Estrellas

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—Me gustaría poder comprender lo que dicen —comenté luego de muchas horas de caminata.

—Me gustaría que pudiéramos entender lo que nos quieren decir —comenté luego de muchas horas de caminata.
—A mí me gustaría que no se los comieran en Somb. No son los animales salvajes que siempre nos obligaron a creer.
—No, definitivamente no. ¿Por qué se dejarían cazar?
—No lo sé, pero mira —exclamó cambiando de tema:— ya casi camino como una personas normal.

***

Arriba estaba oscuro de nuevo, momento apto para salir. Esta vez estábamos rodeados por árboles, aunque estos vivían, pues estaban pintados de verde, amarillo y de colores más intensos que nunca había visto.
Contemplé cada detalle y, cuando los ojos me fallaron, recurrí a mover mis agotadas piernas para acercarme.
—Dum. ¡Dum!
Hice de cuenta que no la había oído. En otras circunstancias, me habría enfadado, pero, ante todo aquello, ¿cómo era posible concebir un sentimiento negativo?
— ¡Dum, regresa!
Di media vuelta y regresé sobre mis pasos, los cuales eran muchos.
Yerg se hallaba en la salida del túnel junto a los cinco topos. El que me había raptado se adelantó y me explicó lo que sucedía con un par de gestos.
—Quiere decir que ellos deben regresar —me aclaró Yerg —. Creo que no pertenecen al arriba.
— ¿Y hacia dónde vamos?
A pesar de que me había asustado que un animal gigante me lamiera, me dejara inmóvil y me llevara como su presa por toda su madriguera, era consciente de que no habríamos logrado llegar hasta aquí sin ellos, porque sabía que estábamos en el lugar indicado. Me decepcionaba que tuvieran que abandonarnos, incluso si eran por razones lógicas.
—Debemos seguir esa cola brillante allí a lo alto. Señala la dirección que nos llevará a dónde nos esperan.
Mi topo realizó una reverencia y los otros lo imitaron. Nos enseñaron sus patas traseras y se metieron en sus pasadizos sin darnos tiempo a nada.
—Gracias —susurró Yerg.

***

Aunque pudiera recuperar mi energía con un parpadeo, el terreno lleno de obstáculos no me hubiese permitido correr sin tropezarme. A veces, las raíces salían de la tierra, o parecían crecer en sentido opuesto al normal. Las hojas que colgaban de los árboles caían sobre nuestras cabezas y nos asustaban, sin mencionar que los ratones correteaban por allí y no se tomaban la molestia de esquivar nuestros pies.
Subir por la elevación del terreno fue realmente difícil, tanto como no perder de vista a la cola brillante. En cuanto alcanzamos la cima, un río serpenteaba a una corta distancia de nosotros. Era todo lo opuesto al arroyo de Somb, ya que el de arriba era más ancho y activo. Era plateado, pero no como el triste gris de las sombras; era, más bien, parecido a... a nada. Era único y precioso; reflejaba el brillo de la figura blanca enceguecedora, aunque la luz podría haber sido propia.
La música que producía era más bella que la que tocaban en el subterráneo y...
— ¿Qué hacemos ahora?
Cierto, no estaba allí sólo para ponerle palabras a las imágenes. Había gente que nos esperaba.
—Esperar a que esa gente esté de este lado del río.

—Que la suerte nos acompañe una vez más.

Siete CartasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora