VIII

289 32 4
                                    

Sorprendentemente Daniel y yo pasamos juntos el resto del día por las calles de Madrid. Serían aproximadamente las 20:30 cuando ambos fuimos hasta la estación de autobuses lo más rápido que pudimos, pues el día se tornó gris oscuro y los estruendos de los truenos amenazaban con una tormenta en un tiempo bastante breve, además de que yo debía volver a casa para cenar.

Cuando al fin llegó mi autobús quise dar dos besos a Daniel, pero éste no se dejó, ya que ando dos pasos hacia atrás, lo cual me dejó bastante cortada.

- Oye... ¿no vas a subir? -pregunté esperando un sí como respuesta.

- No. Prefiero quedarme un rato más por aquí.

- ¿Seguro? Va a llover y no tienes paraguas.

- No te preocupes Martina.

- Bueno... ¿te volveré a ver? En el fondo me has caído bien. -sonreí.

- Por supuesto.

Nos despedimos con una sonrisa y yo me monté en el autobús. Aún tengo la duda de qué hizo solo en la ciudad.

Me senté en el primer sitio libre que había, ya que no quedaban muchos y una vez más me puse los cascos. Miré por la ventana esperando ver la sonrisa de Daniel por alguna parte, pero no fue así. Una vez más, él había desaparecido.

Llegué a casa con una sonrisa y saludé a mi madre con un beso en la mejilla.

- ¿Qué tal el día cielo?

- Muy bien mamá.

- Seguro que no ha ido a clase. -dijo mi hermano con una sonrisa picarona.

- ¿Por qué dices eso Edu? -preguntó mi madre.

- Mamá es obvio, fíjate en su cara. ¿Desde cuándo vuelves así de feliz si has pasado el día en la universidad?

Disimuladamente di un codazo a Edu y me dispuse a cenar con ellos. Recuerdo que había pizza de cuatro quesos, mi favorita.

Una vez que cenamos me fui a mi habitación y me tumbé en la cama observando los pósters de Kurt que tenía en mi cuarto. En ese momento sentí aquella extraña sensación que ya me estaba empezando a asustar.

- ¡Martina! ¿No me piensas contar con quién has estado? -dijo mi hermano entrando a mi habitación.

- ¿No sabes llamar a la puerta?

- Cuéntame, venga.

La verdad es que, aunque Edu tuviera dieciséis años y yo diecinueve nos llevábamos genial y teníamos una gran confianza, aunque he de admitir que en numerosas ocasiones me sacaba de quicio.

- Se llama Daniel.

- ¿Y cómo es? ¿Tienes foto? ¿De dónde ha salido? ¿Es del pueblo?

Le conté todo el transcurso del día a mi hermano con pelos y señales, incluyendo las misteriosas desapariciones y su gran parecido al cantante. Cuando terminé el relato, Edu se empezó a reír.

- Martina, me parece que estás jodidamente obsesionada con Cobain.

- ¿A qué viene eso?

- A que ya tienes hasta visiones.

- ¿Pero de qué hablas?

- Vamos Martina, no seas tonta. Daniel no existe, es todo producto de tu imaginación porque no has superado la muerte de Kurt y desaparición de Nirvana incluso sabiendo que cuando naciste él ya llevaba tiempo muerto.

- Pues claro que existe Edu. ¿De verdad piensas que me iba a inventar una cosa así?

- Deberías decírselo a mamá... Espera, ¿has vuelto a fumar maría?

- ¡No! Esto... ¿cómo sabes que fumo maría? ¿Me has registrado el cuarto?

- Lo cierto es que vine buscado una cosa y la encontré debajo de tu colchón, pero no te preocupes que mamá no sabe nada.

- Más te vale.

- Escúchame, por favor. Si de verdad no has fumado maría y has visto a Kurt Cobain... necesitas ayuda.

- Pero que se llama Daniel, ¿qué parte no entiendes?

- Martina, los fantasmas no existen y los clones tampoco.

Mi hermano se levantó y salió de mi cuarto cerrando la puerta con delicadeza. Creo que no había cosa en el mundo que me molestara más que me tomen por loca o por drogadicta, ya que no era ninguna de las dos cosas. Desde que mi padre nos abandonó convirtiéndose en un alcohólico cuando yo tenía ocho años sufrí bullying por parte de mis compañeros de clase y a los doce años empecé con las drogas. Probé de todo...Bueno, de todo no. Por el momento.

AneurysmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora