Epílogo.

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Pasaron nueve años para que dejaran que Gabriel Agreste saliera de prisión y eso pagando una jugosa suma de dinero.

Agreste se encerró en su mansión y se negó a conocer a la nieta que tenía en ese momento.

Sin embargo, y nadie sabe cómo, Adeline Kurtzberg (que seguía usando su apellido de casada más por costumbre), entró a la vida de Gabriel como un fantasma.

Otros seis años y el ex villano estaba uniendo su vida con la de la joven viuda. ¿Cómo? Ese era un secreto de la anciana pareja.

Lo importante aquí es que, después de quince años, Adrien y Nathaniel quedaban nuevamente en un mismo lugar.

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Una pelirroja corría por el largo pasillo de la enorme mansión; estaba claro, se había perdido.

Dobló en un pasillo y se estampilló contra una persona.

—Auch —se quejó sobandose la frente.

—¡Hey, debes tener más cuidado! —la regañó una voz femenina.

Levantó la vista encontrándose con una chica rubia oscuro con unos ojos celestes verdoso, tenía un vestido amarillo.

—P-Perdón —murmuró avergonzada.

La chica delante de ella era una beldad, casi parecía sacada de un cuento de hadas. Se sintió intimidada al pensar en su cabello rojo todo despeinado y sus ojos verdes nada especiales.

—Anda, levántate de allí.

La desconocida le tendió la mano y la ayudó a levantarse. Y sí, la preciosa rubia era unos centímetros más alta.

—L-Lo siento, n-no era mi intención... —se disculpó nuevamente mientras bajaba su mirada.

—No te disculpes —negó la joven con una sonrisa —. Soy Emma Agreste, soy nieta del novio, ¿y tú?

—A-Ah —se sonrojó de pies a cabeza —, A-Annette Nikav-Kurtzberg —susurró avergonzada —, m-mi abuela es la novia.

Se llevó un mechón rojo detrás de la oreja.

Emma Agreste se sonrojó levemente al ver a la pelirroja; era tan tierna...

—Hey, mírame —sonrió con ternura mientras levantaba el pálido rostro con sus dos manos —. ¿Eres un poco tímida, no es así? No debes estar preocupada, yo no muerdo.

La joven Agreste se quedó maravillada ante el color verde con leves motitas celestes, era como un bosque con un fino y tranquilo lago.

—¡Ann!

La pelirroja se escapó de las manos de la rubia y giró en redondo.

Emma vio a aparecer ante ellas a un rubio ceniza de ojos entre gris y celeste, casi parecía que Dios se había quedado sin tinta cuando lo había hecho.

—Ann, Santo cielo —suspiró el chico.

La pelirroja no tenía un acento muy marcado, pero aquel rubio parecía pronunciar el francés tan fuerte que casi parecía que hablaba en ruso.

Mi secreto (Adrinath) |Finalizada| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora