Miradas (Cap: 4)

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Tomé la orden y me di la vuelta, dispuesta a irme, pero antes de dar siquiera un paso, sentí su mano sujetándome con fuerza. Su agarre sobre mi brazo derecho fue tan repentino y fuerte que me quedé inmóvil. Al mismo tiempo, su tono de voz cambió, volviéndose más bajo, más intenso.

—Espera —dijo, apretando aún más. ¿Acaso no se daba cuenta de que me estaba lastimando? ¿No veía la incomodidad y el miedo en mi rostro? Sentía que el color se me iba del rostro, probablemente ya estaba pálida del miedo. Tenía pánico, pero estaba intentando con todas mis fuerzas ser fuerte y transmitir indiferencia. No quería verme débil, aunque lo fuera. Una cosa era mi padre, pero era muy diferente permitir que alguien desconocido intentara humillarme. A esos no se los permitía.

Mi cuerpo entero temblaba, pero ya comenzaba a sentir algo más que miedo: molestia. ¿Qué le pasa a este tipo? La tensión en mi pecho aumentaba, y la poca paciencia que tenía se agotaba rápidamente. Estaba a punto de perder el control, así que, sin pensarlo, le respondí con firmeza:

—¿Y ahora qué quiere? —espeté secamente, mientras intentaba liberar mi brazo de su agarre. Pero fue en vano. En lugar de soltarme, él apretó con más fuerza, lo que provocó que un quejido involuntario escapara de mis labios.

El dolor se intensificaba, y la angustia de que pudiera golpearme empezó a asfixiarme. Mi voz, ahora teñida de súplica y miedo, salió más suave de lo que esperaba:

—¿Podría, por favor, soltarme? Me está lastimando... —Mis palabras flotaban en el aire, cargadas de una mezcla de temor y rabia contenida, mientras esperaba lo peor.

Hubo un breve silencio, y en ese momento, su expresión cambió. Parecía darse cuenta de lo que estaba haciendo. Soltó mi brazo de golpe, como si el contacto le hubiera quemado la piel.

—Disculpa —murmuró, liberándome finalmente de su agarre

Una vez que me soltó, me froté el brazo donde me había sujetado con fuerza. El dolor persistía, y mientras intentaba aliviarlo, él no apartaba los ojos de mí, observándome con una expresión curiosa. Si hubiera sido mi padre, ya estaría con la mirada fija en el suelo, sumisa, esperando lo peor. Pero él no era mi padre, y no iba a dejar que me intimidara. Le sostuve la mirada, retándolo en silencio. Era como una batalla silenciosa; ninguno de los dos cedía.

Sin embargo, estábamos en mi lugar de trabajo, y podía sentir las miradas de algunos clientes sobre nosotros. La tensión era fuerte y ya no  quería llamar más la atención de la que ya hacíamos.  Así que, obligándome a romper el silencio, hablé:

—¿Qué desea? ¿Se le ofrece algo? ¿O acaso tengo algo en la cara? —dije, intentando esbozar una sonrisa. Pero el resultado fue más bien una mueca forzada, en otras palabras, una sonrisa falsa muy obvia. Definitivamente, tendría que empezar a practicar cómo sonreír más, aunque sea frente al espejo, para que parezcan más creíbles

Él solo continuó mirándome, pero esta vez con más intensidad y visiblemente molesto. Al parecer, no le gustaron mis preguntas, pero finalmente se dignó a hablar.

—¿No crees que deberías ser más amable con tus clientes? Para eso te pagan, ¿no crees, jovencita? —dijo, con un tono cínico, mirándome con seriedad y una arrogancia que me irritaba

¿Quién se cree este tipo? ¿Qué le hice yo? Si tan solo pudiera golpearlo o defenderme... Defenderme, sí, eso puedo hacer con hombres como él, pero no quería más problemas. Así que lo único que hice fue devolverle la mirada fría y le respondí, con firmeza:

Vendida a un MafiosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora