¿Lucas?

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—¿Lucas?

Una voz me llamaba a lo lejos, una voz que me recordaba a un momento lejano de una vida pasada, una voz que sonaba como el eco de un fantasma en algún lugar olvidado por el tiempo. La voz volvió a decir el mismo nombre, aún no era el momento preciso para responder así que mantuve mi vista en las luces de la ciudad que se podían ver desde la azotea. El viento llevaba el humo del cigarro en mi mano izquierda directo hacía mi rostro, de la misma manera en la que el sonido de los autos que pasaban llegaba a mí.

—¿Lucas?

La voz se oía ahora más cerca. Una brisa pasajera refrescó aún más a la noche, el cigarrillo se me acababa, saqué otro de mi bolsillo derecho, hace años una mano me detuvo, no para impedirme fumar otro sino porque ella no compartía el gusto por los cigarros que fumaba en aquel entonces. Ella sacó una cajetilla de blancos de su bolsa, me extendió uno y lo encendí. No tenía sentido para mí el hecho de compartir un cigarro con ella, su excusa era que no le gustaba fumar tanto pero siempre terminábamos fumando cuatro o seis, sin embargo aquel día eso no me importaba, tan solo quería estar con ella en todas las formas posibles. Sentados en aquella banca nada me preocupaba, eran casi las dos de la mañana y no parecía que a ella le importara, a mí ya no me importaba nada, ni la hora, ni el lugar, ni la forma, lo único que me importaba era estar cerca de ella. Cuando acabamos con el segundo ella se recargo en mi hombro, nos mantuvimos en silencio por un par de minutos hasta que me tomó de la mano, era obvio que no pude evitar sonreír y sentí que ella tampoco pudo evitarlo. Fue uno de los momentos más bellos de mi vida, tenerla tan cerca, solo éramos los dos. Los días que siguieron a aquella primera noche se parecían más una continuación de nuestra etapa pasada pero el beso aquella tarde cuando quedamos atrapados bajo la lluvia fue el detonante para cambiar todo. Ya no éramos más aquellos dos amigos jugando a ser una pareja, ahora nos habíamos convertido en algo más, algo que había deseado hace mucho sin saberlo, pero que surgió una vez hace muchas tardes.

El tiempo se acabó, la voz sonó detrás de mí, mientras encendía el tercer cigarrillo de la noche volteé lo más discretamente posible. Sabía qué esperar, sabía a quién esperar, pero lo que no sabía en aquel momento era lo que dentro de mí ya había muerto. Era extraño verla con aquella chamarra de piel negra, por el tiempo creí que no la usaba más. Fue la primera vez que llegaba tarde al parque, me extrañó que no se hubiera ido pero me dijo que aprovechó el tiempo para hacerme un pequeño regalo, sacó de su pequeña bolsa negra una cajetilla de cigarrillos cafés, mis favoritos. Caminamos un poco rodeando el parque tomados de la mano, la luz de las lámparas se había encendido y amábamos caminar a esa hora por el parque antes de ir a algún bar o de ver a nuestros amigos. A los diez minutos emprendimos el camino hacia la aventura de esa noche, nos esperaba primero un café con algunos de mis amigos y después una fiesta en la casa de una de sus amigas, creo que aquella vez fue la última en la que poco nos importó el lugar, poco nos importó la comida, la música, la mala cerveza, fue la última vez en la que en verdad nos importó estar juntos.

Una vez que contesté la voz no pudo ocultar su entusiasmo, y yo tampoco, había pasado demasiado tiempo desde la última vez que nos habíamos visto, quizá más de tres años. Odié ese café por el resto de mi vida, fue ahí la primera vez que discutimos, la razón se ha perdido en lo más profundo de mi memoria. A pesar de nuestro pacto de discreción y confidencialidad pocas personas comenzaron a notar que algo andaba mal entre nosotros. A los ojos de todos éramos tan solo amigos, nada de besos ni abrazos enfrente de ellos, solo eran aceptados cuando estuviéramos a solas. Poco a poco perdí la paciencia, quería que el mundo supiera todo, quería poder tomarla de la mano sin temor a que nos vieran, quería hacer tantas cosas, pero ella siempre se negó. Quizá tuve que haberle dejado en ese momento, pero el dolor de perderla en ese momento me aterraba, pues cometí la estupidez de haberla amado.

Sentados, mirando las pocas estrellas que se ven en el cielo de aquella nueva ciudad y recuperados del entusiasmo apenas y cruzamos algunas palabras, nos quedamos en silencio mirando las pocas estrellas que se ven en el cielo de esta nueva ciudad, ella fumando azules y yo rojos. Había fumado ya más de tres cigarros cuando decidí confrontarla, estábamos fuera de su casa, durante la fiesta parecía que algo se había logrado reparar, no sabía cómo pero así parecía, bailamos como antes (si a lo que yo hago se le puede decir bailar) nos reímos de todo e incluso se sentó muy cerca de mí, pero nada de eso parecía importar ahora. Eran casi las tres de la mañana cuando decidí preguntar el porqué del pacto, de su negativa a cambiarlo, de todo, de todo lo que hasta ese momento ya me tenía harto. Ella hizo lo peor que pudo haber hecho, se quedó en silencio. Yo sabía lo que eso significada, con la voz quebrada, casi al borde la desesperación pregunté aquello que me había negado a creer que alguna vez preguntaría.

—¿Aún lo amas, cierto?

Permaneció en silenció lo que pareció ser el minuto más largo de mi vida, se quedó con la cabeza baja, tomando lo poco que me quedaba de valor volví a preguntarle.

—Camila, dime si aún lo amas.

Un leve susurro fue lo único que obtuve como respuesta.

—Sí.

Lo que me trajo de nuevo a la realidad ese día fue una llamada de Daniela, estaba en el mirador de la ciudad, un café vació y una cajetilla con la mitad de los cigarros era lo único que estaba a mi lado.

Al terminar su segundo cigarrillo se despidió, me dio su nuevo número además de decirme en qué departamento se estaba quedando, el cual resultó estar dos pisos arriba del mío. Me invitó a la fiesta a la que iría, aunque sabía que esperaba que declinara la invitación, lo cual hice pues, además, mi hermana y su amiga Servanda me visitarían por primera vez en la ciudad y llegaban en pocas horas. Lo último que alcancé a decirle mientras se alejaba fue

—Cuídate Camila.

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