IV: Luces... adiós.

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Adeline Kurtzberg suspiró aburrida mientras seguía el pequeño boceto de la pintura.

Ambos, padre e hijo, tenían un estilo tan elegante que se complicaba plasmarlo en una pintura.

Y ya llevaba horas en aquella gran habitación sin ideas para seguir dibujando.

—I hate you, I love you —tarareó tranquila mientras mordía ligeramente la punta de su lápiz.

Suspiró, aquello era peor que la escuela. Y ella nunca fue una fan del colegio. Aunque, y ahora bien, tal vez hubiese seguido sus estudios sino fuera porque su pequeño niño venía en camino y su esposo la necesitaba en casa.

Sacudió su cabeza dejando de lado todos aquellos recuerdos tristes. Había perdido a su pequeña Madeline y a su amado Michel. Mas no podía quejarse de nada, su príncipe seguía con vida y eso era suficiente para ella.

—Haré algo divertido —decidió entonces sin querer hundirse en sus recuerdos.

Tomó el celular que Nathaniel había insistido en comprarle y buscó su música preferida.

Entonces tomó sus pinturas y pinceles y comenzó a pintar un paisaje imaginario mientras saltaba divertida. Andaba descalza y con su pañuelo atado en la cintura, pero había comprobado que Adrien se la pasaba fuera y que Gabriel Agreste prácticamente se pasaba todo el día encerrado en su despacho.

Disfrutaría ese pequeño momento. Nathaniel llegaría a buscarla luego así que aún tenía tiempo de pintar algo más.

Y Adeline siguió con su pequeña pintura sin advertir el ojo celeste que la miraba desde fuera.

Gabriel Agreste, quien había salido un rato para despejar su mente, se encontró con aquella escena. Aquella escena que tanto le recordaba a su difunta esposa...

—Señor Agreste.

El hombre se enderezó con rapidez y giró para ver a Nathalie mirando imperturbable.

—Si, Nathalie, habla —asintió Gabriel Agreste un tanto incómodo.

—El joven Kutzberg está en la sala. Iba a llamar a la señora... pero si usted quiere seguir... espiándola...

—No te rías de mí, Nathalie —gruñó el hombre —. Dile que ya la buscan y cuando se valla manda a limpiar esta habitación para mañana.

La secretaria asintió.

—Como ordene, señor —dijo segura para comenzar a abrir la puerta —. Y por cierto, el señor Kurtzberg también se encuentra en la sala.

Gabriel Agreste la miró dubitativo mientras pensaba si aquella era una amenaza o un simple aviso. Con Nathalie nunca se sabía.

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Adrien bufó aburrido mientras esperaba en la blanca sala algún indicio de vida. Mas parecía que su entrevistadora se había olvidado de su cita.

Como a la mañana había estado posando para Adeline Kutzberg, Nathalie canceló la entrevista para la tarde. Y allí estaba Adrien, a tiempo y cansado.

—Lo siento, lo siento, lo siento mucho —pasó la chica que actuaba de asistente del fotógrafo —. Es solo que... ugh, ¿cómo soportas a esa señora? Me ha entregado una hoja con las preguntas permitidas por tu padre.

El rubio se encogió de hombros.

—Nathalie dijo que no confía en revistas de moda —contestó —. Supongo que hizo preocupar a mi padre.

Mi secreto (Adrinath) |Finalizada| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora