Capítulo 20: Dulces besos y promesas

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Pasé otra noche despierta, con los recuerdos atormentando mi velada, repasando cada escena de lo ocurrido una y otra vez, haciendo que a mi mente llegara un rostro en particular, uno que había ignorado y quizá haya tenido más participación en lo ocurrido de lo que aparentó. En el momento que Mael llegó hasta nosotros lo hizo acompañado del Príncipe Kenneth, cuyas palabras hacían ruido en mi cabeza "Debiste haberme escuchado". ¿Tuvo él algo que ver con la repentina llegada de Mael y su Majestad? ¿Les habrá mandado cartas para informarle sobre Nathaniel y yo? o ¿solo fue una terrible casualidad su regreso al tiempo de mi huida?

La puerta crujió abriéndose, obligándome a concentrarme.

—¿Pudiste hablar con él? —fue lo primero que dije al ver a Briana hacerse camino en la torre, cargando antorcha en mano, una que fue directo a colocar en su lugar, retirando la que llevaba horas apagada.

Tenía prisa de conocer su respuesta. Me levanté con rapidez, sintiendo como el piso se movió bajo mis pies, lo que me hizo tambalearme ligeramente, consiguiendo que me apoyara en la pared.

—¿Estas bien? —Bri arrojó lo que traía en sus manos y corrió a auxiliarme, tomándome de los brazos para volverme a sentar en las almohadas—. Pero que pálida te ves ¿hace cuanto no comes nada?

Me dejó sentada y se levantó en búsqueda de un vaso de agua para regresar nuevamente conmigo, acercándolo a mi boca, pero yo solo volteé, rechazándola.

—No puedes seguir así por mucho tiempo. Debes comer y beber o enfermaras —su tono reflejó su preocupación.

—Necesito saber si él está bien.

Un largo suspiro fue su respuesta. Dejó el vaso en el suelo y se sentó a mi lado, recargando su espalda a la pared, con la vista fija en sus pies.

—No fue una buena idea. El príncipe está al borde de la locura en este momento —sentí mi corazón acelerarse—. Fui a sus aposentos, buscando hablar con él y adentro los muebles y sus pertenencias estaban esparcidas y rotas por todo el lugar, como si un león hubiera batido todo el cuarto. Intenté hablarle y gritó que quería estar solo —pasó saliva al recordarlo—. Insistí como me lo pediste y lanzó un cuchillo en mi dirección para que me fuera. Salí corriendo asustada —le dolía lo que decía—. Nunca lo había visto de esa forma, su Alteza no es así —hizo una breve pausa, con la mirada perdida, hundida en sus pensamientos—. No ha salido de su habitación desde lo ocurrido y tampoco ha dejado que nadie entre, a excepción del Príncipe Kenneth.

Mi mirada estaba desorientada. Me asustaba el comportamiento de Mael, definitivamente no estaba en sus cinco sentidos y por supuesto que no volvería a exponer a mi amiga a salir lastimada. Suficiente hizo ya por mí, como para poner en riesgo también su vida.

En ese momento un pensamiento que no había tenido me golpeó con fuerza y la culpa hizo su aparición. En los últimos días me concentré tanto en mi preocupación por la salud de Nathaniel que ni siquiera me detuve en pensar en Mael, quien fue la verdadera victima aquí.

—Gracias por haber hecho todo lo que hiciste por mi —reposé una mano sobre la suya, en muestra de agradecimiento—, pero no vuelvas a hacerlo. No puedo arriesgar a nadie más. No quiero perderte a ti también —mis ojos se cristalizaron cuando el dolor de mi alma salió a flote.

—No diga tonterías, Alteza —sonrió—. Yo siempre estaré para ti, Helen y lo sabes.

—Eres mi mejor amiga —confesé.

—Y tú la mía, no llores —me dio un corto abrazo y luego me dejó, extendiendo de nuevo el vaso de agua hacia mi—. Toma un poco, por favor, que no quiero ver que enfermes por esto —no me quedó más remedio que dedicarle una media sonrisa y tomarlo. Agradecía profundamente que mi amiga me cuidara, incluso de mí.

La Princesa de ÉireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora