Oscuridad

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 El sobre amarillento que había hallado tenía la siguiente inscripción:
Si bajo nosotros vives,
Si desconoces el arriba
Y oyes pisadas en tu eterna noche,
No abras este sobre.
Pero si escuchas susurros
Y no le temes a la luz
Cuando ante ti aparece,
Lee con atención
Las siete cartas
Que te hemos dejado
Y abandona tu oscuro hogar.  

***

Querido oculto y/o superior:
Mis sueños son oscuros, pero, de vez en cuando, aparecen luces en mi subconsciente. No es que sepa cómo lucen realmente; sólo las veo al cerrar los ojos.
En este momento, sé que estás imaginando que soy un chico ciego. Bueno, no es cierto, mas tampoco es algo tan descabellado.
Vivo bajo tierra, al igual que toda una ciudad entera. Desde que las historias orales pueden recordar, el hombre siempre ha estado por debajo de la superficie. Los motivos no se conocen, ni tampoco se sabe qué hay arriba.

Todos se atienen a la gravedad y nadie es capaz de describir la luz del Sol, pues su existencia es casi un mito. Los colores que nuestros ojos distinguen son opacos, oscuros y aburridos, vacíos y sin vida.
Desde pequeño sé que soy diferente a los demás y, por eso, lo he mantenido en secreto, pero alguien más descubrió mis capacidades, o bien, lo predijeron. La cuestión es que se las han arreglado para que encontrara las cartas que me llevarán al mundo de afuera.
Sin embargo, creo que debería comenzar desde el principio. Si me permites, continuaré mi carta así:  

Mi nombre es Dum y soy el hijo único de Krad y Wodahs. De hecho, todos aquí son hijos únicos, pues no podemos exponernos a una superpoblación. Y con "aquí" me refiero a la ciudad de Somb. Tengo catorce años, edad en la que debo definir la continuidad de mi vida en forma profesional. Luego, a los quince, tendré que tomar por esposa a cualquier chica fértil.
Todos parecen satisfechos con estas fechas límites, mas yo no. Comprendo que a los cuarenta se acaba cualquier clase de productividad y que por eso todo se empieza desde temprano, pero... simplemente no encajaba en mí. Tal vez me aterra, no lo...

— ¿Qué haces, Dum?
—Casi me matas, Yerg —dije abollando el papel y guardándolo en el bolsillo más cercano.
—Casi. ¿Qué haces?
—Nada.
Con una mano, ella tomó el carboncillo con el que estaba escribiendo. Yo, como un tonto, intenté impedírselo, y terminé dejando desprotegida la carta. Yerg la alisó y leyó con ojos curiosos.
— ¿Quiénes son los oscuros y/o superiores?
—Nadie.
— ¿A quién le escribes? ¿Es un nombre clave para una chica?
— ¿Qué? Claro que no.
— ¿Y entonces?
No podía decir que era una historia porque allí los cuentos no abundaban. Sólo había leyendas y advertencias de nuestros ancestros. ¿Sobre qué hablarían si las aventuras no eran posibles, el amor se apresuraba, la vida era corta y nadie más que él conocía las verdaderas luces, y no esas tenues con las que iluminaban los rincones?
Por un segundo pensó que debía agregar a su escrito que se guiaban más por los otros sentidos que por la vista, el cual casi habían perdido.
— ¡Allí hay otra carta! Deberíamos dejar de gastar tantas raíces. Si me explicaras qué es esto, no sé lo contaría a nadie.
En un instante, también se adueñó del sobre que había recibido.
— ¡Seis más! Estarás en serios problemas... especialmente si alguien más lee esto.
—Lo harán si no me las devuelves.
—Ya sé. Le respondes a esta persona de aquí —exclamó Yerg señalando el viejo sobre.
—No sé quién me la envió.
— ¿Y entonces a quién?
—A nadie. Me gusta escribir.
— ¿Ah, sí?
—Sí —respondió imitando su tono de sorpresa.
— ¿Por qué escribir si puedes convertirlo en música?
—Si lo escribo en un papel, nadie tiene por qué leerlo.
—Sabes que pocas cosas se mantienen en privado.
—Créeme cuando te digo que no es así.

— ¿A qué te refieres? 

—A que todos tenemos secretos y a que, sin dudas, Somb nos oculta una gran cantidad de cosas.
— ¿Cómo cuáles?
Entré en pánico: Yerg no podía conocer sus verdaderas intenciones ni sus más profundos pensamientos.
— ¿Tienes las otras cartas? —cambió parcialmente de tema.
—No.
—Ya descubrí uno de tus secretos, aunque sonó más a una mentira.
—No mentí.
— ¿Y por qué no te estoy creyendo?
—Pues no lo sé, ese es tu problema.
— ¿Sabes qué? Ya se hizo la hora de trabajar.
—Claro, porque viniste hasta aquí teniendo sólo cinco minutos. Parece lógico.
—Sí tengo que trabajar. Lo siento —dijo Yerg despidiéndose con una sonrisa. Sabía que regresaría con más de sus preguntas.
Yerg era una chica de dieciséis años, razón por la cual mencionó que trabajaba. A pesar de su edad, ningún joven la había escogido por poseer una tez negra. Para ellos simplemente era raro encontrarse con alguien así, cuando todos eran blancos. Era algo así como una abominación de la naturaleza y, como aun así era una integrante de la naturaleza, no podía ser dejada de lado. Además, una utilidad debía de tener, por más que muchos prefirieron que la asesinaran luego de nacer. Permitir que continuara con vida fue una excelente elección, pues ella podía realizar tareas en las minas que se le dificultaban a la mayoría de los hombres. Yerg era fuerte, liviana y ágil a la vez. Ese era otro motivo por el que continuaba sola, pues de nada serviría ya si quedaba embarazada y tenía hijos. Entonces, de una forma u otra, siempre controlaron sus acciones para el beneficio de la sociedad.
Casi nadie le hablaba. Otros pocos y yo éramos la excepción. En mi caso, la conexión había surgido porque la tía de Yerg era mi vecina y la visitaba seguido. Era una persona simpática y muy sociable; a mí no me molestaba su compañía, pero de vez en cuando se volvía insoportable y simplemente tenía que echarla porque ya se estaba metiendo en sus asuntos privados.
En Somb no se conocía la privacidad, lamentablemente. Es decir, encontrar las cinco primeras cartas fue un acto complejo —y mantenerlas en secreto más —, y todavía le quedaban dos. La sexta estaba en las minas, sitio al que se le prohibía ingresar a cualquier persona que no trabajara allí. En lo que respectaba a la última... creía que se hallaba en la entrada al nuevo mundo.
¿Un ser extraño y superior los estaría observando en ese preciso instante? ¿Sabrían que él había recibido las cartas? Bueno, sentado aquí no obtendré ninguna respuesta. Aprovechando que la intrusa se había marchado, proseguí con mi escritura. Lo necesitaba y, de paso, tal vez, alguien le contestaría.  

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