Parte 9

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El teatro no era antiguo, pero tenía sus palcos, cortinas, arañas de cristal en el techo y hermosas butacas forradas de terciopelo azul. En ese instante las personas estaban entrando en filas ordenadas, charlando por lo bajo y haciendo gala, unas pocas señoras, de brillantes alhajas. Los músicos habían empezado a afinar sus instrumentos, llenando el aire de notas discordantes que no tardarían en volverse armoniosas.

Sólo su padre sabía que Lina iría al teatro esa noche. La muchacha incluso se había vestido para no llamar la atención, con una blusa y una falda de color negro, sin maquillaje ni adornos de ninguna clase. Pensaba sentarse, ver el ballet y volver a casa apenas terminara.

Lina había considerado mil veces la idea de asistir, tanto así que, cuando al fin decidió presentarse, fue una suerte que consiguiera un buen asiento para la última función de la temporada. Quizás no fuera buena idea, pero... tenía que verlo. Por simple curiosidad, claro.

Su asiento estaba en la sección central, justo sobre el pasillo, a unos diez metros del escenario. Lina ocupó el lugar, guardó su programa sin mirarlo y consultó el reloj en su móvil. Faltaban siete minutos, tiempo suficiente para admirar una vez más el entorno antes de que se apagaran las luces.

Estaba en ello cuando alguien le dio unos toquecitos en el hombro. Ella pensó que sería alguien pidiéndole permiso para pasar, o tal vez uno de los acomodadores, pero se trataba de un completo desconocido vestido con ropas de trabajo.

—¿Sí? —dijo la chica.

—Disculpe, señorita, ¿podría acompañarme hasta allá un momento? Uno de los bailarines la reconoció y quiere saludarla.

Oh, rayos. Ojalá no fuera... Pero no estaría bien decir que no, de modo que Lina se levantó y siguió al empleado hasta una puerta disimulada al costado del escenario. El hombre siguió de largo... y Lina se encontró cara a cara con la persona que más había deseado evitar: Daniel. Él ya tenía puesto su traje de corsario, y Lina hubo de admitir para sí misma que se veía impresionante.

—Hola —saludó él con tono esperanzado. Era la primera vez que se hablaban desde su encuentro en el parque—. Tatiana me dijo que estabas aquí. ¿No habías venido ya?

—Con mi familia. La noche del estreno.

—Hoy me toca a mí, no a Sebastián.

—Lo sé.

Hubo un momento de silencio. Luego él dijo:

—¿Hay alguna posibilidad, por pequeña que sea... de que hayas venido a verme bailar?

Lina podría haber contestado de varias maneras. Que estaba ahí porque le había gustado mucho el ballet, que tenía esa noche libre y nada mejor que hacer, o incluso que había venido con una amiga del curso de cocina. Sin embargo, lo que salió de sus labios fue la verdad.

—Sí, quería verte bailar. Si eres el bailarín principal de la compañía, ha de ser porque lo vales, ¿o no?

Daniel sonrió... y luego, así de repente, puso ambas manos en las mejillas de Lina y se inclinó para besarla. Fue un beso corto pero intenso, y la muchacha volvió a sentirse tan indefensa como en el parque. Tuvo que aferrarse a los brazos de Dani a fin de mantenerse en pie.

Cuando él se apartó, su expresión era radiante.

—Esta noche bailaré sólo para ti —dijo, y le dio otro beso rápido antes marcharse a toda velocidad. Lina se quedó allí, aturdida, hasta que el mismo empleado que la había traído le dijo que volviera a su asiento, dado que la función estaba por comenzar.

La muchacha obedeció, aunque no supo cómo, porque no sentía los pies y parecía haber perdido su sentido de la orientación. Recién cuando estuvo de nuevo en su butaca volvió a la realidad, y entonces las luces se apagaron y el director de la orquesta levantó los brazos para dar inicio a la música.

Beso robadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora