Revolver 38 - Joe

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   Sonó el timbre. Giré el pomo para saber quien era aquel que me buscaba después de posar el café, y una sombra se asomó por la puerta. Su cabello revoltoso, sus labios agrietados que no hacían más que temblar... Hizo que mi corazón dejara de later. Era Luke Sylvestry, amigo de infancia y actual asesino de Trevor Dastar, y no lo afirmo tan solo por las pruebas que la policía me mostró dos días atrás, también por el aspecto que me traía él mismo. Su ropa estaba rota y tremendamente sudada, y por si fuera poco, su pantalón se mostraba incrustado de máculas de sangre reseca. Su respiración agitada desgarraba el silencio como cristal que atraviesa la piel, y su mirada... fue la llave a su alma. Fue una mirada tan vacía, tan carente de sentimientos. Dos pequeños lunares que me observaban sedientos, en esa mirada opaca, la cuestión era sedientos de qué.

El hombre se me hecho encima gritando mi nombre:

- ¡¡Joe!! ¡¡¡Joe!!!

Me lo quité de encima y me arrastré unos metros lejos suya.

- ¡No te me acerques!

- ¿Qué estas haciendo? Necesito que me ayudes. Déjame quedarme hasta mañana aquí, y si preguntan por mí tú nunca me has visto.

- ¡¿Cómo puedes pedirme eso?! Después de haber matado a Trevor, mentirme, ¡¿quieres que te cubra de la policía?!

   Sus ojos se volvieron más inexpresivos aun. Gateó hacia mí intentando no derrumbarse por el camino con sus bracecitos. Luke siempre fue un delgaducho trabajador intentando llegar a fin de mes. Es por eso que me hizo difícil creer que sus manos estaban manchadas de aquel pecado, pero la verdad es que tuvo oportunidad y razones.

-  ¡Yo no lo maté, Joe! ¡¡No fui yo!! - me chillaba - ¿Cómo te has enterado de lo de Trevor?

- Me contaron todo cuando me llamaron para interrogarme, han visto la llamada que me hiciste como el resto. Tarde o temprano te encontrarán y te arrestarán. Te crucificarán. Te tienen controlado, es cuestión de horas.

- ¡¿Crees que no sé eso?! Ayúdame. ¡Me lo debes!

- ¡Yo no te debo nada! Mis cuentas contigo ya las pagué en aquella llamada.

   El silencio volvió una vez más. Estaba dolido. Le quise ayudar a quien una vez pude llamar amigo, y casi terminé en cómplice involuntario de un delito. Me mintió y ahora me sigue mintiendo en la cara. Esa persona no era Luke, era un desconocido a mis ojos. Alguien que jamás había visto. 

   Me empezó a contar una historieta sobre lo ocurrido. Gesticulaba muchísimo y repetía que debía creerle, y una vez más su mirada abordó mis cinco sentidos. Sus irises se estremecían a cada palabra que le salía por la boca, de una manera tan salvaje que me pregunté si quedaba algo de humano en ellas. Eran pequeñas esferas en un manto rojo fruto de la desesperación. Ya levantado, aprovechó para derramar el café en uno de sus bruscos movimientos. 

   Quise creerle; de verdad quise creerle con todas mis fuerzas, pero no pude. Ni una sola de esas palabras. Era tan triste verle luchar cuando todo había acabado, que no puedes pretender no ser blancanieves si traes la manzana mordida a mano. Era como ver a un hombre aferrarse a una cuerda para no caer al abismo, pero la verdad es que él, yacía en el fondo.

   Trevor nunca fue el compañero ideal, pero no se merecía algo así. Pero Luke sabía todo eso, quizás fue un momento de cólera el que no le dejó pensar. Pasara lo que pasara él no era capaz de reconocerlo. Las pruebas hablaban por sí solas. A pesar de todo hay mucha diferencia entre matar a alguien y ser un asesino, y aun así, muchas veces es difícil diferenciarlo. Sin embargo con Luke lo tuve muy claro. Él no estaba cuerdo, era la mirada de un loco. La mirada de un asesino. 

   Fue entonces cuando me di cuenta de la gravedad de la situación. Había dejado entrar a un desconocido asesino a mi casa. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo erizando cada pequeño vello en él. Me levanté despacio y le intenté tranquilizar.

- Si te entregas ahora evitarás que la pena vaya a más. Siendo Trevor si no fueses tú podría haber...

- ¡¡Te he dicho que no he sido yo!!

   De un sopetón se abalanzó a la nevera, arrasando con todo lo que se encontraba. Con una distracción como esa pude sacar el precioso regalo de mis 18 que guardaba como un tesoro: El viejo revolver de mamá. Cañón bañado en plata y con grabado hecho a mano. Un modelo exclusivo. Cargué el arma con tres balas y giré el rodillo. Quise medio guardar el arma antes de echar la vista atrás, pero ya era tarde. Su ovalada silueta a dos centímetros de la mía, y su aliento rozando mis mejillas. El revolver en alto, a escasos milímetros de sus tripas. Esto era un duelo de embestida. Yo traía mi pistola y él su mirada.

   Lo que nunca esperé fue el repentino movimiento con en el que primero desvió el arma de él para después hacerse con ella en un veloz giro de muñeca. Ahora los rolles se habían intercambiado, pero estaba en desventaja. Él tenía mi revolver, pero yo no tenía su mirada. Se me fue esa seguridad para dar paso al temor. Mi frente en su mirilla, apuntándome. Un caos en mi se desató, pidiendo a suplicas que no apretara el gatillo. Sinceramente pensé que eran mis últimos segundos. Mi única oportunidad era el telefonillo a un metro que disponía de un botón que llamaba directamente a la policía. Pero él me vio las intenciones y quitó el seguro.

   Fue entonces cuando toda esperanza se derrumbo para mí.

- ¡¡¡Me lo debes!!! ¡Por todo lo que yo he hecho por ti! - me gritó.

   En aquellos segundos comprendí a la perfección su desesperación. Los dos nos jugábamos la vida. Mis manos en alto y la guardia baja. Quién sabe si sería capaz de abrir fuego, ya era culpable de una muerte después de todo. El pulso le temblaba y me miraba con una falsa mirada de pena, pues en el fondo, no tenía más que sed de sangre. 

Y yo no podía estar más asustado.

Treinta y cuatro cartas sin destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora