Parte 1

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Habían considerado ciento veintisiete posibles nombres para el restaurante. Al final decidieron llamarlo El Cocinero Pirata por tres razones: era original, no estaba registrado, y podrían poner en la fachada y en los menús el dibujo de un pirata rebanando una trucha con su espada.

Y estaba el resto de la decoración, claro: barrilitos de plástico para los condimentos, cortinas con buques de vela, lámparas de aspecto antiguo y espadas cruzadas justo por detrás de la caja registradora. Lina le había dicho a su padre que quizás debieran usar unos sombreros al estilo Jack Sparrow, pero el hombre había respondido que eso ya sería demasiado... salvo para la Noche de Brujas, durante la cual se pondría también un lindo parche en el ojo.

Lina estaba emocionada por la inauguración. No sólo porque la economía familiar dependía del éxito del restaurante, sino porque ella estaba haciendo un curso de cocina y ya tenía ganas de probar sus habilidades como chef, lado a lado con su padre. Trabajaría de mesera, mientras tanto, haciendo lo posible para que los clientes se sintieran cómodos y desearan volver.

No esperaban que entrara mucha gente el primer día, pero a la hora y media después de abrir cayó un grupo bastante grande de jóvenes entre los veinte y treinta años de edad, muy animados... y también hambrientos. Incluso las chicas pidieron un montón de comida, a pesar de que todas eran increíblemente esbeltas. Lina y su hermana Laura se repartieron las mesas para agilizar el servicio.

—¿Algo más? —le preguntó Laura a uno de los clientes.

—¿Qué tal tu número de teléfono, preciosa?

Ella levantó una mano, mostrando el anillo de compromiso.

—Lo siento, guapo, llegaste tarde.

—Oh, qué pena —dijo el hombre, pero luego pilló a Lina por el delantal y le dedicó una sonrisa devastadora—. ¿Y qué hay de ti, linda? ¿Estás libre?

—Déjala en paz, Dani, no seas baboso —dijo uno de sus compañeros.

—Sólo le estoy pidiendo su número de teléfono, no he dicho nada indecente.

Riendo, Lina contempló a su pretendiente. Debía de rondar los veinticinco años y parecía sacado de una propaganda de desodorante o perfume: rubio, apuesto, y con unos brazos tan musculosos que daban ganas de pedirle que se quitara la camisa para enseñar el resto. Sin embargo, ella no tenía por costumbre salir con hombres que le pedían una cita a cualquier chica que se les cruzara por delante.

—Gracias, pero no te conozco —respondió—. Y por las dudas, ella es mi hermana, y mi padre es el dueño del restaurante. Él está en la cocina. Junto con el novio de mi hermana.

Varios de los presentes soltaron una carcajada.

—Oh, sí que te has estrellado de lo lindo esta vez, ¿eh, Dani? —opinó una de las chicas. El aludido, no obstante, se encogió de hombros.

—Bah, no se consiguen citas sin arriesgarse un poco. Y ya tengo práctica con los padres o novios enfadados.

—Cierto, pero ahora mismo no estás en condiciones de escapar corriendo.

—Podría pegarles con el bastón, en cambio.

Recién entonces Lina se dio cuenta de que el joven rubio tenía un pie enfundado en una bota ortopédica y de que había un bastón junto a su silla. Él vio que la chica estaba mirando y le dijo:

—Que esto no te detenga, mamacita, me la quitarán en una semana.

—Bien por ti —contestó Lina en tono diplomático, pero se alejó para tomar la siguiente orden.

Beso robadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora