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Era increíble la manera en la que la gente llegaba a ver las cosas, unas personas podrían redimirse a contarlas como creían que eran y a los demás, sólo nos tocaba ver en primera fila la realidad de un tiempo incierto. Esperando con los ojos bien abiertos, un final menos catastrófico.
A principios de septiembre, el mundo que conocía para entonces, estaba sumergido en un profundo abrevadero de caos, donde los animales más grandes peleaban para beber; donde las diferencias los hacían confrontarse unos a otros; donde los más pequeños no teníamos oportunidad de una tercera opción, estabas a favor o en contra, nada más. Nuestra voz no se hacía escuchar y la autoridad lideraba tropas criminales que irónicamente no causaban ninguna falta moral, el delito en sí, era no seguirles en su batalla. Éramos nada en comparación a los grandes tanques de guerra. Nos tocó escondernos cual ladrón, sometidos a la miseria que era nuestro país, nuestro pueblo. Nuestro hogar.
Se llevaban a mis vecinos, a los clientes de mamá, a la familia de mis compañeros de escuela. Saqueaban las tiendas en los suburbios, golpeaban a todos por igual, los negocios eran obligados a dar su dinero al gobierno alemán. Se paseaban entre las calles como si fueran los reyes de la Polonia sombría que habían consolidado con todos esos atroces actos malévolos. Tenía miedo.
Mi madre solía hablarme en voz alta mientras sostenía mis manos temblorosas entre las suyas, tratando de callar con su risa el sonido de las metralletas. Me aferraba a ella como una vía de escape a mí espantosa realidad. Ella acariciaba mí cabello, acunandome entre sus brazos prometiendo que pronto todo acabaría, intentaba dejarme dormida para luego irse y comenzar a empacar. Debí suponer que quería dejarme sola desde un principio.
Para entonces solo éramos mi abuelo Phineas y yo, mientras durará.
Recuerdo haber caminado de su mano, por lo que en mi concierne, horas. Llevaba en mi mano libre mi maleta, con la muñeca de trapo que mamá me había regalado cuando cumplí catorce, se asomaba por una abertura. Habíamos dejado atrás la escuela a donde iba, y aunque odiara madrugar para ir a ella, la extrañaría e incluso, a mis abominables compañeros. Dejamos también la pastelería donde trabajaba mi madre de repostera, me entristeció pensar que no volvería a verla camino a casa, con aquella sonrisa enorme y la calidez de sus abrazos al rodearme. La sastrería del abuelo, donde le ayudaba a enmendar la ropa que le llevaban, donde me encargaba de plasmar mis sueños y contarselos a él, extrañaría la ruidosa máquina de coser, la mesa de corte y las reglas de trazo. Pero sabía, por mucho que detestara admitirlo, que era lo mejor para ambos.
Estába dando un enorme paso, que bien podría compararse con saltar a un enorme precipicio.
Un año más tarde, me abrían separado de la única familia que me quedaba, sometieron a mi abuelo Phin a electroshocks con la finalidad de dejarlo débil y que no tuviera fuerzas suficientes para alcanzarme en el vagón, lo último que recuerdo era su rostro inflamado, llamándome mientras intentaba tocarme en la lejanía con la mano estirada. Me tocó ver, como me distanciaban de él, de como el abuelo luchaba por llegar a mi. Y era lo más triste, que los soldados vivían engañados creyendo que nos hacían un favor al sacarnos de allí, siendo que en realidad, nos estaban matando en vida al hacerlo.
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La Chica Anónima || Bucky Barnes
Sonstiges"- Es curioso que cada que nos encontremos no tenga la oportunidad de saber su nombre, en mi mente la recuerdo como la chica anónima." || E n e d i c i ó n || La historia está ambientada en la película "Capitán América: El primer vengador". Espero...