Capitulo 2

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-Entonces tenías el cabello más largo, pero me soltaste el mismo discurso acerca
de aprender cuando te ofreciste a enseñarme geometría.  

Manuel no se podía creer que la volviera a ver después de todo
ese tiempo. La última vez que le vio fue...Frunció el ceño. Tenía que ser aquella noche antes de irse con los marines. Le fallaba la memoria, había bebido demasiado esa noche. Recordaba que se habían encontrado y él le había preguntado si quería que se fueran a dar un paseo en su
coche. Para su sorpresa, ella había accedido y luego él la había dejado conducir.

Habían terminado en un aparcamiento en alguna parte y la había besado... varias veces. Lo que sucedió después no estaba nada claro. Pero a la mañana siguiente él se había despertado con la peor resaca de su vida. Todavía le dolía la cabeza de pensarlo. Y la vaga sensación de culpa que sentía, sin duda era resultado del hecho de que nunca más se había puesto en contacto con ella desde esa noche. 

En su momento, se preguntó hasta dónde habrían llegado. No muy lejos, pensaba, no con Mayte. Ella era una buena chica. Lo más opuesto a él. Tal vez eso explicara por qué se habían mirado antes con tanta hostilidad. Probablemente él habría hecho el idiota esa noche y ella lo habría puesto en su lugar cuando trató de seducirla.

La miró con nuevos ojos. Solía llevar el cabello color miel más largo, casi hasta la cintura. Ahora lo llevaba por el hombro. De repente, el recuerdo de sí mismo acariciándole ese cabello sedoso se apareció en su mente tan súbitamente como la explosión de una mina anti personal. Parpadeó ante esa visión inesperada, pero cuando trató de volver de nuevo a esa imagen, ya había desaparecido. 

Ella tenía ojos de gata, un poco hacia arriba por el exterior. De un color verde intenso que le recordó la selva filipina. ¿No llevaría lentes de contacto? Se recordó cínicamente a sí mismo que las mujeres tenían varias formas de camuflarse y aparentar lo que no eran, desde operarse la nariz a hacerse implantes de silicona en los senos. Recorrió su cuerpo con la mirada. Llevaba unos pantalones cortos de color caqui y una camisa rosa. Nada especialmente sexy. Ropa muy práctica. Pero debajo había un cuerpo espectacular, como el de Marilyn Monroe, no muy popular en la actualidad, pero el preferido por cualquier hombre sobre las delgaduchas que parecen haber salido de un orfanato o un campo de refugiados. Ya había visto demasiadas así en sus misiones. Sus miradas de gratitud y sonrisas tímidas cuando les ofrecía chocolatinas seguían asaltándolo en sus sueños por las noches.

Mayte, además, tenía fuerza interior combinada con un cálido corazón. Ahí tenía a una mujer que afrontaba la vida de cara. Una mujer que no se dejaba impresionar por su uniforme, que lo estaba mirando desaprobándolo, la clase de mirada que había recibido él siempre de los adultos durante su vida de adolescente. Que hacía tiempo que no recibía.  

-Ha pasado mucho tiempo -dijo él.  

Ella se encogió de hombros.  

-Mayte... Llevas el cabello más corto ahora.  

-Y tú también -dijo ella, molesta-. Pero volviendo a tu hija. Creo sinceramente deberías asistir a las clases que te he dicho.

Él la interrumpió agitando una mano.

-Ya has dicho que vas a trabajar conmigo. Ya no hay vuelta atrás.  

-No estaba tratando de hacerlo.  

Él la miró fijamente.

-Muy bien, tal vez lo estaba intentando -añadió ella-. Porque no estoy segura de que tú quieras aprender y trabajar conmigo.

Él la miró de la misma manera que hacía que sus reclutas se estremecieran en sus botas.

-¿Estás cuestionando mi compromiso?

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