El Libro Negro

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Hace catorce años…

Y aquí estoy, una vez más, encerrada en el cubículo de grises paredes, que resulta ser mi mejor amigo, mi confidente, escondiendo mis dolores y secretos.

Otra de las jugadas de Heyly ha surtido el efecto deseado; derribarme. Y entonces, me doy cuenta que, ¡oh! Jamás he estado totalmente de pie.

Amaría ser fuerte, como esas chicas que sufren, pero esperan hasta llegar a casa y llorar. Eso sería estupendo, pues nadie sabría que soy tan blanda como yo lo sé. Pero no, tengo que ser jodidamente débil, para que todos me usen como un juguetito con el cual pueden divertirse.

A la entrada del almuerzo, me he tropezado con Heyly, derribando su comida.

—Yo… lo siento, Heyly —dije, asustada.

Ella apretó los dientes como un perro rabioso y gruñó, mientras todos en la habitación rieron. Se volvió hacia Nathaly, cosa que me preocupó, pues me imaginé el rumbo que tomarían las cosas.

—Naths, ¿me darías tu sopa? —Le preguntó amablemente a la rubia de su amiga.

—Claro —sonrió, pasándole su tazón.

Heyly volvió a verme, con una sonrisa imponente en su rostro.

Boune Apetite —dijo, y volteó el tazón sobre mi cabeza.

De inmediato, las risas estallaron en la cafetería, mientras yo corría hacia el baño más cercano, a esconder mis lágrimas.

Una vez aquí, cerré la puerta y me lavé el cabello, mientras gimoteaba. Maldije, mientras golpeaba una puerta con la mano y me encerraba en mi habitual cubículo, para seguir llorando.

Y así es como llegué aquí, el por qué estoy tirada nuevamente en el suelo, llorando como una idiota.

No puedo permitir que me traten así. Debo hacer algo. Y ese algo —por ahora—, será ser fuerte y no demostrarles que me lastima lo que hacen.

Limpio mis lágrimas con la manga de mi suéter y cuando estoy segura de que toda muestra de haber estado llorando se ha ido, me dispongo a salir, esbozando mi mejor sonrisa de «estoy bien».

Cuando salgo, me encuentro con nada más y nada menos que la descerebrada de Heyly. Vaya suerte la mía. Está inclinada frente al espejo, tan cerca, que casi choca su pequeña nariz contra este. Cuando sus ojos me captan, brillan con odio.

—Oh, Jazz, ¿de nuevo cortándote? —dice ella, sin desviar su atención de su reflejo.

Instintivamente cubro mis muñecas, y entonces sé que he cometido un error, pues le he dado la razón.

—¿Qué? ¿Creías que nadie lo sabía? Si antes me dabas lástima, ahora me das el doble —termina de aplicarse el rímel, parpadea varias veces y se vuelve hacia mí.

Respiro hondo, cuadrándome de hombros, dispuesta a no permitir que me siga tratando así.

—Déjame en paz, Heyly —farfullo en un hilillo de voz, con la mirada en las baldosas blancas del suelo.

No sirvo en absoluto para ser cruel. Al menos, no en voz alta. Soy capaz de decirte hasta el mal del que te vas a morir, pero jamás saldrá de mi mente. No sé si soy gallina o no pienso que eso sería rebajarme a su nivel.

Ella me mira desafiante e incrédula, indignada de que una «loser» como yo, le haya hablado directamente. Que no se haya dejado someter, como todas las demás veces.

Se acerca a mí, amenazante, con una ceja encarnada. Comienza a pasar su dedo índice sobre su muñeca, como si fuera una hojilla. La odio. Odio a todo el maldito instituto por reírse de mí. Odio a los profesores por jamás ayudarme cuando estas chicas me molestan. Para resumir, los odio a todos.

Revenge©.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora