Mamá debería irse - VI

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Los meses se convirtieron en años y ella creció, de pronto la flamante rosa que abría sus pétalos para recibir los rayos del sol emprendió un proceso de acorazamiento que pocos lograron penetrar. En efecto, había madurado, ahora asistía a la universidad, de las amigas locas de secundaria sólo mantenía contacto con dos, y fueron ellas precisamente las que ayudaron a que el golpe gélido del hermetismo no fuera tan abrumador. La universidad hubiera sido un trago amargo si no hubiera sido por ellas. Cumplía con los deberes académicos siempre puntual y la administración no le era una carrera poco desafiante, y a pesar de ello obtuvo notas que pocos alcanzaron y fue una de las mejores de su clase, sin perder el tiempo con nimiedades como aprenderse los nombres de los compañeros de salón. Sin embargo, pasó por la universidad sin convicción, con una nube gris pendiente sobre su cabeza. Se le veía sonreír a menudo pero su rostro dibujaba una expresión aprendida de años atrás, sin que esta manifestase la substancia necesaria como para olvidarse por un momento de que no lograba entender los secretos de su propio corazón. Sus amigas no corrían con la misma suerte. Ellas disfrutaron de la satisfacción detener novios, siempre manteniendo apartado este tema para no causarle gran daño a su mejor amiga, pero ella hubiera estado resuelta a escuchar de lo que se perdía. Era más rentable obtener una confesión de primera mano que tener que observar las felices parejas refocilándose en avenidas y jirones, siempre de la mano, envueltos en los brillos pomposos de la estupidez a plena vista y paciencia. Era por supuesto impensable tratar de ponerse en esa situación, pero¿cómo?, ¿con quién?, ¿cuándo? Ya había desterrado la posibilidad de enamorarse loca y perdidamente. Había intentado involucrarse en esos andares pero nada dio fruto. Tal vez todo presagiaba la falta de algún ingrediente que no poseía, una mezcla que se acabó justo antes de ser entregado para ella. Incluso llegó por ese tiempo a decir: «El amor me causa la misma admiración que a un delfín su propio reflejo, es algo que reconozco, pero simplemente no entiendo cómo se obtiene».



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