El comienzo

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Al acabar de realizarle los estudios pertinentes, Judith lo devolvió a la habitación, esta no abrió la boca en todo el trayecto de vuelta, estaba sumida en su propio mundo, ese mundo donde no existía lugar para la tristeza, lo reflejaba su mirada y el brillo de la tranquilidad en sus ojos.

Gabriel, sin embargo, aprovechó el silencio entre los dos para observar de manera más detenida a las personas de los pasillos. Notó bastantes diferencias, pues algunos eran de tés blanca otros morenos, de cuerpos pequeños, altos, fornidos, delgados, ancianos, jóvenes y aquello que tanto el señor amaba y cuidaba, los niños. Vio como algunos de esos seres inocentes se encontraban recostados en las camillas, recibiendo el mismo líquido trasparente que a él le suministraban.

Aquello que recalcó y de hecho llamó bastante su atención, fue, que aquel lugar estaba colmado de dolor, las pocas personas que llegaban a sonreír lo hacían, por costumbre o por simple demostración de afecto hacia aquellos que se encontraban padeciendo un dolor similar.

Luego, pudo ver a John entre un grupo de gente, abrazándose unos a otros, derramando lágrimas silenciosas, su amigo abrazaba con fuerzas a una mujer de baja estatura, tratando de que con la poca fuerza que sus brazos cansados ofrecían apaciguaran por lo menos un poco, el dolor de ambos.

Al llegar a la habitación, Judith pidió ayuda a un asistente para colocar de nuevo a Gabriel en la camilla, para así realizarle las curaciones básicas a sus heridas. EL muchacho, con suma delicadeza volvió a colarle la pierna fracturada entre las tuercas, para que así, esta quede en el aire, le colocó el suero y se retiró.

―Ju... Judith―dijo indeciso Gabriel.

―¿Si? Dime―respondió la enfermera mientras juntaba los utensilios de curación en una bandeja.

―La familia con la que nos cruzamos...―comenzó a decir―. Ellos, lloraban. ¿Sabes por qué lo hacían?

El rostro tranquilo de la mujer cambio por completo dibujando la tristeza en el .

―Por un niño, de 14 años, mañana será desconectado de la respiración artificial que lo mantiene vivo. ―dijo finalmente, y largó un suspiro pesado.

―No entiendo...―susurró Gabriel―¿Por qué lo desconectarían? ―peguntó anonadado―¿Por qué si aún puede despertar? Solo es cuestión de fe. ―susurró, desconcertado y cohibido.

Judith notó a Gabriel muy tenso, reprimiendo un aparente enojo que para ella no tenía sentido

―Sabes, ese niño está en coma de hace tres años y lo único que lo mantiene con vida es una máquina ―guardo un pequeño silencio mientras miraba fijamente a Gabriel―. Sus padres quedaron ya sin nada, vendieron todo lo que tenían con la esperanza de que un día despertará, pero nada, nada, sabes, ni una señal―recalcó triste―. Dudo mucho que sigan pensando en una esperanza, de hecho, ya nadie las tiene.

Al concluir esto la mujer se dirigió hacia la puerta, cabizbaja, se giró a mirar a Gabriel a modo de despedida, sin siquiera imaginarse que aquella sería la última vez que sus ojos verían al ángel, en la tierra.

Gabriel, cerró los ojos, tratando de esta manera reprimir aquello que sentía.

La pérdida de un familiar o un ser querido era algo que él no comprendía, lo poco del dolor que conocía, era que estos se vislumbraban en el rostro de las personas, en el estado de ánimo y muchas otras maneras más. En fin era consciente de que existía distintos tipos de dolores en el mundo, estaba el dolor físico, que era aquello que el sentía; estaban los que tenían dolor en su esencia, este se veía ilustrado en sus aspecto, las miradas de cansancio que esperan una respuesta en las largas horas de silencio, por ejemplo, esto los sufrían los familiares que acompañaban a sus enfermos; y luego estaba el dolor espiritual, el dolor que John padecía, la mirada vacía como si el alma estuviera ausente de su cuerpo, la esperanza extraviada y la fe reemplazada por el sentir de un interior que se quebraba en mil pedazos.

La Hija de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora