Mamá debería irse - II

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Permaneció recostada sobre la cabecera de la cama, expectante. Bruno sabía hacerse esperar, se tomaba las cosas siempre con calma, pero en un arrebato de demencia le propuso escaparse, alejarse de ese vano ambiente para disfrutar plácidamente del amor. No importaba el lugar, ciertamente. La relevancia estaba en sus cuerpos. Se sentía tan natural la desnudez que olvidó la comodidad de la ropa y simplemente se deshizo de ella como si de corazas se trataran. Y quedó ante él una Eva desprovista de todo adorno mundano. Por supuesto que de nada gozó más que de su reacción al verla. Era curioso ser testigo de la disímil transformación de hombre sapiente y calculador a amante desaforado. Simplemente fueron gratos momentos pintados de completo éxtasis. El tiempo había repercutido en su memoria. No recordaba la última vez desde que había disfrutado de una velada pasional. Luego de ello él se giró aún jadeante y la besó y acarició sin remordimientos. «Es una lástima que los hombres tengamos límites». Y ella sospechó que no solamente se refería al sexo. Con él las palabras siempre tuvieron un trasfondo oculto al cual, en ocasiones, era difícil acceder.


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