Acaricié su mano, pensando en cuanto daño nos habíamos hecho en los últimos días. Dentro y fuera del palacio los rumores ya debieron esparcirse. No tenía idea como nos verían de ahora en adelante y francamente poco interesaba. Cortaría la mano de quien se atreviera a señalar a la Princesa de alguna falta. Helen siempre temió lo que el pueblo pensaba de ella y si alguien se atrevía a juzgarla o burlarse, la entristecería mucho. La princesa amaba a sus súbditos y siempre temió no cumplir con sus expectativas. Cuando despertara lo mejor sería decirle que lo ocurrido era un tema que se quedaría solo dentro del palacio y que todos los involucrados tenían prohibido hablar de ello. Ella era muy sensible y una mentira piadosa seria lo mejor.
Mi padre acababa de irse, después de hacer las paces, convencidos de que Helen no querría vernos pelear cuando despertara. Su majestad también hizo un decreto, diciendo que cuando la Princesa se recuperar ella podría elegir por sí misma con quien casarse, anulando así mi compromiso con ella. Ni mil cuchillos en el pecho me hubieran dolido tanto como esas palabras. Decidí respetar las órdenes del Rey, aceptando la libertad de Helen para elegir, comprendiendo que ella tenía derecho de decidir sobre su futuro. Me invadió una enorme tristeza, temiendo que Helen eligiera al plebeyo y no a mí, pero en esas pocas horas, que parecieron eternas al no tener señal de recuperación de la Princesa, entendí que la amaba tanto como para querer su felicidad por sobre la mía, lo que significaba que respetaría su decisión y me conformaría con verla feliz. Saber que ella seria feliz a mí me hacía feliz.
Fue una lástima que tuviera que ver a Helen al borde de la muerte para entenderlo. Si tan solo hubiera actuado desde el amor y no desde el egoísmo, ella no estaría así por mi culpa.
Una lagrima resbaló por mi mejilla al mirar su rostro inexpresivo, como si solo estuviera sumida en un profundo sueño.
Helen era una hermosa flor que no merecía marchitarse en un lugar como este. Debía llevarla a un lugar lleno de luz y el más confortable para ella: su habitación.
La cargué en mis brazos, sintiendo los débiles latidos de su corazón cuando su pecho quedó unido al mío. Pesaba tan poco y su cuerpo estaba tan débil que si no lo aferraba con fuerza se caería.
—Alteza ¿Qué esta haciendo? —percibí la sorpresa y el temor en la voz de Briana cuando levanté a la Princesa y me dirigí a la puerta de la habitación.
Olvidé por completo que la chica estaba allí.
—Ayúdame —pedí señalando la puerta con una inclinación de cabeza—. La llevare a su cuarto, en donde pueda tomar un poco de calor.
La chica asintió y abrió la puerta, adelantándose para preparar los aposentos de Helen y encender la chimenea.
Cuando llegamos el sol de la tarde se colaba por el balcón, llegando directo a la cama, en donde dejé al amor de mi vida con delicadeza, sentándome a su lado para cubrirla con una manta y acomodar su cabellera.
El sol iluminaba su piel, haciéndola ver hermosa.
—Mi Príncipe —Briana interrumpió mis pensamientos, llamando mi atención. Cuando volteé a verla ella bajó la mirada, escondiendo las manos en su espalda, mostrándose nerviosa como siempre hacia conmigo—. Necesito pedirle algo, algo que mantenía muy preocupada a Helen —volteó a verla con melancolía, todavía sin elevar la vista a mí—. A ella le preocupaba mucho el estado del prisionero. Le ruego me permita llevarle un poco de comida y atender su herida. Han pasado algunos días y en las condiciones en las que se encuentra temo que... —no se atrevió a decir nada más cuando elevé una mano, indicando que callara.
Bajó la cabeza y pasó saliva, temiendo mi reacción. Hasta entonces pude ver como los sirvientes me veían. ¿Ellos me temían? De solo pensarlo algo se removió dentro de mí. Nunca quise que así fuera. No quería que me temieran, solo que me respetaran. Comprendí por qué Helen se molestaba conmigo por mi actitud con ellos. Ella siempre fue mejor que yo, ahora entendía que nunca fui digno de su amor y estaba dispuesto a enmendar todos mis errores.
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La Princesa de Éire
RomanceTras una tragedia en mi hogar, fui adoptada en mi infancia para ser criada y educada como a una princesa por el Rey más noble y bueno que haya conocido Éire. A pesar de ser feliz en el palacio, desde la adolescencia no he podido evitar sentirme atra...