Revolver 38 - Charles

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Abro la puerta de una patada. Los leds azules alumbran débil y sutilmente las figuras de los viejos y alineados ordenadores, dando un ambiente frío a la habitación. De una de esas antigüedades surge una luz amplia y blanca, y de esa luz el rostro de Alex.

- Ya estás aquí.

Escupo en la papelera. Ese chaval nunca despega sus ojos de la pantalla o qué, ni siquiera cuando alguien entra en la sala como yo lo hago. No levanta el culo del asiento, además de teclear sin parar hasta acelerar mi pulso con el molesto y constante sonido. Respiro y a los segundos respondo.

- Sí.

- Vas a tener que pagarme la cerradura.

- No me toques los huevos.

Lanzo la bolsa con los sueros contra la mesa con fuerza, y se oye un cristal romperse. Uno de los botes se ha roto. Pero la panorámica de la estancia no cambia: nadie se mueve, y el silencio se funde con el tecleado que sigue atormentando. Estoy frente a la puerta de pie, ¿acaso no puede mirarme cuando le hablo? Aprieto mis dientes como señal de rabia, pero ¿cómo lo iba a ver un informático toca pelotas como él, si parece ignorar todo lo que hago?

Camino lentamente por la sala hasta detenerme frente a él. 

- Oye, no sé si ahora vas de decorador o de gilipollas, pero no veo un muerto sin luz.

Guardando su pose, levanta los ojos y me observa con las cejas curvadas.

- Vaya, alguien se ha levantado con el pie izquierdo - y retorna al trabajo.

Paseo hasta el sillón más próximo y me acomodo.

- ¿Ha pasado algo con Trevor?

- Ha traído a Luke Sylvestry hasta mi, al parecer él había conseguido los sueros para Trevor.

- ¿Quién es Luke?

- Nuestro topo.

- ¿Es él el que nos informa desde dentro?

- Es lo que acabo de decir, y deja de teclear me pone nervioso.

- Si vas a hablar de eso cierra la puerta.

- ¿Para qué? -le encaro- Esto está más abandonado que un cementerio.

Suelta una risa tímida y ver una expresión nueva es su cara resulta un descubrimiento digno de observar.

- Es curioso, ¿nos comparas con los tristes familiares que vagan incapaces de dejar gente atrás?

Suspiro.

- Más bien somos los que cargamos los muertos.

Saco un cigarro y lo prendo. El paleto sigue trabajando, haciendo caso omiso a mi petición. Sus ojos están parcialmente abiertos ofreciendo una expresión de completa indiferencia ante todo, y aun que muchas veces su actitud me sacara de quicio, sobretodo su monotonía al hablar, debía de admitir que hacía bien su trabajo. Mientras, me relajo mirando el cigarrillo convertirse en ceniza, una costumbre que adapté de mi viejo. También porque nuestras conversaciones eran así, no hacíamos contacto visual. Nos ignorábamos el uno al otro. Nos evitábamos. Uno con ordenadores, otro con cigarros.

- No puedes fumar aquí.

- ¡Ah! ¿Ahora vas de legal?

El ruido cesa al instante. Me volteo y lo encuentro con las manos sobre la mesa, con la mirada aún clavada en la pantalla. Ya no teclea pero guarda silencio como un delincuente, y yo le observo, imitando su expresión. Los dos yacíamos inmutados y en silencio, y aun que no había cambiado en absoluto su postura, notaba que algo le atormentaba. 

- ¿Los has matado?

- No... es decir, a Trevor claramente que sí. Ya había pensado en hacerlo pero cuando se trajo a Luke lo tuve claro. Pero al final hasta me ha venido hasta bien que estuviese, ahora he conseguido que cualquier sospecha sobre mi culpabilidad por la muerte de Trevor no exista. Todos piensan que ha sido Luke, y Luke es un chico espabilado y no hablará a la policía porque si les cuenta la verdad le tomaran por loco y lo arrestaran. Con un poco de suerte, quizás haya ido a casa de su amigo Joe Spears, el cual forma parte del comité general de la empresa, y sabemos bien que él no creerá a Luke, por lo que empezaran a pelearse hasta que uno muera. Cualquiera de los dos finales nos convienen. -respondo con tranquilidad.

Vuelvo al cigarro, reanudando el juego del ego. Pero él parece no reaccionar, como si por alguna razón aquella duda fuera algo trascendente, o razón de insomnio.

Alex el estúpido ya no parece Alex el estúpido. Sus ojos, son el mismo retrato de furia, y probablemente otros muchos sentimientos que se encuentran. Para ser una estatua que come y duerme, descubrí que su humanidad se halla encerrada en aquellos ojos verdes. Alex es un chico pasivo y frío. Sin embargo en aquella mirada de determinación, sin hacer nada, sin decir nada, puedo ver vida.

Más silencio.

- ¿Sabes? Tienes la mala costumbre de no responder cuando te hablan.

- Y tú la mala costumbre de usar constantemente palabrotas.

Y vuelve al ordenador.

- ¿Se puede saber qué haces ahora?

- Buscar información.

- ¿y hay suerte?

- No.

- Pues busca mejor.

- He desencriptado todo lo que he podido y revisado las cuentas bancarias las cuales no indican ninguna transferencia fuera de lo común.

- Es imposible que no hayan dejado un rastro. Tiene que haber una pista, o algo así.

- No.

- ¿Crees que se pasan el dinero en efectivo?

- Imposible.

Me reincorporo un poco, queriendo pensar con claridad. Es imposible, es un callejón sin salida. El cerebrito no encuentra pruebas, y eso significa que esto ya no son niñatadas. Aquí se cuece algo gordo y definitivamente he decidido que lo voy a desmantelar. Tendríamos que acceder a cámaras de bancos o algo por el estilo para encontrar grabaciones del delito, cosa que tampoco sería fácil, y aun así podríamos no encontrar nada. El abanico de posibilidades es demasiado amplio.

- ¿y qué hacemos ahora cerebrito?

- Plan B.

De la nada un folio surge de la impresora. Alex lo agarra y lo extiende sobre la mesa. Era un plano. Un plano de las instalaciones y conductos. Lo miro y admiro cada traza de tinta, hasta surgir una sonrisa picarona en mí.

- Es hora de hacer las cosas a mi manera.

Treinta y cuatro cartas sin destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora