Capítulo 3: Camino a la escuela

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4 de septiembre de 1978

Había llovido el día anterior. Todo estaba completamente cubierto de charcos, que Ariadna no podía evitar no pisar, aun manchando sus calcetas azules marino tipo uniforme escolar. Andrew no quería ensuciarse, así que se alejaba lo más posible de su hermana. Incluso estuvo tentado a decirle que se fuera al otro lado de la calle para que pisara los charquitos a su gusto, pero hubiera sido descortés de su parte, y seguro que su madre le ponía una regañada buena si Ariadna le iba a contar.

Estaba tan emocionado por entrar a cuarto grado. Era como volver a iniciar todo de nuevo. Esta vez, habría algo diferente, algo se lo decía.

Cuando llegan, dejó a su hermanita frente a la parte de preescolares y fue al patio de la primaria. Para eso, tenía que cruzar delante de donde los niños que eran llevados en carro se bajaban. En eso, un coche muy familiar de color rojo pasó a su lado, haciendo que un charco cercano mojara su uniforme perfectamente planchado. Andrew estaba atónito. ¿Quién demonios se creía ese estudiante?

Entonces, la puerta se abre, y sale la vecina. Llevaba la misma camisa blanca pero con un diseño más femenino. Lo miró levantando sus oscuras cejas. Esperaba un pequeño "Disculpa" o algo, pero ella solo se sonrojó y se metió corriendo al colegio. Cuando estuvo lo suficientemente alejada, gritó "¡Lo lamento!" sin mirar atrás. Todos los niños la miraron con curiosidad, y la siguieron con la mirada hasta que se sentó en la banca más lejana del patio.

Se la iban a comer viva.

Como parte de la rutina de las escuelas, todos se pasaron a presentar. La única niña nueva era la vecina, así que todos estaban prestando nula atención. Ahí estaban las gemelas polacas, el niño que insistía con que no habla español por su nacionalidad francesa, pero era más español que nada, y la brabucona de turno, con sus colitas y ligas rosas. Era la única cuyo nombre se aprendió el primer día: Úrsula.

Cuando el niño desastroso de la clase (con el cabello pelirrojo, para que combinara con el demonio que llevaba dentro) se sentó en su lugar en la segunda fila, la maestra creyó que no quedaba nadie más. Sin embargo, una de las gemelas polacas, se volteo y señaló un lugar en el fondo.

—¡Faltó la nueva, maestra!—exclamó.

La nueva volvió a enrojecer tanto como un tomate. Ni siquiera su tez morena iba a ocultarlo.

—Oh, cierto—dijo la maestra con tono compasivo—.¿Cómo te llamas, amor?

Todos los niños la voltearon a ver, como lo habían hecho en la hora de entrada. Andrew estaba entre ellos; esta vez, no intentaría ser simpático. Por culpa de la madre o padre de esa chica, le habían puesto un reporte de uniforme por llevarlo manchado. ¿Qué enserio nadie había visto cuando lo mojaron? La niña jugo un poco con sus dedos y murmuro algo muy bajito, que no logro entender.

—¿Disculpa? Ponte de pie para que todos podamos oírte.

De mala gana, lo hizo.

—Me llamo Javiva Dahul—dijo, dando pie a su estridente voz.

Eso fue lo que más le sorprendió; su voz era grave y fuerte, pero no como la de un chico. Además, sus hombros anchos y rostro severo pero a la vez delicado, que no encajaba en nada con su expresión temerosa y su postura encorvada. Si hubiera llevado puesta la túnica griega, le preguntaría se perdió de su camino al Monte Olimpo.

La maestra asintió con amabilidad.

—Mucho gusto, soy la maestra Maite. Ojala nos llevamos bien. Niños, díganle hola a Javiva.

Todos soltaron "Hola, Javiva" sin emoción. Ella no contesto más que con una sonrisa y se volvió a sentar a su lugar. Andrew estuvo pensando el resto de la clase si alguna vez, Javiva volvería a hablar, solo para tener el placer de escuchar su voz de diosa griega.

Lo hizo. Dos veces.

La primera fue cuando le preguntaron una fruta con la letra de su nombre. Ella no sabía y miraba a todos lados buscando respuestas.

—¿Enserio no hay ninguna?—preguntó la maestra Maite rascándose la barbilla.

Javiva negó con la cabeza, pero Andrew ya tenía una en mente.

—Jícama—dijo sin mirarla. Ella fue la lo volteó a ver.

—¿Me has insultado?—preguntó desafiante.

Andrew frunció el ceño. Que tonta. Y él que comenzaba a dudar sobre si era Atenea.

—He dicho una fruta que empieza con jota. Jícama. ¿La conoces?

Por lo que veía, parecía que no.

La niña bajó la guardia.

—Nunca había escuchado de ella—respondió.

Decidió alargar un poco más la conversación.

—Es peluda dela cascara y por dentro es blanca.

—Que rara.

—Alguna vez podrías probarla.

—Bien.

—Bien.

Y se sentó de nuevo. Eso fue intimidante.

En la segunda ocasión, estaban en el receso. Andrew, como siempre, comía en un rincón alejado. Había una puerta que daba a la parte de atrás de la escuela. Él parecía ser el único que lo había notado, pues nadie jamás había osado a interrumpir alguna de sus estancias ahí.

Antes de llegar, Javiva lo tomó del brazo con algo de brusquedad. No le agradó ni un poco la forma en la que la hizo. Lo miró un rato antes de preguntarle:

—¿Andrew... de arándano, verdad?

—Sí—contestó soltando el brazo de ella.

—Ah. Somos vecinos.

—Lo sé.

—Siento lo del charco. No nos dimos cuenta.

—Está bien—contestó mirando su uniforme con manchas de haber estado mojado.

No quería perder más tiempo. Le habían mandado cereal de estrellas glaseadas y lo único que deseaba era devorarlas de golpe a todas.

Por suerte, alguien llamó a Javiva en ese momento y la hizo marcharse. Qué alegría.

Escuchar su voz de diosa: listo.

Tengo teclado nuevo. No pos yey ?) Mis dedos no tendrán que estrellarse cual palomas en ventana para poder teclear una letra.

Espero que les este gustando ;)

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