¡Blandid vuestro corazón!

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Jackie se las arregló para sentarse conmigo durante las clases de Literatura y Español, lo cuál me relajó mucho porqué no estaba de humor para actuar “bien” con otras personas fuera del radio de unas cinco sillas. Pero en Sociales, gracias a la idea de Ibette de «Conocernos más» se nos unieron dos chicos:
Ferguson, un pelirrojo de estatura baja con la complexión de un muñeco de nieve, y Alfonso, un moreno alto con un carácter demasiado risueño para ser de San Francisco con la misma situación de «tómate un respiro» habitual.
Buenos chicos, me traían recuerdos a Penn y Arnold en versión varonil y mayor (claro que no Penn), así que podía acostumbrarme a ellos con mayor facilidad que con los verdaderos.
Luego nos tocó deportes. La coordinación brazos/piernas no era lo mío, para nada el voleyball y el silbato del Señor Jhonson coincidían conmigo.
Jackie se abstuvo mostrándole el pequeño frasquito de píldoras y se sentó en las gradas con las piernas cruzadas limandose las uñas, y de vez en cuándo, hechandome alguna porra u otra cosa “alentadora” (según ella) como: «¡Muevete que te golpean!» o «¡Hurra, hermana de huesos!» con las cintillas de su cabello haciendo de pompón.

Sin querer, no sé como Jackie y yo terminamos en la cafetería con más de tres chicos(as) almorzando, ¿tan buena eramos para hacer amigos? Será Jackie, porque yo, social social, no era.

Alfonso me miró levantando su manzana y dijo:

—El debate sobre “La Odisea” yHamlet” no me pareció muy a gusto. ¿Como que Hamlet era el tío?

—No puedes hacer nada para que Brittney no sea Brittney.—comentó Sabrina, una de las chicas del equipo de voleyball.

—¿Un trasplante de cerebro?

—Dudo que alguien desee pasarle su cerebro a ella.

—Muy cierto, Fonzo.

Intercambiamos unos pocos comentarios más sobre nuestras ciudades natales, y por si fuera poco, los veinte minutos que pasé divirtiéndome en el receso (porque si lo había hecho) habían terminado, con el agudo pitillo del timbre como última palabra.

Miré mi cartilla. Biología.
Genial, lo que me mejor se me daba.

Me encaminé con los seis hacia el laboratorio dónde una mujer rubia con una bata blanca ceñida al cuerpo (con un prendedor que decía: Srita. Sophie) Muy bien, dónde la Srita. Sophie aguardaba esperando fuera del edificio.

Todo iba bien hasta que, volví a verlo.
Sus hermosos ojos cafés conectaron con los míos. Marco Diaz estaba sentado en la primera mesa de la derecha mirándome, ese punto de curiosidad con algo de familiaridad se hizo mas notorio. Devolví la mirada esperando que, apartara la suya como antes pero, ésta vez no lo hizo. Se quedó ahí, navegando en mis ojos, estudiándome.

Diablos. No. ¡Diablos!

—¿Sr. Diaz?—le preguntó la Srita. Sophie aguardando la respuesta a una pregunta que yo no había escuchado.

—Sí, sería un honor ser su compañero.

Parpadee rápidamente en cuánto la mirada de Marco Diaz me hubo dejado y fijé la vista en el suelo intentando respirar. De ahí la vieja yo, cobarde, no podiendo soportar la mirada de alguien por más de cinco segundos, y eso que era mucho.

Jackie me codeó intentando despertarme. La miré.

—¿Dijiste que si?—se oía asombrada. Volví a parpadear.

—¿Que si a qué?

—Sophie te preguntó si querías ser la compañera de Diaz,—No.—y dijiste que si.

¿Que? ¿Yo había dicho eso? No tenía explicaciones, parecía controlarme con la mirada. ¿Y si...Marco Diaz controló mi voz? ¿O mi cuerpo? No. Era imposible.
Quizá yo había hablado sin darme cuenta.

Unbearable. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora