Era una tarde hermosa para estar en el parque, con tantos colores otoñales destellando al sol. Casi todas las flores habían desaparecido, pero los rosales todavía aguantaban, y Lina se tomó el tiempo para sentir el aroma de los pimpollos.
Recordó entonces la visita con Dani al invernadero y se le hizo un extraño nudo en la garganta. Diablos, ¿por qué no conseguía sacarse todo eso de la cabeza? No había sido una cita de verdad, no estaba enamorada de Dani, y él no había vuelto al restaurante desde aquella última charla con ella en el teatro. El asunto no podía estar más liquidado. Lina incluso había resistido la tentación de preguntarle a Tatiana si el bailarín aún tenía problemas en los ensayos.
Miró su reloj. Todavía no era hora de regresar y vestirse para el trabajo, pero quizás debiera hacerlo de todas maneras, porque de pronto necesitaba pensar en cualquier otra cosa. O sea, cualquier otra cosa que no fuera Dani.
Como si fuera una especie de broma cósmica, se topó con Daniel al doblar una curva del sendero que conducía a la avenida. Ambos se pararon en seco, incapaces de hablar al principio; no era posible fingir que no se habían visto porque estaban cara a cara, pero también sería descortés pasar uno junto al otro sin saludarse. Lina, por lo tanto, reanudó la marcha y largó un simple "hola" en tono neutro, al que Dani respondió de igual manera.
A medida que se alejaba del bailarín, Lina sintió que los pies le pesaban cada vez más. No eran los pies, claro, sino su conciencia, y aunque hizo todo lo posible para seguir de largo, la muchacha finalmente decidió retroceder. Quizás Dani no deseara ser su amigo, pero al menos ella quería saber cómo estaba. Dio media vuelta, pues... y soltó una pequeña exclamación de sorpresa al ver que Daniel también se aproximaba a ella. Los dos volvieron a quedarse quietos y mudos, pero no tardaron en echarse a reír por lo bajo.
—¿No tienes ensayo hoy? —se atrevió a preguntar Lina.
—Acabamos de terminar. ¿Por qué no estás tú en el restaurante?
—Hoy me toca entrar tarde.
—Ah.
Otra vez hubo silencio. Aquello ya era un tanto ridículo, hasta que Lina suspiró y dijo:
—En serio lamento que las cosas no hayan salido como tú querías. Admito que fui a esa cita contigo para vengarme, pero no estuvo bien. ¿De verdad no podemos ser amigos?
—Tatiana me dijo que fui demasiado drástico. No ha dejado de insistir en que por lo menos vuelva al restaurante.
—¿Lo harás?
—Sí, lo haré. Pero... no creo que me resulte fácil ser tu amigo.
—Entiendo. —El nudo había desaparecido de la garganta de Lina... para trasladarse a su estómago—. ¿Qué tal van los ensayos? ¿Mejor que aquel otro día?
—Raúl ya no tiene ganas de matarme, pero no me ha devuelto la noche del estreno. No lo culpo. ¿Te importa si caminamos? Me siento un poco tonto aquí de pie.
—Claro.
Comenzaron a andar juntos sin mirar por dónde iban.
—Tatiana y tú sí que son buenos amigos, ¿eh? —observó la muchacha.
—Somos casi como hermanos, nos contamos todo. Ella es más sensata que yo, así que se encarga de bajarme a tierra.
—¿Nunca ha habido nada más entre ustedes?
—No, nada. Tenemos química, pero sólo para el baile. Por cierto: fue gracias a mí que ella empezó a tomar clases de ballet.
—¿En serio? ¿Y cómo fue eso?
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Beso robado
Genç KurguLina trabaja en un restaurante. Allí conoce a dos apuestos bailarines de ballet: uno que le gusta... y otro que hará todo lo posible para conquistarla. Ilustración de la portada: Pierre-Joseph Redouté (licencia Creative Commons NC ND; https://www.fl...