Capítulo 4: Después de clases

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Fue el primero en irse. 

Apenas tomó la mano de la niña pequeña, Andrew se marchó a su casa. Javiva se quedó mirando cómo se alejaba por la calle. Le gustaría seguirlo, pero su madre le había dicho que la quería justo en la salida de su colegio, y si no estaba ahí, que ni siquiera se molestara en volver a casa. Seguramente que no lo decía enserio, aunque aun tenía esa sensación de que con ella no se podía tomar nada a juego.

Poco a poco, los estudiantes comenzaron a retirarse. Teresa, una chica castaña que había sido amable cuando le prestó el color morado y se había sentado con ella a la hora del almuerzo, le dijo adiós desde su coche. Como nadie le había hablado mucho aparte de ella, decidió corresponderle el gesto. Una amiga nunca estaba de más.

Justo detrás de ella, salió su coche. Su hermana ya estaba arriba, con la mochila en su regazo, y mirando por la ventana. Su uniforme era mucho más sencillo: solo una camisa amarillo claro y una falda vino. Su madre no parecía notar que su hija mayor aún seguía deprimida.

—¿Qué tal el primer día, Javi?—le preguntó con gran interés.

—Bien. Hice una amiga—contestó—.¿Cómo te fue a ti, Penélope?

Penélope se tardó en contestar.

—Lo normal. No hice amigos—respondió—.Extraño Barcelona, mamá.

—Debemos acostumbrarnos a esta nueva vida, Penny—dijo, como si hubiera estado ensayando esa línea desde hace días—.Verás como pronto te sientes como en casa. Y luego... no sé, quizás hasta tengas novio, o algo. Cuando tengas veinte, claro.

Javiva se rio por debajo, mientras Penélope rodaba los ojos.

—Que bien que te alejes de los hombres, hija. Aun estas joven, no necesitas distracciones de tus obligaciones.

Asintió, dándole la razón.

—Abajo los novios—terminó recargando la cabeza con el cristal.

Javiva hizo lo mismo. Nadie habló en el resto del camino.

Llegando a la casa, distinguió a Andrew acostado en el pasto mirando el techo con una pelota en la mano. Supuso que era para que jugara, pero estaba muy concentrado en otras cosas.

Siendo alguien observadora, también se dio cuenta de que George estaba mirando por la ventana de la sala, como esperando a que su hijo moviera un músculo del pasto ligeramente amarillento. Y al ver que simplemente no quería estar ahí, cerró las cortinas, resignado.

Si ella tuviera niños con para jugar, estaría todo el tiempo haciéndolo.

Antes de entrar, tuvo la tentación de acercarse a Andrew con unos juguetes y preguntarle si quería ir al parque o algo, pero al verlo regresar a su casa con la cabeza faja y murmurando tonterías, supo que no hubiera tenido ninguna oportunidad de hacerlo.


Lo que más le gustaba de haber terminado de mudarse completamente es que ya no tendrían que comer en platos desechables que solamente contaminaban el planeta. Ahora tenían corriente de agua y podían lavar los trastes perfectamente.

Y la comida era lo único que no le agradaba mucho. Durante las primeras semanas, su madre dejó que encargan pizzas y comieran cereal, quizás en una forma de compensarlas por alejarla del todo el mundo que conocías, según una teoría de Penélope.

—Cree que con grasas y azúcares comprará nuestro afecto—decía mientras devoraba una rebanada de pizza en su habitación cual leprosa—.Pero yo no caeré en sus trampas.

Esa noche, ya se había dignado a cocinar algo. Habas.

Las odiaba.

—Estuve hablando con Izadi—anunció su madre poniendo el cazo en la mesa en caso de que alguien quisiera servirse más.

—¿Quién es ella?—preguntó Penélope interrumpiendo.

Frunció el ceño.

—La vecina—aclaró malhumorada—.Nos invitó a comer a su casa el fin de semana.

—Vaya. ¿Y qué le dijiste?—preguntó su padre.

—Que te preguntaría a ti. Aunque no sé tú, pero yo quiero—dijo tomando asiento a su lado—.En Barcelona tenía muchas amigas, y quiero que eso mismo aquí también. Izadi puede ser un buen inicio—entonces, una idea cruzó por la mente de la mujer. La volteó a ver con rostro curioso:—¿Cómo te llevas con el chiquillo de Izadi?

—¿Andrew?—asintió—.No hemos hablado mucho.

—Me parece un amargado—comentó Penélope.

—Nadie ha preguntado por tu opinión—la regañó el adulto de corbata,

—¿Qué te parece?—insistió su madre

Javiva tuvo que hacer un esfuerzo por no poner los ojos en blanco.

—Parece inteligente—contestó (en parte para que dejara de molestar.

—Me gustaría que procures charlar con él cuando vayamos—le dijo apuntándole con el dedo—.Dicen que es muy introvertido. Tú no tanto. A lo mejor hasta se caen bien.

Se encogió de hombros. No le fascinaba la idea, pero recordar a Andrew tirando en la hierba sin nadie con quien jugar, la hizo juntar la suficiente voluntad como para decidir cumplir lo que le dictaba su madre.  

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