El fino hilo de la vida

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Sus piernas estaban adormecidas de tanto correr, necesitaba parar, sin importar donde se encontrase en ese momento, lo inundó el cansancio, algo inexistente para un ángel, pero para un ser humano algo común y rutinario, tenía que descansar. Se adentró a un callejón oscuro, quería ser absorbido por el velo de la noche, desaparecer en ella.

Mientras presionaba su espalda contra la pared, sus jadeos comenzaron a ser más intensos, se hundió en la oscuridad, posó su brazo encima de un contenedor de basura, cuyo olor era tan nauseabundo, que no dudo un segundo en retirar rápidamente el brazo de él y fue en aquel instante que comenzó a escuchar unos murmullos justo del otro lado de esa caja de mental, caminó lentamente hacia dónde provenía dicho ruido, quería escuchar las palabras que salían en casi balbuceos silenciosos.

―Limpia mi corazón de todo lo que esté mal y prometo que ante cualquier cosa yo, confiaré en tus manos mi mañana. Amén.

Lo que oía era una oración, hecha susurros que le calaron el alma devolviéndole la paz que le faltaba, esa paz que sosegaba el torbellino en el que se hallaba.

― ¡Sal de ahí, que ya te oí! ―reclamó el ser al que pertenecía dicha oración.

Gabriel, caminó sigilosamente dudando, pero ya luego de manera decidida se descubrió a si mismo ubicándose delante mismo de aquel hombre.

― ¡Santo cielo muchacho! ―dijo este al ver su rostro―. Ven, no tengas miedo―continuó, haciéndole un lugar sobre los pedazos de cartón y periódicos.

Gabriel quedó inmóvil, luego se acercó y se ubicó a un lado suyo sin pensarlo dos veces, se llevó una mano en el pecho a modo de apaciguar los latidos de su corazón, que hace unos minutos atrás casi se le salían por la boca.

― ¿Estas huyendo de algo?

―Sí... digo, no―contestó apresuradamente ―. Solo estoy perdido―concluyó.

―Ah. Eso pasa a menudo cuando no eres de por aquí. ―dijo el hombre mirándolo fijamente.

Ya sentado a un lado suyo, recostó su cabeza por la pared, esperando todas las preguntas obvias que estaba seguro le haría. Pero para su sorpresa, solo el silencio colmó entre ellos dos, Gabriel lo observó extrañado, este, sin embargo, tomó una bolsa con un contenido desconocido y una vara el cual utilizó para apoyarse y levantarse.

― ¿A dónde vas? ―preguntó conmocionado.

―Tranquilo muchacho, tú solo quédate aquí y no te muevas, volveré en unos minutos.

―Pero no puedo...

―Puedes esperarme―dijo apresurado el hombre.

― Pero... ¿dónde irás? No quiero quedarme aquí solo―recalcó Gabriel, antes que el sujeto lo interrumpiera de nuevo, se levantó del lugar en el que estaba tomando asiento, dispuesto a seguirlo.

―Este lugar es seguro, al menos hasta el final de la noche, solo espérame―dijo este, colocando una mano en su hombro.

¿Seguro? Se peguntaba así mismo mientras recorría con la vista su alrededor, y lo poco que vio en medio de la penumbra bastó para que dudara de la seguridad de aquel lugar, había chatarras por todas partes y algunas que otras personas durmiendo encima de ellas, no era muy buen visto aquello.

― ¡Espera! ―grito al hombre.

Este se giró hacia él, y colocándose el dedo índice sobre los labios, le ordenó guardar silencio y se retiró.

Gabriel se tumbó entre el cartón y permaneció allí, cerrando los ojos con fuerza, el corazón se le comenzaba a acelerar nuevamente, abrumado trataba de no pensar, no quería volver a traer en la mente a esa escalofriante figura, pero no había manera de evitarlo, aquellas palabras, fueron como un cuchillo que dejó en él una herida que no dejaba de emanar sangre. ¿Qué habrá querido decirle? ¿Qué macabro plan escondían aquellas palabras?

La Hija de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora