La hoja.

107 0 0
                                    

— Érase una vez una casita muy, muy grande, que tenía dentro otra casita muy pequeña…

— ¿A qué viene lo de la “casita”? ¿Es que te crees que los niños son lelos o qué? – su expresión mostraba un desprecio total por aquellos tópicos mal construídos – Además ¿cómo va a ser una “casita” si es “muy grande”?

— ¡Hala! ¿No estarás exagerando? A los niños les gustan estas cosas ¡joder, son niños!

— El “joder” no te va a dar la razón; no vas a parecerme dura, ni nada de eso (si es lo que pretendías)… No vas a hacerlo “decente” entonces ¿no?

— ¡Vale, vale! Si lo sé no empiezo ¿Te puedes callar ya la boca y dejarme contar ya el cuento, JODER?

— …

Érase una vez una casa muy, muy grande que tenía dentro una casita muy pequeñita. En esta casa más pequeña vivían varias familias de gallos y gallinas; vivían cómodamente, con su pienso y su paja en abundancia, comiendo, durmiendo y cotilleando con el resto del corral, sin más problemas. Era, en definitiva, un lugar tan normal como cualquier otro.

Un día, dos pollitos de diferentes familias se hicieron muy amigos; donde estaba uno, estaba el otro. No podían estar separados y siempre andaban con sus pequeñas patas, jugando con las piedrecillas de la tierra, cotilleando con las gallinas y, de vez en cuando, molestando a los fuertes y valientes gallos que asustaban con su fuerte cacareo a los pollitos.  Sin embargo, con el tiempo, uno de los pollitos fue creciendo y se hizo más fuerte y más gallardo que el otro. Todos en el corral se admiraban de lo rápido que crecía uno, y de lo débil y asustadizo que parecía el otro. El pollito que, además de ser fuerte y valiente, tenía mucho carácter, quería ser como los demás gallos y se enfadaba mucho cuando veía que el pollito pequeño se asustaba de los gritos y lloraba. No entendía porqué no podía ser como él; aún así, los dos pollitos seguían jugando juntos porque se querían.

No ocurrió nada nuevo hasta que, de repente, un día algo trastocó el mundo del pequeño y cobarde pollito: alguien dejó caer una hoja de un libro en la puerta de la casita de los gallos y las gallinas. El pollito débil y asustadizo no sintió nada de miedo al ver esta cosa tan extraña; antes bien, sintió una gran curiosidad. Sintió tantísima curiosidad por aquel extraño papel con garabatos que, sin pensárselo dos veces, no se sabe muy bien porqué, se lo comió, y más contento que en toda su vida, se fue a dormir con el resto de los gallos y gallinas. ¡El pobre pollito no sabía lo que se había comido y lo que le iba a pasar por aquel atrevimiento!

Al despertar por la mañana, el pollito cobardica fue corriendo, como todos los días, a jugar con el pollito embravecido pero, aunque no se daba cuenta, algo había cambiado, y en cuanto su amigo lo vió venir con aquellos movimientos tan rápidos, se asustó muchísimo: ¡se había convertido en un búho!

¿Cómo podia un pollito convertirse en un búho? ¿Qué diantres había pasado?

Los dos se miraron durante unos segundos y el pollito fuerte, gallardo, valiente, embravecido y de gran carácter salió disparado por la ventana de la casita, que era la única salida que tenía a mano, dándose un buen golpe contra el suelo, lo que, no obstante, no le impidió seguir corriendo.

El búho, ante semejante reacción, comenzó a llorar sin remedio ¿Por qué no quería jugar con él? Su amigo, su mejor y único amigo, le había abandonado; se había ido, le odiaba. ¡Pero no era así! El búho no se daba cuenta de que el pobre pollito valiente y él eran diferentes. Él era ahora demasiado grande; su pico era demasiado grande y, como nunca podia cerrarlo del todo, aterrorizaba al pollito que, en realidad, no era tan valiente como todos pensaban.  Sin embargo el búho seguía sintiendo muchísimo dolor y lo intentó todo para volver a ser normal: quiso vomitar la hoja de papel, arrancarse sus gigantescas plumas e intentó estrechar su cuerpo, metiéndose dentro de una caja enana. No hubo manera.

El Fantasma de Cristal y otros cuentos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora