Viernes

241 3 0
                                    

Recuerdo despertar aquella mañana igual de adormilado como de costumbre, ese día en especial no significaría nada, era otro viernes más, otro día en el que me presentaría ante el público de "El Ático". Lo más probable es que los mismos que me han aplaudido desde que este proyecto comenzó lo vuelvan a hacer, quizás unas cuantas personas nuevas vayan por la curiosidad (o el morbo) de ver qué es lo que los jóvenes escritores de Segura de la Frontera están produciendo. Eran alrededor de las 7 de la mañana cuando escuchaba aún los ronquidos de mi padre en la habitación continua, oía también que mi madre se movía incesante en la cama, siempre me he preguntado cómo es que nunca había despertado a mi padre; escuchaba que Daniela (mi hermana) había dejado su música toda la noche, una empalagosa melodía pop llegaba hasta mí, al igual que oía como mi perro le ladraba a algo en la lejanía, era un viernes, viernes de semana santa para ser exactos y no esperaba nada en especial ni magnífico para ese día.

Me levanté muy a mi pesar, desearía tener la habilidad de Daniela para poder dormir aún con el sol en la cara, pero, al parecer mi cuerpo ya se había adaptado para dormir solamente unas cuantas horas, lo que a mi madre le preocupaba demasiado. Durante años, trató de con múltiples remedios que yo pudiera dormir de una mejor manera, algunas veces resultando en ligeras infecciones estomacales, otras acortando mi sueño aún más. Desistió de su empresa tras el remedio que me hizo vivir 3 días seguidos en un mundo de ilusiones y sueños los cuales se combinaban con la realidad. Para mi madre esos días fueron horribles ya que deambulé por la casa sin rumbo fijo mientras mi mirada estaba más perdida de lo usual. Por lo que me ha contado mi hermana, mi madre me tenía que seguir a todos lados, además de que paso esos tres días en vela conmigo, sin embargo, para mí fueron 3 días magníficos, fueron 3 días en los cuales viví en un mundo fantástico, en mi libro favorito, en mi película favorita, en mi disco favorito. Pude hablar con magos y alquimistas, pude hablar con coroneles y camareras, pude hablar con muertos y con vivos, pude hablar con árabes y europeos, pude hablar con marroquíes y francesas, pude ver con claridad el sol sin quedar ciego, pude ver el color de la música que mi padre tocaba en su guitarra, pude ver la música de las pinturas abstractas que Daniela celosamente guarda en su habitación, pude ver la danza de la comida que mi madre preparó esos días.

Ya que había hecho los primeros rituales matutinos me dispuse revisar las nuevas novedades del mundo, nada interesante o al menos nada que mereciera que gastara más de 3 segundos o alguno que otro me gusta, revisé también mis conversaciones que dejé inconclusas anoche. Mari al parecer también se quedó dormida, Esteban como siempre, me insultó, Daniela me había preguntado si podía llevar hoy a Servanda y para no faltar a la costumbre Karina me había dejado en visto, pero viniendo de ella nada se puede esperar. Como cada mañana me tomé mi vaso de leche fría para después encender por un momento la televisión, oí como mi madre despertaba y tocaba la puerta de Daniela, algo inútil pues sabemos que a menos que sea de vida o muerta ella nunca abriría, no encontré nada decente así que puse mi película francesa favorita, la cual creo que ya he visto más de 78 veces. Mi madre bajó con su típica bata morada a la vez que con una sonrisa me dijo "deberíamos prohibirle a esa mujer dormir con el celular" a lo que respondí "hazlo, si quieres desencadenar una tercera guerra mundial". Fue una mañana tranquila, mi padre despertó media hora después de eso, tocando también la puerta de Daniela, con el mismo resultado. Al cabo de un tiempo mi madre me preguntó qué quería almorzar, a lo que respondí.

­­­—Unas memelas, es un buen día para memelas.

—Bueno entonces ya sabes la condición, y de paso traes pan, que no pienso compartir lo que queda del panqué con tu hermana.

Lo sabía, era una trampa, pero amo salir antes de las 9 de mi casa, ya que antes de las 9, la ciudad está en un estado de somnolencia puro, donde aún podemos ver, si sabemos a dónde voltear; algunos restos de la noche. Conseguir lo necesario para las memelas no debería tomarme mucho tiempo, pues todo se encontraba en el mercado. Caminé con mi paso de escritor (que es como llamo yo a mi paso más lento) observando las casas de mi colonia, miré como algunas madres regresaban ya de sus compara matutinas, divisé como algunos trabajadores regresaban de los turnos nocturnos, atisbé como la vida a un ritmo muy pero muy despacio comenzaba a encarnarse en la ciudad. Una vez en el mercado compré las tortillas para hacer memelas y el frijol en el mismo puesto, compré el queso después de una muy amena plática con la vendedora la cual se remitió a un bello petirrojo que todas las mañanas la visitaba pero que hoy estaba retrasado. Regresé a casa escuchando un poco de rock suave al igual que algo del maestro Yann Tiersen, vi ya como algunos niños emprendía los primeros juegos, vi como los perros comenzaban sus rutinas diarias al igual que vi como la luna se marchaba a tomar su merecido descanso tras vigilar la noche sin tregua aunque quizás debí haberme dado cuenta que algo iba a suceder ese día al ver un mensaje de Servanda en mi celular, algo extraño pues si bien es una de las mejores amigas de mi hermana, es raro que ella me hable, aunque lo único que decía su mensaje era "te iré a ver hoy, así te guste o no".

LucasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora