XLIII

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Con el paso de los días, mejor dicho, con el paso de las semanas me di cuenta que para verle necesitaba estar fumada. Lo sabía porque podía sentirle, quiero decir, él nunca me dejó sola aunque a veces yo pensase eso. Sin duda debí haber sentido mucho más aquel cúmulo de sensaciones. Debí haberlo aprovechado más mientras pude.

Cuando el verano llegó, muy a mi pesar debía volver a casa. Echaba de menos a mi madre, mi hermano y mis amigos. Echaba de menos a mi gente. Pero yo quería quedarme en Estados Unidos. Quería quedarme con Kurt.

Confiaba plenamente en que él me acompañase a España, al igual que hizo cuando crucé el Atlántico por primera vez. Lo malo es que sólo lo sabría si conseguía droga, y eso iba a ser bastante difícil teniendo que vivir con mi madre, puesto que ya me pilló marihuana debajo del colchón hace años y desde aquello me tiene algo más controlada.

Fue el peor verano de mi vida. Recuerdo que una mañana decidimos ir a la playa porque no aguantábamos más el calor. En el coche íbamos mi madre, mi hermano, Enzo y yo. Ellos estaban muy emocionados, pero yo estaba apagada, estaba triste. Echaba de menos a Cobain.

- Martina cielo, ¿qué te pasa?-dijo mi madre apartando la vista de la carretera para mirarme a través del espejo.

- Nada mamá, ¿por qué preguntas?

- Porque no eres la misma Martina que se fue a Estados Unidos. Te noto distante.

Acto seguido escuché un grito desgarrador proveniente de mi hermano.

- ¡Mamá cuidado!

Después, todo negro.

Recuerdo que me desperté en un hospital. Estaba llena de cables y me dolía todo.

- Hola Martina.

Abrí los ojos con un poco de dificultad y vi a un doctor de unos cincuenta años mirándome fijamente y sentándose en la cama. Sus ojos irradiaban pena.

- ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy aquí? ¿Dónde está mi familia y mi amigo?

- Verás, tu hermano, tu madre, tu amigo y tú tuvisteis un accidente de tráfico. El coche en el que ibais se metió en el carril contrario durante unos segundos con tan mala suerte que un camión que iba en ese mismo carril no tuvo tiempo para frenar y colisionó contra vosotros...

- ¿Están bien? Dígame que están bien, por favor. -me escocían los ojos de tanto aguantar las lágrimas.

- Lamento mucho decirte que no han sobrevivido... Ninguno de los tres. Lo siento muchísimo.

El doctor se levantó y cerró la puerta tras salir. Sentí una punzada enorme en el pecho y comencé a llorar desesperadamente. No podía creerlo. Me había quedado completamente sola.

AneurysmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora