Cuarenta y Nueve años

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En una pequeña habitación donde el único ruido es el beep de una máquina y la única luz se origina de una ventana, se encontraba una mujer, con mayoría de edad, en una cama de madera con unos finos tubos introducidos en sus brazos. A su lado, en una silla de madera gastada, un hombre le mostraba sus dibujos mientras le relataba cuentos sobre hadas y dragones, sirenas y piratas, y uno de sus favoritos, de las princesas aventureras. Él seguía sin entender su fanatismo por esos cuentos de fantasías, pero no objetaba.

Se ponía tal niña pequeña cuando escuchaba que los buenos ganaban. Siempre rogaba que le dibujaran princesas, eran sus favoritas. Pero esa mañana en particular se la encontraba más cansada de lo habitual, no quería conversar con ninguna persona y no se le veía esa chispa de felicidad al escuchar sus cuentos.

Esa mañana, mientras su pareja realizaba una extraña figura, ella observo a su alrededor... Los dibujos enmarcados de su esposo e hija decoraban toda una pared, las artesanías hechas por su hija reposaban en una mesita a su lado y todos sus cuentos estaban apilados al borde de la cama.

Sonrió. Sonrió porque vivió una vida mejor de lo que pudo haber deseado. Sonrió porque sabía que su hija no sería infeliz. Sonrió porque sabía que había logrado lo que se propuso desde niña, amar a alguien infinitamente.

Y solo pasó... Intentaron detener lo inevitable, pero visiblemente fallaron. Esa mañana el alma de una mujer que pensaba como adolescente y soñaba como niña... se despojó de su cuerpo.

«Al menos finalizó su vida con una sonrisa en el rostro». Pensaba el hombre viudo entretanto se le escapaba una lágrima y abrazaba a su hija con fuerza.

Recuerdos en la ArenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora