👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀
Hoy era un día más en mi miserable vida, otro día en el que tenía que soportar los golpes de mi padre. Un día más preguntándome: ¿por qué yo? Desde que tengo memoria, mi vida ha sido un infierno. ¿Felicidad? ¿Qué es eso? Tal vez la tuve en algún momento, pero como tengo tan mala suerte, no lo recuerdo. Muchos de los recuerdos de mi infancia han sido borrados de mi mente o guardados muy en el fondo. Todo por culpa de mi padre, ¿quién más? A causa de él tuve un accidente cuando tenía 5 años, por lo que no recuerdo nada de lo que viví durante esos años.
Me encontraba en un rincón oscuro de mi habitación, sentada en el suelo, con la cabeza entre las piernas, intentando no llorar. Pero era inútil; el dolor en mi cuerpo era insoportable. Las marcas de los golpes de mi padre cubrían mi piel, resultado de su furia cada vez que volvía borracho de esos bares miserables. Me sentía sucia, vacía por dentro, con la misma pregunta rondando en mi mente: ¿Por qué sigo esforzándome tanto si no recibo nada a cambio? ¿Por qué quiero seguir viviendo? ¿Por qué me aferro tanto a la vida, si no parece haber nada bueno en ella? Me lo preguntaba una y otra vez.
Cada vez que mi padre volvía a casa, daba igual la hora o lo borracho que estuviera. Siempre venía directo a mi habitación, como si pudiera oler mi miedo, y no se detenía hasta encontrarme. Me golpeaba, me insultaba, me degradaba de todas las formas posibles hasta que quedaba exhausto. Por suerte —si es que se le puede llamar suerte—, nunca había ido más allá de los golpes. Quizás aún quedaba un mínimo de humanidad en él. Pero lo peor era que, antes de marcharse, siempre se llevaba el poco dinero que lograba ahorrar para pagar las deudas o los gastos de la casa. Me dejaba sin nada, sin la esperanza de siquiera poder escapar de este infierno, ni siquiera en mis sueños o en una pesadilla.
Y así, cada noche, me quedaba allí, inmóvil, sintiendo el vacío apoderarse de mí. Me preguntaba cómo había llegado a este punto, cómo es que la vida, que en algún momento me debió haber ofrecido algo de felicidad, se había convertido en una pesadilla interminable. Las lágrimas brotaban sin permiso, aunque sabía que llorar no cambiaría nada. ¿De qué servía luchar, si al final todo lo que tenía, incluso lo poco que intentaba salvar, terminaba siendo arrebatado por él? Siempre me he preguntado cómo se sentiría tener a alguien que realmente te quiera, alguien que, en vez de golpearte, te proteja; alguien en quien puedas contar, que te dé consejos y que se preocupe por ti, siempre a tu lado. Pero no creo que algo tan maravilloso exista. No creo que alguna vez alguien se preocupe por una persona tan insignificante como yo. No creo que haya alguien en este mundo que llegue a amarme tanto como para arriesgar su vida por mí. Eso solo sucede en los libros o en esas películas de romance estúpido donde el príncipe viene a rescatar a su dama. Cuando era niña, siempre me hacía ilusiones con la idea de que mi héroe llegaría a salvarme, pero nunca apareció. Así que me di cuenta de que eso no pasa en la vida real. En mi cabeza, solo hay un pensamiento: no confíes en nadie, porque quienes dicen ser tus amigos a menudo te dan la espalda cuando más los necesitas y siempre acaban traicionándote.Lo digo porque todos son iguales; esta sociedad es una mierda. Las personas en las que más debería haber confiado eran mis padres: uno ya muerto y el otro, mi peor pesadilla. Qué cruel es la realidad.
El cansancio me invadía, y mis párpados pesaban más con cada segundo. Solo deseaba un instante de paz, pero ni siquiera dormida podía relajarme. Siempre tenía que estar alerta a cualquier ruido o movimiento. El agotamiento era insoportable, y mis ojos se iban cerrando lentamente. Justo cuando estaba a punto de caer en el sueño, la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Mi padre entró, tambaleándose como siempre, borracho. El miedo se apoderó de mí al verlo acercarse con esa maldita sonrisa en el rostro. Sabía que esta sería otra noche horrible, pero ¿alguna vez había una noche buena para mí? Nunca podía encontrar un momento de paz
Me asusté solo de verlo acercarse cada vez más con esa maldita sonrisa en su cara. Sabía que esta sería una mala noche, como tantas otras. Mi cuerpo ya se tensaba, anticipando el dolor, cuando su voz, llena de desprecio, rompió el silencio de la habitación.
—Pero miren lo que tenemos aquí: mi maldita hija, la misma que mató a su madre. ¡La inútil que no sabe hacer nada más que llorar como un bebé! —decía mientras se acercaba, esa maldita sonrisa todavía dibujada en su asqueroso rostro.
¿Por qué tenía que decirme todo eso? ¿Por qué tenía que mencionar a mi madre? Cada vez que lo hacía, sentía que un cuchillo me atravesaba el pecho. Si tan solo yo no hubiera nacido, mi madre seguiría viva. No habría muerto por alguien como yo, por una maldita cobarde inútil. Esa idea me perseguía constantemente, como una sombra imposible de evitar. Quizás mi padre tenía razón. Tal vez todo era mi culpa. Cada golpe, cada insulto, cada noche de terror... ¿Era eso lo que merecía? El dolor físico se desvanecía con el tiempo, pero las palabras, esas malditas palabras, se quedaban grabadas en lo más profundo de mi ser.
—Por favor, hoy no, mañana tengo que ir a clases y también tengo que trabajar —le supliqué mientras intentaba alejarme, pero era inútil; mi espalda ya estaba contra la pared. Sabía que no le importaba. Nunca le importaba. Mis palabras eran solo ruido para él, una excusa más para enfurecerse. Con una sonrisa cruel, ignoraba mis súplicas, y aunque tratara de esconderme o acorralarme en algún rincón, siempre encontraba la manera de desquitarse conmigo. Me golpeaba de todas formas, como si mis esfuerzos por protegerme solo lo incitaran más. Una vez más, me preparé para recibir su furia, sabiendo que pedirle piedad era tan inútil como todo lo demás. Acercó su rostro al mío y dijo:
—A mí qué me importa que vayas a trabajar, maldita inútil. Ya va siendo hora de que dejes la escuela. La escuela no es para burras como tú, solo es una pérdida de tiempo —decía mientras comenzaba a golpearme, sin borrar esa maldita sonrisa de su cara.
—No te importa, ¿verdad? Entonces mañana no vengas a joderme pidiendo dinero. Mejor ve a joder a tu madre, hijo de puta —le solté en un impulso de valentía, del cual me arrepentí al instante.
—Pero mira qué valiente, la nena que no me quiere dar dinero. ¿Vas a amenazarme? A mí no me amenaces si no quieres enfrentar las consecuencias. Así que cierra esa maldita boca, ¿me escuchaste? —decía mientras intensificaba los golpes
Al escuchar eso, comencé a temblar de miedo. Sabía que estaba enojado y que, cuando eso ocurría, no dudaba en desquitarse conmigo. Esta vez, yo había provocado su ira al intentar parecer valiente, a pesar de que no lo soy. Lo único que sé es que muero de miedo cada vez que veo esa sonrisa, que solo presagia más golpes, hasta dejarme inconsciente
—¿Me escuchaste, demonio? —gritó mientras me propinaba una patada en el abdomen—. ¡¿No me escuchaste?!
—Sí, lo escuché, lo lamento; no volverá a suceder —respondí entre lágrimas, sintiendo el miedo paralizarme. Él era capaz de cualquier cosa.
Con cada golpe, la intensidad aumentaba, y yo me sentía más débil. La consciencia se me escapaba poco a poco. Lo último que sentí fue un impacto fuerte en la cabeza, antes de caer inconsciente, como tantas veces antes
Hola a todos!!
Como pueden ver, ya estoy editando los capítulos, y aquí les traigo el primero de muchos. Espero que les haya gustado esta versión, ya que hice algunos cambios.
¡Díganme qué les pareció! Jeje.
Saludos,
XOXOXOX
Voten y comenten.
ESTÁS LEYENDO
Vendida a un Mafioso
RomanceDaniela Sendler ha vivido una vida de sufrimiento, atrapada bajo el control de un padre abusivo que la culpa por la muerte de su madre. Con solo 18 años, ha soportado más dolor del que cualquiera debería, hasta que una noche su destino toma un giro...