Toqué el timbre. La espera se hizo eterna, mas la puerta no tardo en abrirse ni la luz del piso en cegarme. Se descubrió un lujoso ático de techo alto y cristaleras que dejaban ver el corazón de Manhattan. Sin duda parecía hecho para él. Era Joe Spears y su inconfundible gusto por la clase. Su rostro me transportó a esos recuerdos de infancia que compartía con él. La cicatriz en su frente me recordó a el día en el que se cayó de la bicicleta golpeando su cabeza.
Añoraba esa inocencia, cuando la vida era tan simple y feliz. Ahora era un fugitivo. Huía de la policía, del destino, de mi vida. Sentía que me acorralaban, que no tenía a dónde ir. Ellos eran cientos y yo, me encontraba solo. Verle fue el renacer de mis esperanzas. Portaba en su cuello una elegante corbata azul, digno de un empresario como él, y sin duda, a juzgar por su mirada me reconoció. Salté a sus brazos terminando los dos en el suelo.
- ¡¡Joe!! ¡¡¡Joe!!! - le grité por la emoción.
Me arrojó como basura. No me quería tocar. Apenas podía mirarme, y cuando lo hacía me dí cuenta de que sus ojos escondían miedo. No, no era miedo, era temor. Su rostro palideció.
- ¡No te me acerques!
- ¿Qué estas haciendo? Necesito que me ayudes. Déjame quedarme hasta mañana aquí, y si preguntan por mí, tú nunca me has visto. - le imploré.
- ¡¿Cómo puedes pedirme eso?! Después de haber matado a Trevor, mentirme, ¿¡quieres que te cubra de la policía?!
Ahí lo entendí todo. Joe sabía lo de Trevor, pero ¿¡cómo demonios lo descubrió?! Necesitaba respuestas. Masajeé el puente de mi nariz y suspiré. Genial. Aquella persona que podía ayudarme me acusaba también y yo no tenía fuerza alguna para discutirlo. El cansancio martilleaba mi cabeza y gotas de sudor recorrían mi cara. Gateé hacía él y mirándole a los ojos escupí mis mas sinceras palabras:
- ¡Yo no lo maté, Joe! ¡¡¡No fui yo!!! -. No me respondió. - ¿Cómo te has enterado de lo de Trevor?
- Me contaron todo cuando me llamaron para interrogarme, han visto la llamada que me hiciste como el resto. Tarde o temprano te encontrarán y te arrestarán. Te crucificarán. Te tienen controlado, es cuestión de tiempo.
- ¡¿Crees que no sé eso?! Ayúdame. ¡Me lo debes!
- ¡Yo no te debo nada! Mis cuentas contigo ya las pagué en aquella llamada.
El silencio volvió una vez más. Mi corazón se encogió. No me quedaba nada. Nadie. Joe no quería ayudarme. El temor de sus ojos se transformó en rabia, y pude deducir que estaba dolido. Sentía que me pisoteaban el pecho y respirar se me hacía difícil. Miré la hora apresurado. Las 20:46 y adelantando. Las agujas se movían, y me di cuenta de que eran ellas las que apuñalaban mi corazón. Puntiagudas, amenazantes. Como navaja en el cuello. Joe respiraba rápido y yo también. Entonces una única pregunta resonó una y otra vez en mi cabeza: Qué hago... Qué hago...
Después de todo por lo que había pasado no podía perder. No ahora. Él me debía una, una gorda. Siempre estuve seguro de que me la devolvería. Porque así es Joe, un hombre de palabra. Pero el muy sin vergüenza creía que con el pedido bastaba, como si eso no fuera una octava parte de lo que yo le ayudé.
Le empecé a explicar todo lo ocurrido. Trevor me chantajeaba, aparte de ser siempre desagradable conmigo, cosa que todos en la compañía sabían. Me pidió los botes de suero amenazándome con que si no lo hacía le informaría al jefe de la transferencia de información que solía hacer a la competencia. Por eso llamé a Joe, para que me conseguiría el pedido a través de sus contactos. Fue así como me presenté en su casa, con los botes que me había pedido. Cuando los vio, se abalanzó a ellos como un adicto, y acto seguido los entregó a un encapuchado que nos acompañaba.
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Treinta y cuatro cartas sin destino
De TodoEste pequeño libro no es mas que un delicado enlace de palabras. Quiero que comprendas a cada persona en el interior de estas páginas, que te bañes en sus sentimientos. Ellos abrirán sus corazones. Así que pido, por favor, que tú hagas lo mismo.