«¿Note gusta el alcohol?», añadió el tipo. «No», contestó secamente. «¿Y te gustabailar?», «Sí». «¿Siempre contestas con monosílabos o lo empleasparticularmente conmigo porque te caigo mal?». No supo qué contestar. Estaba enuna fiesta aunque no lo quisiera creer, maquillada, peinada y vestida para laocasión, en donde conocía de antemano que habrían personas dispuestas apracticar la cortesanía que despiertan estos tipos de eventos, gente que temostraría su interés a través de las preguntas de rigor, cómo te llamas, dedónde eres, qué estudias, cuántos años tienes. No obstante, aquel tipo ledespertó un hermetismo automático, casi sin pensarlo, lo odió por hacerlepreguntas obvias, que alguien más intuitivo hubiera tomado por un hecho,también se sintió molesta consigo misma por rendirse y seguirle el juego a susamigas. Allá en su casa era una mujer en control de la situación, dueña de todolo que estaba a su vista y disponía de cada objeto de su soberanía como mejorle convenía. Mientras pensaba, sentía que el vaso de chicha que sosteníatampoco le pertenecía, ni sus palabras, ni su odio. «Es la primera vez quealguien me odia sin conocerme, la mayoría es más decente y lo hacer luego dehaberme conocido, pero te entiendo». Ella se volvió para verlo, era un jovenalto y espigado, vestido con una camisa cuya blancura inmaculada provocabaceguera temporal a quien decidiera mirarlo, llevaba puesto un pantalón negro,ceñido, con zapatos impecables y lustrosos. Tal vez podía ser mayor que ella,una barba incipiente le sombreaba parte del rostro. «Tu camisa tiene una mancha»,y se alejó dejando al tipo dando vueltas sobre sí mismo como un perro atacandosu propia cola, mientras sus pasos se perdían en algún rumbo en direcciónopuesta a la mesa de las chichas, escuchó la voz del mismo tipo, «¿dónde?». Golpeóun par de gente a propósito, arrimó con sendos codazos parejas de baileshuachafos, estaba molesta y de mal humor sin comprender por qué, solo que sequería ir a dormir. Tardó un poco en encontrarlas porque se encontraban en unaesquina conversando con dos chicos que le pareció ver merodeando por algúnsalón de la universidad, o quizá en alguna exposición. Apenas su presencia sehizo notar las chicas despacharon a sus acompañantes y se encontraron con suamiga perdida. «Te estábamos buscando», «¿dónde te habías metido?», ella noquiso regañarlas por su jueguito infantil de dejarla sola, solo les dijo que sesentía mal, sin ahondar en algún síntoma. Les preguntó si la acompañaban o sequedaban. Por supuesto las amigas, con el rostro algo preocupado, la llevaronhasta su casa, prepararon cada una su cama plegable que llevaban allí cerca dedos años y medio y aprovecharon la madrugada para conversar sobre los chicosmás atractivos de la fiesta.
ESTÁS LEYENDO
Anti-Vida
Teen FictionColección de cuentos sobre las falencias afectivas de las personas y la motivación a tomar determinadas decisiones.