NO ME DEJES CAER -Demonios de la Música #1-

#18 - La voz a través del disco

◘◘◘CAPÍTULO DIECIOCHO◘◘◘

Una habitación de tamaño mediano se empieza a dibujar alrededor de mí. Las paredes son de color blanco, y hay una cantidad impresionante de cuadros de diferente autores importantes. En una esquina hay un escritorio de madera pintado de negro, y al lado hay un mueble viejo lleno de objetos tan antiguos como el tiempo. Hay tres sillones grises, una mesa ratona de vidrio y un modesto mini bar.

Arqueo las cejas y me giro, pero la chica misteriosa no está. Desapareció. Me convenzo de que quiere que vea todo por mi cuenta y saque mis propias conclusiones, así que no me molesto. Después de todo, ella no tenía pensado mostrarme nada.

Avanzo por el cuarto en silencio. No sé por qué pero es un lugar que me resulta familiar, como si ya hubiera estado allí antes. La pregunta es cuándo.

—Claro.

La voz de una mujer me hace sobresaltar. Respiro hondo, intentando calmarme, y dirijo la mirada a la puerta. Efectivamente, una mujer de unos treinta años de edad, delgada, de ojos verdes, morocha y con el cabello largo y lacio, entra a la habitación. Es Laura. Parece preocupada.

—Sí. Sí—está hablando por celular. Camina hasta la silla que hay detrás del escritorio y se sienta—. Por supuesto. Lo haré—asiente, como si estuviera de acuerdo con lo que le dicen—. Dale. Nos vemos. Saludos.

Corta. Larga un suspiro profundo y se rasca el cabello. Frunce los labios, alterada. ¿Qué es lo que le ocurre?

Laura frota sus manos, y abre un cajón del escritorio. Pone los ojos en blanco y aprieta los dientes. Entonces, sin perder un segundo, saca con cuidado un aparato marrón, pequeño y algo estropeado. Es un tocadiscos.

Ojea con atención hacia todos lados, para percatarse de que está sola, e inmediatamente se inclina hacia adelante y extrae del bolsillo de su pantalón una llave azulada. La introduce en la cerradura de otro cajón, y saca un disco de vinilo perfectamente conservado.

Lo admira y esboza una sonrisa tortuosa. Un escalofrío recorre mi cuerpo. ¿Qué está planeando? Siento como me arden las mejillas.

Laura pone el disco en el aparato y lo hace marchar. Pero el objeto no se mueve hacia adelante como ocurre normalmente, sino que gira hacia atrás, como si se estuviera rebobinando. El disco larga un ruido ensordecedor, que me hace erizar, y una voz profunda y ronca comienza a salir de él:

—¿Laura?

Mi representante echa la cabeza hacia atrás y sus iris se vuelven violeta.

—Acá estoy—responde ella, seria—. Estoy lista.

—Me parece estupendo. ¿Cuál te parece el mejor?

—Nathan—exclama Laura, y al oír mi nombre mi corazón empieza a latir con más fuerza—. Él es el indicado, los otros no tienen talento. Su voz es única.

—Pues él ganará—afirma la voz—. Él será el cantante principal de “Seven Moons”, no obstante, hay que convertirlo en uno de nosotros. Si es como tú dices, puede convertirse en una amenaza si ellos lo encuentran.

—Lo sé, y es por eso que estuve pensando en lo que me propusiste. He mandado a mi hija para que llame a sus padres. Tengo que convencerlos.

—Ellos no se pueden enterar de nuestro plan, Laura, eso sería caótico. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí. Tengo todo resuelto. Anoche no dormí pensando en esto.

—¿Y qué harás?

—Les propondré un pacto para que su hijo gane. Les diré que él no tiene el talento necesario para salir victorioso y que…

—¿Cómo crees poder lograr algo así? ¿Ehh? Además, recuerda que Sofía debe…

—No hace falta que lo repitas, Caden.  Conozco las reglas y estoy dispuesta a hacerlo—Laura resopla, y continúa:— Con respecto a los padres de Nathan, voy a dominarlos. No será difícil.

—¿Y si se resisten? ¿Si no funciona con ellos? ¿No te acuerdas  lo que pasó con los padres de Frank?

—Claro que sí, pero eso fue un error de Clara. Ella ya no está, ¿o sí? Yo no fallaré.

Un silencio incómodo y aterrador se extiende por toda la habitación. Mi mente da vueltas como una calesita, intentando unir los cabos sueltos. ¿Mis padres fueron extorsionados? ¿Qué mierda? ¿Quién es Caden? ¿Por qué Laura suena tan intranquila? ¿Y Clara? ¿Quién era ella? ¿Qué le sucedió? ¿La asesinaron porque no cumplió con lo que le pidieron?... ¿Y Frank? ¿Dónde están sus padres?  ¿Murieron?...

—Ya estuve hablando con los otros seis—exclama la voz, a través de disco, quebrando la tensión de la escena—. Están terminando con sus trabajos. Las bandas quedarán formadas muy pronto, y en menos de lo que imaginemos, el poder estará en nuestras manos.

—No hay nada que me ponga feliz.

—Lo sé. Tú solo ocúpate de que Nathan se transforme en Nyrond lo antes posible. Si los Gautierz  se enteran de esto pueden entrometerse para llevarlo a su bando. Hay que ganarles antes de que empiece la guerra.

La puerta es azotada por un par de golpes  secos y débiles. Alguien está del otro lado.

—Es ella—dice Laura—. Tengo que irme. Muy pronto tendrás noticias.

—Eso espero.

La voz se apaga y el disco empieza a girar normalmente, produciendo una música monótona y aburrida. La mujer separa el brazo del tocadiscos de la bandeja y todo queda en silencio. Sin dudarlo, mete el aparato en el cajón y lo cierra con llave.

Sus ojos vuelven a ser de color verde.

—Adelante—vocifera.

La puerta se abre e ingresa una joven de unos dieciséis años, de estatura media, cabello enrulado y ojos verdes.

Oh, no, pienso, es Sofía.

—Mamá—dice, emocionada—, los papás de Nathan ya llegaron y están aguardando por ti.

¿Mamá? ¿La chica misteriosa es la hija de Laura? Me estremezco. ¿Cómo fue capaz de dejar que la mataran? ¿Cómo…?

—Gracias, hija. Diles que pasen.

Sofía pega un par de saltitos, y antes de salir exclama:

—¡Por favor, haz que gane! ¡Amo a Nathan, es divino! ¡Por favor!

Laura levanta su comisura labial izquierda, y asiente. La joven ríe excitada, y se retira.

—Clara, amor—murmura mi representante cuando su hija desaparece—. Él ganará… pero tú no podrás verlo triunfar.

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