Conexión

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Saqué todo lo que estaba en mis bolsillos. La piedra estaba bien y el carboncillo pronto se recuperaría, pero los papeles y sus contenidos estaban destruidos. No quedaba nada de ellos que se pudiera reconocer. 

Hundí mis dedos en mi pelo y grité rechinando los dientes. Golpeé lo verde que cubría el piso y me convertí en una bola. Ya era la segunda vez que destruía mis escritos, y cada palabra desaparecida era un puñal en mi estómago. Ni siquiera había tenido el tiempo de decidir si valían o no.

— ¡Dum! —chilló Yerg.

Comprobé que estaba en la otra orilla haciendo señas y gestos. Apenas la miré; estaba sumergido en mi duelo y no quería saber nada más con nada.

—Iré a traer a tu amiga —dijo la desconocida, cuya presencia había olvidado.

Mientras yo seguía lamentándome, Yerg llegó a mi lado.

—Oh, lo siento.

Aunque me encantaran las palabras, este no era el momento para implementarlas. El silencio estaba bien, pero lo había arruinado, removiendo los sentimientos que habían empezado a estancarse.

—Sé lo importante que era para ti... pero puedes escribirlo de nuevo, y mucho mejor de seguro.

— ¡No! Yo quiero esas palabras, no otras.

No creía posible el hecho de que las reprodujera con exactitud. Lo que era seguro era que me olvidaría de muchos detalles y de sensaciones que viví en el momento previo a escribir que ahora se verían nubladas por mi rabia. Jamás recuperaría esas palabras. 

Sin embargo, el enfado se fue debilitando y ya no tenía ganas ni de pensar.

— ¿Por qué no estás mojada? —le pregunté a Yerg al notar que estaba toda seca salvo los pies.

—Ella debe de tener una respuesta lógica.

Ella nos estaba mirando. Era alta, delgada —se le notaban los huesos de casi todo el cuerpo—, rubia y excesivamente blanca.

—Se los explicaré cuando hayamos llegado a la aldea —dijo con una voz dulce.

— ¿Y quién eres? 

—Soy Kara.

Yo preferiría haber cuestionado qué clase de criatura maravillosa era.

***

—Kara —exclamó Yerg un tanto desconfiada —, ¿quiénes integran la aldea?
—Ya lo verán —respondió como si nada.
— ¿Y dónde queda?
—No muy lejos.
— ¿Sabes quiénes somos?
—No con precisión, pero no es mi deber contarles.
— ¿Y qué es lo que sí puedes contarnos?
—Por favor, Kara, queremos saber cómo lo has hecho —intervine.
Kara, que iba adelante, me miró por encima de su hombro y me dedicó una sonrisa.
—Está bien, pero, en ese caso, también tendré que mostrárselos, lo que nos retrasará un poco.
—No hay problema —aseguró mi compañera, aunque para mí sí los había porque eso no me interesaba más que la gente que me había enviado las cartas.
—Los humanos tenemos cinco sentidos internos. Eso ya lo sabían, ¿cierto?
«Pues claro. No somos tontos». Sólo asentimos en su lugar. 

—Luego está el sentido que interno-externo, que establece una conexión inquebrantable entre el individuo y lo que lo rodea, ya sea otro ser humano, un animal o una planta, etc. Eso también, por supuesto.
—Emm... no —aclaró Yerg —. ¿A qué te refieres?
— ¡Al arte! ¿A que más? A la pintura, a la música, al canto, a la escritura, a la escul...
— ¿Escriben? —De pronto, mi curiosidad se había acrecentado.
—Naturalmente —Si bien le pareció extraño, no hizo ningún comentario y prosiguió:—. Y después están los externos que nosotros podemos manipular.
— ¿Todos? —dijimos Yerg y yo al unísono.
—No, todos no. Se requiere de muchos años de práctica y estudio.
— ¿Y en qué consiste?
— ¿Qué te parece, querida? ¡Ya lo has visto! Entendemos lo que el entorno hace. Cómo, cuándo, por qué, dónde... Si entiendes lo que el río quiere, puedes usar su poder a tu favor.
—Comprendo lo que dices, pero lo que hiciste va más allá de eso —le planteé.
—Pues no deberías comprenderlo, porque entender a un río desde el razonamiento no te llevará a ninguna parte. Debemos conectarte con él.
— ¿Cómo?
—Ya lo he dicho: práctica y mucho estudio. Y, ah, ¡perseverancia, señores!
Crucé miradas con Yerg. Ninguno de los dos le encontraba coherencia a aquella explicación. Como resultado, no hicimos más preguntas.  

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