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[18 horas antes]

Me levanté como todas las mañanas, o eso creía yo hasta que vi mi reloj despertador, 7:45. Maldiciendo mi retraso, saqué ambas piernas de la cama, estremeciendome cuando mis pies tocaron el frío piso. Me arreglé apresuradamente desistiendo de una ducha y un rico desayuno. 

Eran mediados de enero, la ciudad era más fría incluso para estas fechas, así que, agradeciendo llevar un par de guantes de repuesto en mi cartera, me los coloqué para empezar la lucha de mi día a día. Mi lugar de trabajo quedaba a sólo quince minutos de mi apartamento, los cuales no tenía y por obviedad del asunto, sabía que llegaría tarde.

Trabajaba para una empresa de bienes raíces más importantes del estado. Mi deber era encontrar casas en malas condiciones y comprarlas a bajo precio para luego remodelarlas y venderlas al doble o con suerte al triple de lo que anteriormente valían.

Había trabajado durante toda la semana en una quinta perfecta a las afueras de la ciudad. Aquellas casas valían incluso más de lo que costaban, debido a la perfecta ubicación lejos de todo el ruido y contaminación de la ciudad y la gran cantidad de hectáreas que separaban las casas unas de otras.

Aquella mansión, por así decirlo, pertenecía a una Italiana que lamentablemente había perdido su batalla contra el cáncer meses atrás y esta había quedado en manos de su hijo, con el cuál debía encontrarme en menos de cinco minutos.

Me emocionaba la idea de comprar esta casa, la cual tenía las expectativas perfectas de ser la casa de mis sueños. Aunque sabía que no podría comprarla, ser parte de este proyecto era casi igual de emotivo. Miré mi reloj mientras caminaba con prisa, atravesando el mar de gentes que caminaban hacia ambos lados de las aceras, algunas deteniéndose a mirar las vitrinas y otras como yo andando a todo lo que sus pies daban. Llegué cinco minutos tarde, por suerte nadie lo había notado, todos estaban muy ocupados concentrados en su trabajo, me dirigí a mi oficina esperando encontrar un café de vainilla sobre mi escritorio, pero, lamentablemente mi secretaria no era tan eficiente como deseaba.

– Señorita, el señor Ruggero Pasquarelli acaba de llegar, ¿quiere que lo deje entrar? – marqué el número cinco en señal de afirmación y segundos después la puerta de mi despacho fue abierta dejando pasar a un sujeto de no más de 25 años.

No pude evitar hacerle un examen visual por todo su atlético cuerpo, vestía de manera casual y su castaño cabello estaba despeinado en un look de "recién follado", su mirada marrón hizo lo mismo con la mitad de mi cuerpo, ya que la otra parte estaba cubierta por el escritorio.

– Pase, está en su casa. – dije al ver que él no daba señal de querer hacerlo. – Puede tomar asiento mientras busco el papeleo para que lo firme.

Comencé a buscar entre mis gavetas las hojas que el día anterior mi jefe me había enviado por correo para que el señor Pasquarelli aceptara la venta del hogar de su madre.

– No es necesario. – sus palabras interrumpieron mi búsqueda. – Sólo vengo a informarle que he cambiado de opinión, la casa de mi madre ya no está en venta, tenga muy buenos días.

No me dio tiempo de reaccionar cuando ya aquel hombre iba saliendo del edificio, inmediatamente tomé mi bolso y me dispuse a seguirlo a toda prisa. Cuando logré alcanzarlo, él estaba a punto de entrar al ascensor, ya mi respiración estaba acelerada al igual que mi pulso, el señor Pasquarelli me miró sorprendido.

– Por favor, entre, no puede simplemente cambiar de opinión. – le pedí conservando mis buenos modales.

– Ya le dije que lo he hecho.

– Señor Pasquarelli. – él me interrumpió con un "Ruggero" – Ruggero, por favor, entre y hablemos, seguramente puede explicarme para yo entender la situación.

– No hay ninguna situación, señorita. – suspiró relajadamente. – Pero, si tanto insiste, acompáñeme al café de abajo y hablemos.

Fea || RuggarolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora