-- ¡No puedo creer que hayas hecho semejante estupidez! -- gritaba mi jefe mientras caminaba de un lado a otro en mi despacho. -- ¡Joder! -- golpeó mi escritorio con el puño provocando que yo diera un pequeño salto hacia atrás en reacción.
-- Lo-lo siento, señor Andrew, en serio lo lamento, pero, el señor Pasquarelli se me insinuó y lo primero que me vino a la mente fue... -- él me interrumpió.
-- ¡¿Lanzarle un café al rostro?! A nuestro más importante cliente. ¿Qué edad tienes? ¡¿5 años?! -- negué, aunque estaba a punto de lanzarme al suelo y llorar como si así fuera.
-- No volverá a suceder, lo prometo. -- él negó mientras sonreía sarcásticamente.
-- Por supuesto que no, señorita Sevilla, no volverá a suceder porque desde este momento queda despedida. -- mi boca se separó momentáneamente por el asombro formando una perfecta o. -- Por favor, sea tan amable de tomar sus cosas, desde hoy no trabaja para nuestra empresa.
***
-- Dale Karol, tu jefe era un viejo verde, mañana agradeceras haberte librado de ese espanto. -- Valentina consolaba mis lamentos desde el otro lado de la línea. -- Vamos, ponte guapa y pásame a buscar, una nueva banda va a tocar hoy en club 24 y debemos ir, sí o sí, el vocalista está buenísimo y estoy segura de que él caerá ante mis encantos, esta misma noche. -- dijo sin dudarlo ni un segundo.
-- Lo siento Valen, no estoy de humor, en serio solo quiero quedarme en mi apartamento y dormir por un año o dos. -- escuché un quejido de Valentina.
-- Dale, que no tengo auto y quiero ir, por favor... -- alargó. -- Por mi cumpleaños que ya se acerca.
-- Valen, tu cumpleaños es en dos meses.
-- ¿Y? Dale Karol, te espero, ponte guapa, pero no más que yo. -- y con eso colgó, haciendo de las suyas como siempre lograba desde que estábamos en la secundaria.
***
-- Déjame en paz imbécil. -- grité por sobre la música.
Ruggero aún me sostenía entre sus brazos y yo evitaba tener contacto directo con sus ojos, sabía que si lo hacía me perdería en ellos y no podía dejar que la bronca se fuera así de fácil.
Aquél imbécil me conocería.
-- Mira, que me debes la del café. -- él sonrió con suficiencia, como si aquello hubiese sido una gran hazaña. -- Sabes, no eres tan fea, pero eso no te quita lo gruñona.
-- Te lo advierto, si no me sueltas... -- sus brazos me aprisionaron hacia él, llevándose consigo el aire que me permitía hablar o respirar.
-- ¿Si no te suelto, qué? -- preguntó con su aliento puesto en mi oído. -- ¿Aún quieres comprar mi casa, no? Dale, baila conmigo y te la vendo.
Me tomó de las caderas fuertemente juntándolas con las suyas. Arrancando un gemido de mi parte, pero eso no me evitó unir mis fuerzas para encararlo y dejar pasar la sonrisa victoriosa en su rostro, la cuál se borró en cuanto escuchó lo que estaba a punto de decir.
-- Te puedes meter tu casa y tu baile por donde más te guste, por tu culpa me he quedado sin trabajo, idiota.