- Voy a necesitar más.
- Lo siento, pero no puedo asegurarte esa cantidad- su voz tiembla y no se atreve ni tan siquiera a dirigirle la mirada; sabe que él va a presionarla y que el monstruo es capaz de hacerle cualquier cosa- Cada día es más complicado conseguirlos; ya sé que los periódicos no dicen nada, pero la gente murmura y cogen a los niños de la mano con una fuerza que…
- Te pago lo suficiente como para ser tu único cliente – la figura, de rostro apacible, surge de un sombrero de ala inclinada- Espero que no te estés volviendo avariciosa, Enriqueta: veo que tienes un salón magnífico, y que tu vestido es de una tela excepcional- se levanta del sillón de cuero rojo y posa su mano sobre el hombro de Enriqueta, acariciando la tela del vestido, mientras sube lentamente hacia el cuello- Estoy seguro de que encontrarás la manera de satisfacer mis deseos… Voy a necesitar más.
Enriqueta llevaba años haciendo lo que hacía, y no tenía ni la más leve conciencia de que aquello estuviera mal, al fin y al cabo ¿cuánta gente le pagaba por su trabajo? ¡Cuidado, y no cualquier persona! ¡No señor! A ella recurrían personas de las más altas esferas para que les concediera sus pecados. Sí señor, su función era tan indispensable como la del sacerdote, pues ¿acaso no era toda aquella lujuria parte indivisible de la naturaleza de aquellos hombres y mujeres que se presentaban cada sábado en sus pisos? Ella solo era la mediadora, la que conseguía los elementos indispensables para que estas personas extraordinarias pudieran continuar con su apacible vida los otros seis días de la semana.
Tampoco es que le hubiera resultado sencillo llegar hasta ahí: habían pasado veinte años desde que ella misma comenzó a prostituirse, y de la forma más barata, dicho sea de paso. Hasta que pudo meter el hocico en estos depravados círculos, totalmente alejados de la civilización, pasaron un par de décadas en las que sus amistades, que albergaban iguales o peores perversiones, venían acompañadas de la falta de “decoro”, por llamarlo de alguna manera, que al menos los otros se veían obligados a conservar para evitar el escándalo. De antros de hedores indescriptibles, Enriqueta dio un verdadero salto en su carrera , de ser una cualquiera, a madame de modos en ocasiones cuasi afectados . Y todo gracias a sus brebajes o, como ella lo llama, sus conocimientos de lo oculto. Hasta ese momento, dicho conocimiento no consistía en otra cosa que potingues, plastas y conjuros, muy llamativos y obscenos, sin duda, pero totalmente inútiles. Sin embargo, por una serie de coincidencias y gracias a estos y otros extravagantes contactos que ella frecuentaba, Enriqueta llegó a tener en sus manos un libro cuyos caracteres y jeroglíficos ni ella misma, ya por estos tiempos experta en rituales arcanos, podía descifrar. Aunque los textos que contenía estaban escritos en una lengua totalmente ajena a todas las que ella o sus allegados conocían, sí pudo descubrir a base de paciencia y alcahuetería una leyenda sobre el libro, que más tarde la cautivaría hasta los límites de lo humano; límites que ella misma creía sobrepasados hacía ya mucho tiempo. Entre los garabatos de aquél despropósito de hojas se encontraba el manual de los muertos, aquél que proporcionaba, al que pudiera entenderlo, el conocimiento de lo oculto, la capacidad de la inmortalidad, la resistencia definitiva a la muerte, con la única condición que el hombre puede pagar: la carne. Sangre por sangre, carne por carne. No parecía aquello demasiado para Enriqueta o sus clientes, desde luego, pero tampoco le pareció cierto todo el asunto. Sin duda, la mujer debió de creer que el libro era fruto de algún personaje que, como ella en otros tiempos, tuvo que desarrollar su misma “función”, para sobrevivir en el mundo de los depredadores: nada nuevo, la verdad. Y si no fuera por el terror y la grima que le producía el hombre del sombrero torcido, la cosa probablemente se hubiera quedado ahí. El mito. Pero la cobardía y el destino consigieron que Enriqueta conociera a las personas adecuadas.
Había por aquél entonces en Barcelona un doctor en lenguas clásicas muy interesado en las “jovencitas”, como él mismo las llamaba con ese deje que en el fondo dejaba muy claro en qué estaba pensando el maestro. Enriqueta proporcionaba discretamente a uno de sus compañeros de estudios otra clase de placeres todavía más inombrables, y el hambre no tardó en juntarse con las ganas de comer. Sin esforzarse demasiado en evitarlo, el depravado profesor se dejó atrapar por la extensa tela de araña que empezaba a cubrir la ciudad, hasta convertirse en un asiduo de las sesiones que tenían lugar en una buhardilla del centro. Entraba y salía de la oscuridad, como quién se transforma en otro ser humano al llegar la noche. Un día, después de un momento de especial debilidad con una chiquilla de una edad aberrante, incluso para él, Enriqueta se lanzó a por su presa y convenció al avergonzado profesor para que la siguiera a una de sus guaridas. Entre los dos no tardaron demasiado en averiguar lo suficiente como para intentar llevar a cabo el primer experimento…
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El Fantasma de Cristal y otros cuentos...
Короткий рассказFantasmas, comediantes, hombres-pez, monstruos en forma de rata, magos, hadas, asesinos... Un cuento de ficción cada quince días; un libro de relatos en red que siempre tiene una historia nueva que contarte. También en http://elfantasmadecristal.wor...