— ¿Puedo atreverme a preguntar por qué el carbón de Somb puede llegar a salvarlos? ¿Por qué es tan valioso? —preguntó Yerg mientras estábamos metiéndonos a las cuevas por las que habíamos salido hacía tanto tiempo ya.
—La gente de Goud es diferente a la nuestra y a la de aquí —dijo Geluk—. No aprecian nada, aunque nosotros pensamos que sí podían desarrollar esa capacidad, así que nos abrimos a ellos... Al parecer, alguna de las propiedades del carbón les llamó la atención.
—Seguramente descubrieron que podían usarlo para ganar más dinero —agregó Waarheid—, y es lo único que nos atrevemos a darles.
Sí, se atrevían a entregar algo que no les pertenecía. Por eso yo estaba aquí.
—A pedir, querrán decir —los corregí.
La oscuridad se iba afianzando con cada paso que dábamos. Viejos olores llegaron a mi nariz y los recibí con un desagrado menor al que esperaba, pues todo me recordaba un poco a lo que había vivido, a esos catorce años de mi supuesta realidad, que ahora sabía que eran menos. Lo quisiera o no, en ese lugar habían nacido mis sueños y palabras especiales que, si bien no fueron las mejores que implementé, fueron las primeras que llenaron mis papeles y mi mente.
Mis acompañantes usaban sus habilidades para percibir a los integrantes de la oscuridad, mas no siempre tenían éxito y tropezaban con las rocas que habían sido invisibles para ellos. Para mi sorpresa, a pesar de la distancia y los grandes cambios que había atravesado, no había olvidado cómo recorrer esos túneles. Sin embargo, la que estaba más habituada a este sitio era Yerg, razón por la cual ella era quien lideraba la marcha.
Pronto, comenzaron a oír un repiqueteo. En ningún momento me había puesto a pensar qué hora era en Somb. Esos trabajadores se asustarían mucho si veían a tanta gente nueva. Es decir, todos creían que no había nada arriba más que peligro. ¿Nos considerarían peligrosos a Yerg y a mí por haber transgredido sus normas? ¿Y a ellos, a los extraños? ¿Cómo los verían a ellos que ni siquiera habían tenido la oportunidad de conocer? Quizás, les aliviaría saber que criaron a uno de ellos y que no les salió tan mal... aunque sí lo hizo. Sólo pude confortarme con la idea de que eran gente pacífica, que no se atreverían a hacernos daño. Sin embargo, al mismo tiempo alababan el orden y la disciplina como los maanitas a la naturaleza, y su llegada los desafiaba y los ponía en juego.
—En el próximo giro es probable que nos crucemos con alguien —advirtió Yerg—, así que estén atentos pero, sobre todo, callados. Déjennos hablar a Dum y a mí.
Reprimí mis pensamientos negativos y dejé que Yerg desarrollara sus propias creencias poco fundadas. Ella iba a tener que hacerse la fuerte cuando nos rechazaran a todos.
Disminuimos el paso y me coloqué junto a la líder del grupo. Los martillazos sonaban cada vez más cerca, más intensos. Viejos recuerdos vinieron a mí, aunque se notaban más en los ojos de mi compañera. De todos modos, eso me parecía, pues me había desacostumbrado a la oscuridad y no me resultaba muy sencillo apreciar todo con lujo de detalles. Lo único que se había potenciado era mi percepción de las cosas en el silencio.
— ¿Escuchaste eso? —dijo alguien en las minas.
—Sí. Pensaba que me lo estaba imaginando.
Lo que al principio era alegría por no haber tenido alucinaciones, había pasado a ser miedo por todo lo que significaba esto último.
—Klab, Tsol, somos Yerg y Dum.
A lo lejos, otros mineros eran ajenos al reencuentro y continuaban trabajando, pero, por todo lo demás, había nacido el silencio.
Yerg se asomó y luego le seguí yo, y me topé con rostros que no sabían qué expresar; se debatían entre el horror, el asombro, el cansancio y un suspiro, entre qué era lo correcto y qué no para esta circunstancia. A todos se les notaba que tenían algo para decir, algo que se les escapaba de los labios, pero ninguno se atrevía a escupirlo. Por lo tanto, simplemente nos miraron y nos dejaron pasar como si fuéramos una extraña serpiente venenosa que no podían ni siquiera tocar y que, a la vez, admiraban por su majestuosidad y valentía.
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Siete Cartas
AdventureSi bajo nosotros vives, Si desconoces el arriba Y oyes pisadas en tu eterna noche, No abras este sobre. Pero si escuchas susurros Y no le temes a la luz Cuando ante ti aparece, Lee con atención Las siete cartas Que te hemos dejado Y abando...