Rock & Roll and Kiss

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John sabía que, muy en el fondo, gustaba de las situaciones arriesgadas, peligrosas y aventuradas. No sólo el hecho de pelearse con sus padres, y haberlos desobedecido por primera vez en muchos años, lo tenía con la adrenalina a mil corriendo por su cuerpo, también encontrarse a unos metros de lo que para él era prohibido.

Pero de algún modo empezaba a pensar que estar ahí no había sido una idea muy inteligente. Tal vez lo que él consideró valiente, a cada movimiento que daba sobre su bicicleta le parecía más estúpido. Echó un vistazo al final de la carretera donde estaban reunidos varios autos y sintió un enorme nudo en el estómago mientras el aire frío le golpeó la cara. Alguien como él no encajaba en un sitio tan "animado" y espontaneo, pero el coraje que vivió unas horas antes en su casa le nubló el buen juicio, provocándole un arranque de temeridad. Por la ira del momento olvidó que, efectivamente, no parecía muy astuto asistir a una carrera de autos clandestina a mitad de la noche. Sin embargo, tampoco se consideraba un cobarde para dar media vuelta y regresar con el rabo entre las piernas, temeroso de su imprudencia.

Recordó las duras palabras de sus padres y pedaleó más a prisa.

Ellos tenían muchas expectativas puestas en él. Su hermana no contaba, ella los decepcionó al reprobar tres materias y casi el curso completo. Harriet Watson era una mujer de carácter fuerte, su madre decía que estaba en una edad difícil. Harry había dejado de ser la linda chica que usaba esponjadas faldas de colores pasteles para convertirse en la adolescente rebelde con pantalones ajustados, tops de vivos colores y labios rojo cereza, sin dejar de lado su actual adicción por la bebida y las malas compañías. Tras el fracaso sus progenitores volcaron toda la atención en él, alejándolo de Harry para que ésta no fuera una mala influencia en sus estudios. No permitirían que ella arruinara el brillante futuro que a John le esperaba. En conclusión; el distanciamiento con su hermana, aumentando las prohibiciones como no salir a altas horas de la noche y restringir sus amistades, provocó una discusión con sus padres que acabó al marcharse de la casa, dejando una estela de malas palabras y ceños fruncidos. ¡Tenía diecisiete años, no era ningún niño!

Sacó su bicicleta del garaje con rumbo a la carretera y terminó ahí, demostrando que John H. Watson podía hacer algo fuera de lo dictaminado por las buenas costumbres. Una carrera de autos fue la opción más caprichosa.

Una hora después encontró el lugar, dejó a un lado la bicicleta y se examinó a sí mismo; desde sus zapatos bien lustrados, los pantalones planchados y el suéter de rayas que su madre le había regalado el año pasado en su cumpleaños, acomodó sus lentes de armazón grueso y pasó una mano por sus rubios y perfectos cabellos peinados. John no pertenecía a ese territorio. La exaltación solo le hacía sentir más emoción. Encontró una zona lo suficientemente retirada del canal; él estaba en la parte de arriba con una perfecta panorámica para no perder detalle de la carrera, alejado de las miradas curiosas, mientras abajo los autos se mantenían espectaculares. Entre tanto barullo por los gritos de las apuestas y los vítores a los pilotos, intentó no distraerse admirando los alrededores. Contempló cada uno de los automóviles e identificó uno al instante, aquel Mercury Custom de puertas azules y techo blanco jamás pasaría desapercibido para él.

Menos si el dueño del automóvil era Sherlock Holmes.

John no tardó en percatarse de su presencia. Sherlock no iba solo, junto a él estaban otras tres personas; Víctor Trevor, su amigo más cercano, Greg Lestrade, su mecánico y mentor, e Irene Adler. Víctor y Greg le señalaban a Sherlock el motor, Irene se colgaba de su brazo derecho sonriendo encantadora. John reconocía que la chica era hermosa. Vestía unos ajustados pantalones negros de cuero y una chaqueta de un color rosa encendido. Sus labios brillaban de un rojo fresa y el cabello negro recogido en una coleta alta la hacía lucir más guapa. Ella lo animaba de manera coqueta. Nadie ignoraría la belleza seductora de Irene Adler. No obstante, Irene quedaba en un segundo plano, él no podía despegar los ojos de Sherlock Holmes.

One-shot JohnlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora