Pasado

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Pasó más del tiempo que hubiese deseado, pero conseguí lo que tanto anhelaba, aunque no fue de la forma esperada. 

Kyya y Kara me contaron la verdad a duras penas, algo avergonzadas, ya que su territorio solía ser mucho más amplio. Digo solía porque les fue robado por un grupo vecino totalmente opuesto a ellos. No eran pacíficos, no entendían a la naturaleza y no la respetaban. Tampoco les importaba que ya había gente viviendo en esas tierras, no. Sólo les preocupaban sus propios intereses y, al parecer, correrlos de su hogar les proporcionaba justo lo que necesitaban. De todos modos, siempre querían más. 

Ser pacíficos nunca había traído muchos beneficios, especialmente si el resto no lo era. Cualquiera podía aprovecharse de su bondad, o peor: de sus principios. Los aldeanos se habían debatido entre sobrevivir y renunciar a sus creencias. Por otro lado, tampoco podían defenderse fervientemente, pues sabían que esa tierra no les pertenecía; nadie era dueño de la naturaleza. Sin embargo, estas personas sí deseaban sobrepasarse en su actitud típica de humanos primitivos. Al menos, en Somb huían de sus temores, pero estos otros eran guiados por una sed que ni ellos sabían cómo saciar. ¿Para qué necesitaban tanto? Sí, yo estaba acostumbrado a la igualdad, a la rutina, a hacer lo que me ordenaran —o hacer de cuenta que obedecía—, pero no mi cerebro no lograba comprenderlo. Era algo dañino tanto para la gente de Maan como para ellos mismos. Al parecer, no debían de verlo, pues, si conocieran el peligro en el que se estaban colocando, no actuarían de la misma manera, aunque, de nuevo, eso se correspondía a mi pensar y proceder. Incluso Yerg, que había crecido conmigo, era distinta y miraba al mundo con otros ojos. No era lógico que todos hicieran lo que yo consideraba correcto, sin importar si yo tenía razón o no. De todos modos, no iba a dejar de pensar que eran unos egoístas y ciegos

El poder, el engaño y el dinero fueron sus grandes armas. Ni una gota de sangre fue derramada en batalla, mas quién conocía el número exacto de fallecidos como consecuencia de su aparición, porque era algo demasiado indirecto y las causas podían ser otras, si así quería verse.

Con el pasar de los años, este pueblo, conocido como Goud, fue acercándose más y más, hasta que se impuso. Habían estudiado a su "enemigo" y sabían con qué acorralarlo. El enfrentamiento físico estaba descartado, lo que resultó una ventaja. Lo único que podían intentar era ganarse la tierra con dinero o, mejor dicho, con productos de la naturaleza. Además, lo que necesitaban se hallaba en Somb.

Para Maan, todas habían sido negativas y, al final, tuvieron que retroceder luego de un año y quedarse con muy poco. Las esperanzas se acabaron cuando abandonaron sus raíces cuatro años más tarde y, ahora, si bien habían encontrado la forma de seguir adelante, nada era lo mismo. Deseaban volver a sus tierras, ¿pero cómo? Si conociera una forma de ayudarlos, lo haría sin dudarlo, no sólo por ellos, sino por el lugar que me describieron que, en realidad, no era para nada ficticio. Había llegado allí buscando una nueva vida y no estaba dispuesto a renunciar a mi sueño.

 —El pueblo en general quiere regresar, ¿pero es un hecho? ¿Hay gente dispuesta a hacer lo que sea necesario para recuperar sus tierras? —dije luego del relato.

—Esas tierras pueden pertenecer tanto a nosotros como a ellos —dijo Kyya.

—Pero se están muriendo. No pueden seguir viviendo aquí.

— ¿Y qué sugieres? —intervino Kara.

—Que sean lo que me prometieron, que sean un lugar mejor que Somb.

Me dolía hacer la comparación porque, en realidad, aun desintegrándome por el hambre, preferiría sentarme sobre esos verdes pastizales y dejarme quemar por la luz hasta que todo acabara. Un día más en esa cueva provocaría en mí una muerte súbita. De todos modos, mi instinto me incitaba a utilizar una especie de amenaza. Ellos tendrían sus principios y sus reglas, y estaba bien que así fuera, pero ya no salían ganando. Todavía era posible que enfrentaran sus problemas como creían que era correcto. Sí, la naturaleza es de la naturaleza, mas el hombre necesitaba aprovecharse de ella para subsistir. Era maravillosa la forma en la que se conectaban con el entorno; ya era momento de que cambiaran el rumbo y se redujeran a lo que sabían que necesitaban.

Siete CartasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora