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02. Inoportuno sargento
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Una de las cosas que recuerdo aún, eran aquellas noches donde el sol comenzaba a ocultarse y me escabullía hacia la habitación de mamá. Pasábamos la noche platicando sobre cualquier cosa, desde su infancia hasta cómo llegó a enamorarse de mi padre, el mismo que huyó apenas supó que venía en camino. Por lo que sabía, él era un hombre de negocios que vagaba de ahí para acá. Mi madre nunca tuvo problema alguno al hablarme de él, incluso, mencionaba lo mucho que yo le recordaba a aquel tipo. A veces, cuando ella lograba dormirse, yo despertaba en la oscuridad de las cuatro paredes, rodeada de las sombras que hacían los objetos en el cuarto ante el impacto de la tenue luz de luna que recibían; había una ventana cerca de la acolchada cama, amaba ver a través de ella porque casi siempre podía ver el cielo despejado de Varsovia y con él, la luna llena de dicha.

Desde acá, en cielo americano, rara vez puedo observarla. Es inimaginable el vacío que se siente ante ello, es como recordar de golpe todo lo que ya no existe.

Está noche no habría función, pues con el desastre que hice ayer las cosas se complicaron. Había escuchado que era porque tenían que hacer un ajuste en las coreografías y no sé qué cosas más, realmente no le había tomado atención porque lo habían comentado en la hora del desayuno y bueno, yo tenía hambre.

Me prohibieron volver a presentarme como bailarina, porque mi trabajo era estar detrás de los escenarios, no dije nada y me obligué a tragarme mis comentarios. La verdad, yo no sentí que fuera mi culpa en sí, porque yo no insistí en bailar y en hacer el ridículo, Amelía me obligó a hacerlo para dejarme en vergüenza, pero obvio, no podía ponerme a la defensiva sino me iría peor. Por otra parte, algo muy en el fondo de mí estaba agradecida, la coordinación y el baile no son lo mío, además de que los ensayos eran demasiado tediosos y cansados, sin mencionar lo abrumadores.

Quería creer que todo sucedió por mi falta de experiencia y no por mi torpeza. Recuerdo vagamente a mi madre contarme una de esas noches, que salía a urtadillas con su amiga, decía que se escapaba del abuelo para ir a los bailes en la plaza; me hubiese gustado que ella me enseñará a bailar antes de irse, tal vez las cosas hubieran resultado diferentes.

Estaba enmendando el suéter de Geraldine, una de las trapecistas con la que sólo hablaba para pedirle que se midiera las prendas que confeccionaba para ella; sentada en una de las tarimas que estaban apiladas fuera de la carpa, alumbrada apenas por uno de los faroles que había en la lejanía, aunque no estaba tan oscuro. Todo seguiría en orden por un rato o Hasta que dejen de ensayar y hacer lo que sea que estén haciendo, y yo podría respirar
tranquilamente sin ninguna voz ostigoza taladrandome los oídos con sus reclamos, pero la tarima donde estaba se tambaleo cuando un cuerpo más pesado que el mío ocupó el espacio vacío del lado izquierdo.

- Veo que aún así no disfrutas los días sin trabajo. - Murmuró Benjamín a mi lado.

Giré a verlo, en su cabeza tenia su famosa boina verde, la misma que traía en cuanto lo conocí, y su cara estaba ligeramente sucia, tenía en sus manos un trapo lleno de pintura y sus azules ojos tenían unas marcadas ojeras de bajo, adornando su rostro. Aveces solía cuestionarme si realmente tenía noción de lo que con ello demostraba porque aún con todo ese peso, se limitó a sonreír. Por una parte me asombra el trabajo de ser un payaso, es decir, todos los payasos aquí están por alguna tragedia o deuda, con algún pasado trágico o alguna historia triste que contar, aún así, ellos se limitan a entretener y mantener una sonrisa en los asistentes. Era extraño, yo no podría hacerlo... o sea, intentar que el público se olvide de sus problemas por un rato mientras ellos tienen problemas personales tras la pintura en sus pieles, debía ser realmente un dilema enorme. Creía fervientemente lo magnífico y envidiable que llegaba a ser.

La Chica Anónima || Bucky BarnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora