*Capítulo 6*

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Un secreto fue oculto y enterrado en la noche que ambas miradas apreciaron, una sonrisa jamás revelada se hizo presente y una sumisión que no se creía posible fue emergiendo del cuerpo de Eren Jaeger. Ninguno dijo palabra alguna a la hora de retirarse y el hielo se fue marchitando hasta la mañana, viendo un amanecer sin sol ni felicidad.

Los pálidos dedos de Levi bailaban traviesos sobre su pupitres, a veces se detenían a dibujar trazos invisibles con sus suaves uñas limadas y bien cortadas, su pelo aún escurría algo de agua, puesto que era la primera clase del día y, a pesar de haberse dado una ducha antes de venir terminó más empapado que antes por la llovizna que comenzó. El fin de semana había pasado como un pestañeo para ambos jóvenes, ninguno pudo descansar bien por los nervios y la ansiedad carcomiéndoles el estómago hasta en su sueño.

Eren, desesperado e impaciente trataba de prestar atención a la clase de geografía, sacudía su pie como un leve tic nervioso, sus labios los humedecía y mordía constantemente y una comezón asesina amenazaba con manifestarse sobre su cuello. En cambio Levi estaba relajado, tranquilo escribía los apuntes en su cuaderno incluso lo hacía con letra prolija, nunca había usado tan bien un lapicero de tinta negra como una sonrisa tanto tiempo; levantó su mirada y sus ojos oscuros se clavaron penetrantes sobre el cuerpo de Jaeger paseándose sin pudor desde sus pies hasta la última hebra de sus cabellos, sabiendo que el joven se estremecía y sentía su mirada algo asqueado.

Geografía terminó sin problemas, y para alivio de algunos alumnos sin tarea, todos rápidamente se largaron a la clase de Música y Arte sabiendo que podrían perder el tiempo allí. Todo era aburrido, los instrumentos desafinados, hojas amarillentas y manchadas por la humedad, las brochas sucias y pintura seca y barata, un lugar de mala muerte. Algunos alumnos llegaban a tener arcadas por el pútrido olor del lugar, incluso llegaban a vomitar y nadie nunca se atrevía a limpiarlo, que asqueroso.

Pocos alumnos se atrevían a permanecer en el salón, unos por los puntos extras y otros porque si, la gran mayoría se iba a otro lugar sea fuera o dentro del instituto, la lluvia no les iba a impedir nada para realizar travesuras o cosas más serias, quien sabe.

El profesor, un hombre de edad con una gran barba canosa y unos cabellos erizados y grises; en sus ojos se notaba el cansancio y experiencia acerca del mundo, su cuerpo invadido del arte y música pero lamentablemente no podía enseñar al cien por cien, su voz ronca y lenta aburría a los alumnos, y aun así sus labios nunca se habían quedado cortos de palabras sabias que estaban próximos a llegar a los jóvenes hormonados. Sus manos, tiesas y marcadas por las venas detonaba su delgadez algo peligrosa, se paseaban dubitativas por sobre la cabeza de cada estudiante, y cuando se detenía un momento negaba con la cabeza con pesar, todos se mandaban miradas preguntándose "¿Acaso se volvió loco?- ¿Para qué lo hace?- Tal vez es brujo", pero nadie tenía respuesta exacta. Levi suspiraba para tratar de calmar su corazón, sentía su interior crispar ante cada negativa del educador, y era el siguiente. Sus ojos se cerraron con fuerza al sentir la vieja mano sobre sus cabellos, y se tensó más cuando la voz ronca del anciano daba a entender que él era quien tenía el asentimiento de quién sabe qué.

Sólo con sus ojos cansinos le dio a entender a su estudiante marginado que tomase su mano y se levantara de aquel asiento incómodo, y Levi lo hizo, dejando un cuaderno atrás y quizás incluso su miedo. Ante la atenta mirada de todos se paró recto en frente, tratando de buscar una mirada jade que lo aliviara, pero para su infortunio Eren se había escapado al igual que los otros, masculló varias groserías contra el adolescente pero sus blasfemias se quedaron en su lengua cuando el anciano le cedió sobre sus manos un violín, gastado y polvoriento, pero afinado. Las cuerdas parecían nuevas y el soporte a simple vista se veía cómodo para su clavícula; se lo colocó en su hombro izquierdo sosteniéndolo con su barbilla y con su diestra sostuvo el arco, miró primero las crinas sintéticas, no creía que fuesen a gastar tanto dinero para una de cola de caballo. Su dedo pulgar se ubicó en la punta, entre el inicio de la crina y la madera, su meñique se posó dificultoso en la punta, y sus dedos rodearon el resto tensándose enseguida para una posición elegante y erguida, su izquierda se paseó por las cuerdas antes de apoyar sus dedos, seguro de que la cerilla había hecho su trabajo sobre la crina; pasó el arco por la primera cuerda, la nota MI sonó aguda por el aula, asustado la entrecortaba y arruinaba, pero quiso continuar con los ánimos silenciosos de su maestro. Ésta vez lo hizo más fluido, cerró sus ojos para concentrarse en la música, no tenía melodía en especial o siquiera pentagrama que le indicara qué tocar, por primera vez usaría su instinto. El sonido se convirtió en una melodía llena de gracia, inefable ante los oídos casi sordos de los otros, las vibraciones de una nota no se hicieron esperar, caían.

Caían como las hojas amarillentas en otoño. Como la lluvia de ése día que acompasaba sutil y dulcemente la melodía. Como las lágrimas de Eren tras la puerta, invadido por la melancolía y recuerdos de que tal vez, sólo tal vez, tuvo el cariño de una madre.


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Mi Príncipe De HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora