Parte 4

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Al salir de sus clases de cocina, la persona a la que menos habría deseado encontrar era Daniel. Sintiendo que su ira volvía a encenderse, Lina hizo como que no lo veía, a pesar de que tuvo que esquivarlo en las escaleras. Él la siguió. Demonios, tendría que confrontarlo, le gustara o no. Poniendo la expresión más amenazadora posible, Lina dio media vuelta y dijo:

—No sé qué diablos quieres ahora de mí, pero sea lo que sea, no te seguiré el juego. Desaparece.

La muchacha siguió caminando... y Daniel fue tras ella una vez más.

—No, aguarda, sólo quiero decirte algo —replicó él—. Por favor, escúchame. Dos minutos, nada más.

Lina resopló, pero decidió hacerle caso para quitárselo de encima cuanto antes. Daniel se plantó frente a ella, revolviéndose la cabellera con una mano. Ahora que Lina se había detenido, parecía como si no supiera por dónde empezar. Finalmente dijo:

—Vine a pedirte perdón por lo de la fiesta. Sebastián se lo contó a todo el mundo y Tatiana me echó una bronca.

—No esperes que te compadezca. Y no voy a perdonarte nunca. ¡Nunca!, ¿entiendes?

Daniel frunció el entrecejo.

—Oye... sé que estuve mal, pero... fue una broma. Y un beso. Tampoco creo que sea para tanto. De hecho, me pareció raro que te pusieras a llorar de esa manera en la fiesta.

Lina abrió la boca, pero volvió a cerrarla antes de que la explicación saliera de sus labios. Sin embargo, Daniel la miró a los ojos y su expresión cambió a una de sorpresa. Luego hizo un gesto negativo.

—No, imposible —dijo él—. ¡No puede ser que ése haya sido tu primer beso! —Lina se ruborizó—. Pero... ¿qué edad tienes? ¿Veinte?

—Diecinueve —respondió ella de mala gana.

—Es lo mismo. ¿Y nunca te habían besado? ¿Una chica tan linda como tú? ¿Has tenido novio alguna vez?

—Eso no te concierne —respondió Lina, y de nuevo esquivó a Daniel, apretando las correas de su mochila como para descargar en ellas su vergüenza. Claro que no tenía razones para estar avergonzada, pero no había querido revelar aquella información a alguien que le desagradaba tanto.

Maldijo para sí al escuchar que Daniel la estaba persiguiendo de nuevo.

—¡Espera, no te vayas! ¡Ahora mereces otra disculpa!

—¡Me importan un pimiento tus disculpas! ¡Déjame en paz!

—De ninguna manera. —Daniel la aferró del brazo. Lina trató de zafarse, pero él era demasiado fuerte.

—Suéltame o gritaré.

—De verdad, de verdad te juro que lo siento. Hasta me alegro de que Sebastián me haya pegado. Seguro deseabas que tu primer beso fuera algo especial, y yo lo eché a perder por completo.

—Lo hiciste. Y por eso no puedo perdonarte, porque ya no tiene arreglo.

—Entiendo. Por favor, no llores.

¿Estaba llorando? Lina se pasó una mano por las mejillas y comprobó que así era. Maldición.

—Jamás lo habría adivinado —continuó Daniel, soltando el brazo de la chica—. Si lo hubiera sabido, no te habría besado. Puestos en ello, tampoco planeaba besarte. Fue... un impulso del momento.

Lina enjugó sus lágrimas y miró al bailarín a la cara.

—Cuando tenía once años, y mi hermana dieciséis, nos pusimos a jugar a las adivinas. Nos sentíamos tristes porque mis padres acababan de divorciarse y mi madre se había ido a trabajar a otro país. Laura se puso unos aretes enormes y un pañuelo rojo, y usamos la pecera como bola de cristal. Entonces ella examinó la pecera y dijo: "Veo a un apuesto muchacho en tu futuro. Te dará tu primer beso y será el gran amor de tu vida." Sí, era un juego, pero yo dije que iba a encontrar la manera de cumplir esa profecía. Solamente dejaría que me besara por primera vez alguien de quien yo pensara que podría ser mi gran amor. Eso es lo que echaste a perder. Un recuerdo y un juego que yo atesoraba porque me hizo feliz en medio de un año horrible.

—Vaya. Pues... más allá de haber arruinado la profecía, creo que también te he ahorrado una enorme desilusión.

—¿Qué?

—No es por aguafiestas, pero... Sebastián jamás será el gran amor de tu vida. De ninguna manera.

Lina resopló ante semejante descaro.

—¿Y tú qué sabes? ¡Todos me han dicho que eres un mujeriego!

—No soy mujeriego. Simplemente he salido con muchas mujeres. El día que encuentre a una que me guste de verdad, me quedaré con ella y olvidaré a las demás.

—Sí, claro. Ya sólo falta que me digas que eres un experto en relaciones, y que por eso puedes predecir mágicamente lo que pasará entre Sebastián y yo.

—En realidad puedo predecirlo porque...

—No. Cierra el maldito pico. No me interesa tu opinión, considerando lo que hiciste en el parque. Tu credibilidad está por el piso.

—Lo sé, pero...

—¿Qué demonios tengo que hacer para que me dejes tranquila?

Daniel aflojó los hombros, derrotado.

—Bueno... si no vas a perdonarme... ¿al menos puedo pedirte que no me odies por lo del beso? Fue... lindo bailar contigo. Y te veías preciosa. He besado a montones de chicas... pero nunca a una Odette.

La muchacha ignoró los cumplidos, limitándose a responder:

—De acuerdo, no te odiaré más. Ahora lárgate. Y no vuelvas a molestarme. Ni a Sebastián.

—Trato hecho.

—Perfecto. Adiós.

Lina le dio la espalda a Daniel y se alejó a paso rápido. Esta vez él se quedó donde estaba.

(Continúa en la Parte 5.)

Gissel Escudero
https://elmundodegissel.blogspot.com/

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