Lina caminó hacia la glorieta del parque concentrándose en respirar, dado que nunca había estado tan nerviosa. Lo bueno del disfraz era que disimularía sus temblores, pues una leve brisa agitaba las plumas en su cabello y los rombos de gasa tan hábilmente cosidos a la falda del vestido por su hermana Laura.
La muchacha se había mirado al espejo antes de salir, y aunque no era vanidosa, tuvo que admitir que se veía espectacular. Además de las plumas y las gasas, el disfraz tenía lentejuelas por todas partes, simulando brillantes gotitas de agua. Lina se había puesto zapatillas blancas sin tacón para que su paso fuera más ligero, y su cabellera, de color castaño claro, le caía en bucles por la espalda. Sólo un toque de brillo labial decoraba su rostro. Esa noche era una inocente doncella convertida en cisne por un malvado brujo, lista para ser rescatada con un voto de amor verdadero.
Faltaban cinco minutos para las ocho, pero Sebastián aún no había llegado. Eso le pareció bien a la chica, pues le daría algo de tiempo para respirar hondo y quitarse la ansiedad. No quería que él la considerara una tonta adolescente enamoradiza, dado que no lo era, y tampoco quería que la viera como a una bailarina, porque sin duda ya tenía suficiente de eso en el trabajo. El disfraz estaba justo en un punto medio.
Entonces él se aproximó por el sendero: un bello príncipe con chaqueta negra, sombrero, pantalones ajustados, botas... ¿y una máscara? Sí, llevaba una máscara blanca que le cubría el rostro entero. No era desagradable, pero sí un poco desconcertante. Evocaba más al Fantasma de la Ópera que al protagonista del ballet.
Sebastián se detuvo, apoyó una mano en su corazón y luego se aproximó a Lina como Siegfried se había aproximado a Odette en El lago de los cisnes. La muchacha abrió la boca para decir algo, pero él le hizo un gesto de silencio con un dedo sobre los labios de la máscara. Lina sonrió. Si la idea era representar a la pareja del ballet, ella no tenía ningún problema en seguir la corriente. ¿Qué debía hacer ahora? Ah, sí, alejarse del desconocido que acababa de llegar a la glorieta, o sea, al lago. Lina escapó dando pasos cortos y delicados, Sebastián la adelantó y tomó su mano, obligándola a detenerse. Fue rápido, pero con unos movimientos increíblemente fluidos, como si hubiera ensayado la escena. Lina quedó deslumbrada por un instante, mucho más que cuando había mirado el ballet en YouTube. No era lo mismo contemplar en persona toda esa gracia.
Sin soltarle la mano, Sebastián giró alrededor de Lina y luego la hizo girar alrededor de él. Después la alejó de la multitud y la música de los altavoces, hacia un rincón apartado y cubierto de hierba fresca. Lina pensó en recordarle a su pareja que ella no bailaba ballet, pero Sebastián la tomó por la cintura con la mano libre y dio unos pasos de vals. Eso era algo que ella sí podía bailar, y lo hizo sin más titubeos, aunque semejante danza no pegara en absoluto con el ambiente macabro de la fiesta.
Perdió la noción del tiempo. Era como si se hallara de repente en un mundo paralelo, el lago del ballet iluminado por las estrellas. La reina de los cisnes atrapada en los brazos del príncipe; ella había tenido miedo al principio, pero pronto el miedo dejaría paso al romance. Una noche mágica y perfecta.
Sebastián se detuvo. Su respiración se oía agitada por debajo de la máscara, y no podía ser por cansancio, dado su entrenamiento. Quizás le pasara lo mismo que a ella, pensó Lina: se había quedado sin aire porque el corazón le latía a toda velocidad en el pecho a causa de la emoción.
La muchacha cerró los ojos y apoyó su frente en el cuello de él. Sebastián le rodeó la cintura con el brazo, acercándola un poco más. Soltó su mano... y unos segundos después, sin darle tiempo a mirarlo tras haberse quitado la máscara, la besó.
Lina sintió como si todo su cuerpo se hubiera vuelto de goma. Los labios cálidos de Sebastián presionaban contra los suyos en una caricia suave y lenta, el brazo en su cintura impedía que se derrumbara, y la mano libre de él se enredó en los bucles y las plumas de su cabellera. La chica se sujetó a algo, probablemente las mangas de la chaqueta de Sebastián, pero no habría podido asegurarlo porque la cabeza le daba vueltas. El beso pareció durar una eternidad. Fue largo, como mínimo, un beso dado con toda la intención de dejar huella. Concienzudo, seductor... y maravillosamente romántico. A Lina se le escapó un gemido de placer.
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Beso robado
Teen FictionLina trabaja en un restaurante. Allí conoce a dos apuestos bailarines de ballet: uno que le gusta... y otro que hará todo lo posible para conquistarla. Ilustración de la portada: Pierre-Joseph Redouté (licencia Creative Commons NC ND; https://www.fl...