillo de los ojos negros, eran opacados por el ceño fruncido y lastimero del chico Monkey.

Murmuraba cada tanto, que Ace debía estar vivo, que todos le engañaban.

Posó su mano, en la ardiente frente, producto de la fiebre. Con su mano libre, recargó su codo en la rodilla que mantenía sobre su otra pierna y la barbilla descansaba en su palma abierta.

Volvió a escanear el diminuto cuerpo, antes lleno de fuerza y vitalidad, ahora postrado en la cama, absorto de tristeza y arrepentimiento.

Se detuvo en los vendajes que él había puesto en su pecho.

La cicatriz.

Cada vez que el chico viera esa cicatriz recordaría el fracaso de haber ido a la guerra.

Un chasquido salió de su boca y se reprendió por admirar con tanta devoción al mugiwara. ¿Por qué lo había salvado?

¿En serio creían su patética excusa del honor y toda esa palabrería que había inventado?

¿Por qué no podía despegar los orbes grisáceos del magullado cuerpo?

El temblor del cuerpo lacerado, comenzó a moverse violentamente, sólo impedido con los cinturones que lo mantenían fijo a la cama.

— Ace —repitió, con voz lastimera—. ¡Ace, no mueras! ¡Un médico! ¡Un médico! ¡Ace está mal!

Sus manos agitaban el aíre que estaba ahí, en esa habitación, desesperado porque alguien llegará a auxiliarlo.

Sin reprimirse, soltó los cinchos que mantenían al sombrero de paja sujeto, comenzó a abrazarlo y acariciar lentamente su espalda.

Trataba de tranquilizarlo.

Al diablo que fueran enemigos en la búsqueda del One Piece.

Le seguía pareciendo patético que todos aceptaran su discurso malbarato.

El mono se aferró a él, con brazos y piernas, sofocándolo. Comenzó a llorar de nuevo, lamentándose y culpándose de la muerte de su hermano mayor.

— ¡Es mi culpa! —Sus ojos aún se mantenían cerrados—. ¡Yo debí morir!

¡No!

¡Eso nunca!

Entonces fue que lo despegó de su cuerpo y comenzó a zarandearlo lentamente.

El chico poco a poco, cobró conciencia, observando la cara asustada del tatuado médico.

— ¿Torao?


Continuará...

Gritos de un corazón herido. [LawLu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora