Capítulo 24: Mi mejor amigo

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El sol picando en mis parpados me hizo despertar. Parpadeé acostumbrándome a la luz, reconociendo vagamente los muros a mi alrededor. Mi habitación pareció recibirme con los brazos abiertos, iluminada y cálida, tal como la recordaba. Al bajar la vista reconocí la desordenada melena cobriza del príncipe.

La última vez que lo vi, Mael y yo discutimos en la torre mayor y ahora yo estaba acostada sobre mi cama, con mi mejor amigo ocultando su cabeza entre las sábanas.

—¿Mael? —mi voz salió ronca por mi garganta reseca. Llevé la mano a mi cuello, necesitaba agua.

Todo me pareció confuso ¿por qué estaba aquí conmigo? ¿Qué hacía yo en mi habitación y no encerrada como debería después de la traición que cometí?

El príncipe levantó el rostro, buscándome con aspecto confuso. Su mirada se mantuvo en la mía, haciendo que sus ojos se llenaran de lágrimas y soltara un suspiro de alivio. Antes de que le preguntara que estaba pasando se lanzó sobre mi para darme el abrazo más fuerte que me hubiera dado.

—¡Helen! Amor, pensé que no despertarías —su voz denotaba preocupación y antes de que pudiera protestar se alejó para dejarme respirar. Tomó mis mejillas con ambas manos para poder verme bien, con su pulso tembloroso y un aspecto demacrado.

El corazón casi se me detuvo.

—¿Mael, estas bien? —pregunté preocupada y ¿Cómo no lo estaría? Un par de ojeras amoratadas enmarcaban sus cansados ojos azules, cuyas cuencas se mostraban rojizas, llenas de lágrimas. Se veía feliz, pero agotado y eso me preocupó. Su barba llevaba días de crecimiento, viéndose descuidada y su ropa seguía siendo la misma que usó cuando nos vimos por última vez.

Dejó mi cara para tomar después mis manos, llenándolas de besos desesperados.

—Despertaste —me dio un último vistazo antes de llevar mis manos a su rostro, llorando en ellas.

—Tranquilo, me estas asustando —confesé sin aliento.

¿Estaba así por mi culpa? Mi corazón se encogió.

—Perdóname —imploró volviendo a abrazarme.

Lo rodeé en brazos, preocupada por su salud, acariciándole la espalda con ternura en un intento por consolarlo. No me gustaba verlo así.

—No te disculpes, todo ha sido culpa mía. Perdóname por hacerte tanto daño —él no lo dijo, pero supe que de alguna forma todo era culpa mía.

Se alejó un poco para poder verme, acariciando mi cara y sonriendo de felicidad. Pude ver con más detalle esas marcas moradas debajo de sus ojos, recorriéndolas con las yemas de mis dedos. Los cerró al sentir mi tacto y respiró profundamente mientras otra lagrima se derramaba.

No pude evitar llorar también, pasando saliva con dificultad.

—Desde que te desmayaste estuve cuidándote —confesó, bajando el rostro al disfrutar de mis torpes caricias—. No pude dejarte sola. Temí que no volvieras a despertar y quería morir contigo.

—No digas eso, jamás —mi voz se quebró por el llanto.

Abrió los ojos al escucharme, mirándome con pesar.

—No llores. No quiero verte triste —hizo una breve pausa, tomando aire y quizá valor, para poder continuar—. Dejare que te vayas —asintió, limpiando mis lágrimas.

—¿Qué? —pregunté sorprendida— ¿Por qué? ¿Qué le hiciste a Nathaniel? —un nudo comenzó a formarse en mi garganta por la preocupación y mi corazón se aceleró de solo imaginar lo que pudo hacerle mientras yo dormía.

La Princesa de ÉireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora