Mamá debería irse - VI

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Antes de graduarse, fue convencida por sus amigas de participar en una fiesta. Luego del tiempo que llevaba sin volver a divertirse ambas lograron desarraigarla del santuario que se convirtió su cuarto y unieron voluntades para que aceptara también llevar maquillaje y trazos de lápiz labial, como en tiempos anteriores, cuando la vida era más fácil y no costaba nada. Buscaron por todo su clóset una combinación de prendas que ayudaran a volver más simple el hecho de interactuar con chicos, la desvistieron, volvieron a vestir para volverle a colocar la misma prenda para después intercambiarla por un vestido. La zamaquearon a su antojo y ella solo se dejó llevar como si de sumergirse sobre una corriente de río se tratara. No quiso desalentarlas en su afán de hacerla menos ella y volverla más sociable. «Hoy día alguien tiene que caer», bromeaban y las tres rieron. No le permitieron además pagar la movilidad, ellas se encargaron de hacerlo en el trayecto. «No puedes, hoy nosotras somos tus hadas madrinas». La fiesta había iniciado hacía horas y grupos conversaban animadamente, con los típicos ademanes que describe la gente que no se escucha por el bullicio. Era una casa grande en cuya sala podía haber tranquilamente cincuenta personas o más, la pista de baile presentaba parejas de alegría desbordante. Maruja se acercó apenas las vio entrar, las dos amigas preguntaron por Juan Diego. «Está por todos lados y a la vez por ninguno, si lo encuentran díganle que lo estuvo buscando Gloria», las dos amigas se lanzaron una mirada nerviosa y despacharon rápidamente a Maruja. «Nosotras iremos por una bebida, volvemos pronto», sin mediar nada más se perdieron en la vorágine de cuerpos que revoloteaba en medio de la sala. Un par de parlantes hacían temblar paredes y pisos, había bocaditos a disposición y a pesar de todo ello no supo qué demonios hacía en un lugar tan asfixiante, escuchando versiones de salsa que jamás se le había pasado por la cabeza escuchar y muerta de cansancio por tan solo haber salido de su refugio. Tomó un vaso de chicha morada y lo mantuvo en su poder, sorbiendo de a pocos, aguardando la llegada de sus amigas traicioneras. «¿Habiendo tanto licor solo tomas chicha?», dijo una voz. Ella volteó sorprendida, aquellas palabras habían retumbado tan serenas entre el bullicio que sintió un pálpito terrible al pensar que las había dicho dentro de su mente.


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