Amante al fin

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Sebastián Michaelis Pov

Solté un suspiro cansino mientras me recargaba por completo en el respaldo del sofá, cubriendo mis ojos con el antebrazo. Me sentía exhausto, o puede que fuera la frustración y la molestia de todo lo que ocurrió lo que estaba haciendo mella en mi organismo, cualquiera que fuera la causa, me obligaba quedarme aquí, pensando en algo que ya no vale la pena. Y es que de un momento a otro te das cuenta que la persona que estuvo contigo quince años fue una maldita ilusion, un jodido fraude.

—Los niños se durmieron hace rato —con pereza moví mi brazo, observando el semblante sereno y un tanto curioso de Ciel mientras se sentaba a un lado—. Ten, es un té, supongo que una bebida caliente te hará bien.

—Gracias.

—¿Cómo estás? —su tono comprensivo me saco una sonrisa.

Con la taza entre las manos, medite su pregunta por varios minutos sin saber que decirle. Me centre en un punto fijo y comencé a beber lentamente, disfrutando de la cálida sensación, y la compañía silenciosa de un sexy doncel que me vuelve loco desde que lo conozco. Toda respuesta se resume en que hace más de diez horas seguía teniendo una estúpida fe ciega en Gregory y el supuesto amor que decía tenerme, aquel que juramos sería eterno frente a un altar, pero cuando lo vi besandose con Claude todo desapareció, resquebrajando aquella imagen de él dando paso a una ira visceral y primitiva que amenazaba con explotar en cualquier momento.

Un puñetazo no fue suficiente. Estaba dispuesto a golpear a mi propio hermano hasta quedar satisfecho por tomar y “profanar” una relación como la nuestra, hasta hacerla añicos, pero la voz de Ciel me trajo a la realidad, una cruel o puede que patética. Mire a mi alrededor y vi las caras de las personas, unas eran de asombro, otras de preocupación o incredulidad y es que les estaba proporcionando un buen espectáculo del cual podrían cotillear mucho tiempo. Pese a todo, intente tranquilizarme, tome mi teléfono y le mande un mensaje a Agni, después de eso se lo entregue a Ciel junto con las llaves de mi departamento, pidiéndole que fuera a recoger a mis hijos, que luego lo llamaba.

Un tanto confuso, obedeció sin pedirme explicaciones, se despidió rápidamente y dijo que los llevaría a su casa, después de eso mi furia aumentó cuando Gregory me dijo que no era lo que parecía y que lo mejor sería irnos a otro lugar para que me explicara. Quise reír y burlarme en su cara por el mal cliché que justificaba su infidelidad con mi propio hermano, aunque solo me limite a chasquear la lengua y caminar hacia un lugar para hablar.

—No lo sé, Ciel —conteste al fin.

Mi voz se escuchaba ausente, no quería hablar pero al mismo tiempo necesitaba desahogarme, y soltar todo, cosa que pareció entender, dándome mi espacio.

—Es tarde —se levantó del sofá quitándome la taza medio vacía de las manos—, te llevare a la habitación, y sabes que no tengo problemas si decides quedarte unos días aquí con Lawrence y Beast. Fue extraño, pero se llevaron muy bien con mis hijos…

—Lawrence también es tu hijo.

—Si… y al parecer me ve como cualquier niño ve un juguete nuevo —sonrió empezando a caminar por los pasillos—, tal vez pronto se aburra de verme, también descubrí que su amabilidad inicial era porque estaba medio dormido. Es bastante arisco… me recuerda mucho a mi cuando era más joven.

En ese momento entró a una habitación sencilla con una amplia cama al centro y una cómoda junto a esta. La ventana estaba abierta, dejando que la brisa refrescara el lugar, iluminado perfectamente gracias a la luna llena. Ciel estaba junto a la cama, de pie cual muñequita de porcelana: perfecta, frágil y hermosa, entonces no pude evitar contemplarlo mientras era bañado por la luz de luna, lucía precioso con su cabello ligeramente largo y rebelde cuyos mechones caían traviesamente sobre su rostro. Y sus grandes ojos azules eran decorados por unas gruesas y largas pestañas que se movían con elegancia a cada parpadeo.

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