*Capítulo 8*

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Antes que nada quería disculparme por la tardanza, dentro de poco comenzarán mis clases y siempre tomo un curso para recuperar lo que mas o menos he olvidado.

Éste capítulo está como un leve relleno para que conozcan más a Mikasa, puede ser algo corto y débil y me disculpo por ello. Muchas gracias por leer - Lu^^

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Sus labios no fueron tocados como ambos habían deseado, pero al menos se rozaron por unos segundos, probando débilmente su sabor carnoso; sintiendo esas extrañas mariposas revivir dentro de su estómago y revolotear por sus entrañas de una manera asquerosa.

Ambos ojos se clavaron en la mujer que había pronunciado el nombre de Ackerman, sobre la esbelta figura femenina. Buenas curvas, pelo ligeramente corto y negro al igual que el de Levi, ojos llenos de esperanzas al igual que de miedos de un color grisáceo, labios rosas que destacaban gracias a su labial de marca y su piel ligeramente maquillada. Vestía galante, con un pantalón y camisa a juego típico entre oficinistas, con los mismos colores sobrios y sin gracia, zapatos con un leve tacón grueso que acentuaba casi nada sus largas piernas y los puños de su camisa doblados a la altura de la chaqueta. Pudo conseguir un futuro algo decente, después de todo hablamos de Mikasa Ackerman.

-Levi. – volvió a pronunciar en un suspiro, más aliviada que antes, sus labios se curvaron en una tímida sonrisa, sus pasos titubeaban pero caminaba hacia él lentamente. Sus ojos se aguaron de momento, había pasado tanto tiempo desde la última vez que había visto a su hermano, lo notaba tan cambiado.

-Mikasa. – le continuó Levi. Se levantó y enseguida fue corriendo a los brazos de su hermana, la distancia al igual que el tiempo habían sido tan crueles, las llamadas tan cortantes sin ser la misma voz, y el cariño tan reconfortante en los brazos de su única familia.

Eren se sintió marginado de repente, sentía que no encajaba, pero también sentía celos. Celos de ver a Levi sonreír con su familia, ser abrazado por una mujer sin segundas intenciones, ver esas muestras de cariño le hicieron hervir la sangre.

¿Por qué no puede tenerla él también?

Se hundió en el bosque lejos de las miradas de los hermanos, se hundió en sus pensamientos, en su dolor que él se provocaba. Una botella de vidrio irrumpió sus pasos, no dudó. La rompió estampándole una roca, la desesperación de sentir algo le agobiaba, le acortaba la respiración. Recuerda haber golpeado sus puños para al menos sentir algo, y funcionó.

No sabe cuánto tiempo estuvo corriendo, pero sabe que si da un paso más colapsa por el cansancio; llevaba entre sus puños unos cuantos vidrios siseando de vez en cuando por el ardor que provocaba.

Mientras tanto Levi le contaba todo a su hermana, y ella lo reprendía seriamente, habían dado por perdido a Eren y poco importaba en ése momento, su compañía era agradable y no la interrumpirían por buscar a un mocoso maleducado.

-Levi, te he dicho miles de veces que no muestres tus sentimientos, ¿y si te llegas a descontrolar? – Mikasa comentaba con preocupación, había visto y sufrido miles de acontecimientos, uno de ellos fue cuando reconocieron al ladrón que mató a su madre, sus gritos eran tantos que terminó desgarrándose la garganta, sus lágrimas eran tantas que se mezclaban con el río. Y la sangre manchaba la tierra junto con el hielo que terminaba por derretirse del cuerpo ya mutilado del asesino. Levi no comió por tres días y su piel fue cubierta por una capa de nieve que permaneció hasta que probó bocado.

-Prometo que no pasará lo de la última vez. – contestó a la interrogante con calma y una voz seria y ronca, sus ojos cansados nunca se separaron de su hermana, la veía más linda y expresiva, tenía ese sonrojo sobre sus mejillas culpa del repentino frío. Notó que también le creció el busto a su suerte, pues siempre se quejaba de ser una tabla, quiso preguntar sobre su novia, pero no se atrevió ya que los labios de Mikasa se apretaron entre sí y enredó sus dedos.

La mesa de la cafetería no se movía, el silencio era insoportable a pesar de haber tanta gente parloteando a gritos sobre frivolidades, como qué tan bueno estuvo el partido de Béisbol o si se aproximaban fechas de calor.

Mikasa tomó un sorbo de su té, no era persona de degustar café. Prefería algo menos cargado y que relajara. Soltó un suspiro al terminar de tragar, sacó unos cuantos dólares para dejarlos sobre la mesa con parsimonia, pero no se iban a ir cuando Levi apenas iba por la mitad de su tarta de manzana. Le miró a él, y él a ella, no dijeron nada, ningún sonido salía de sus bocas pero sus secretos ya estaban revelados al ver ambos rostros.

-Dejé a Historia – respondió Mikasa al silencio, sus ojos se aguaron de momento pero contuvo la respiración, no soltó lágrima.

-¿Qué? – había dejado la trata de lado, su hermana necesitaba de él, se preguntó cuántas noches lloró, cuánto alcohol ingirió y cuántas veces pensó suicidarse. No sabía el porqué de su rompimiento si a ambas siempre se les veía con una gran sonrisa, con grandes expectativas en sus cabezas e ilusiones sobre sus corazones.

-La encontré con... - miró por la ventana tomando aire, necesitaba calmarse para evitar romperse ahí mismo – con Ymir.

-¿Ymir? – repitió el nombre con dudas, nunca antes lo había escuchado.

-Una compañera de la universidad. – aclaró las dudas de Levi.

Había sido hace poco, una noche en donde Mikasa se desveló en la biblioteca de la universidad para un próximo examen dejando a Historia dormir como se debía, pues la menor estuvo trabajando tan duro en la semana sin lograr a dormir bien que merecía un descanso.

Ése día el atardecer se había teñido de un naranja débil, las gotas de la lluvia provocaban un ligero frío que aliviaba al calor sofocante de la misma tarde. Las nubes aún invadían el cielo cuando Mikasa entró a su departamento compartido, y lo primero que escuchó fueron los gemidos agudos de Historia, palabras llenas de súplicas y placer. Lo que dolió más entre todas esas palabras fue el nombre de la persona que le hacía eso.

-Ymir. – suspiró antes de largar un largo jadeo que retumbó por toda la casa e hizo temblar las lágrimas de Mikasa, Ymir nunca dejó de tocarla e Historia nunca dejó de gemir, al igual que Mikasa que nunca dejó de llorar.

Había gritado de todo, llorado como jamás lo había hecho, y lo que recibió fueron escusas falsas para mantener una promesa que estaba llena de falacias.

El cielo de ése día estaba igual que el de hoy, el naranja iba perdiendo su color y el azul marino hacía su presencia entre las nubes, el dolor había sido disipado del corazón de la mujer y disolvió la voz de Historia entre sus recuerdos...

Mi Príncipe De HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora