Ordenamos sin dirigirnos la palabra en ningún momento, el pidió un pan y un té con crema al estilo inglés. Yo había pedido un café junto a una rebanada de tarta de manzana. Necesitaba bastante azúcar para poder digerirla junto a aquella situación.
– Entonces... – rompí el hielo justo cuando la camarera colocaba nuestros respectivos pedidos en la mesa.
– ¿Qué lo ha hecho cambiar de opinión?
– Quiero mudarme a América, eso es todo. – asentí.
– ¿Y no cree que sería mejor vender la casa de su madre y mudarse a un lugar más pequeño y cerca? – él negó.
– No creo que eso hubiera querido mi madre.
– Ella querría que usted estuviera cómodo. – Ruggero tomó un sorbo de su té para luego lamer la crema que había desbordado por su labio inferior, mi mirada se posó allí y mi estómago se apretó, no por hambre.
– Tutéame por favor. – asentí, mirando de nuevo sus ojos. – No conocía a mi madre, ella querría que yo criara a mis hijos allí, dijo que sería perfecto para mí. – asentí dándole a entender que me interesaba su historia. – Al principio me negué a dejar Italia, pero en cuanto llegué aquí y respiré el aire puro del campo mientras miraba la puesta del sol supe que ella tenía razón.
– ¿En qué? – pregunté antes de darme cuenta de lo que hacía. Ruggero me miró profundamente.
– En que aquí está mi futuro, incluso ahora estoy más convencido de que aquí está la mujer de mi vida y cuando la encuentre no quisiera vivir con ella en un departamento de quinta cuando podría darle una casa enorme en donde criar a nuestros hijos. – aquello lo había dicho con aire soñador.
Pensé en lo afortunada que sería la mujer que se casara con alguien como Ruggero, él era todo lo que una mujer deseaba; apuesto, amable, seductor.
Una carcajada me detuvo de darle la razón a Ruggero, el mismo estaba rojo como un tomate mientras dejaba salir carcajada tras carcajada, parecía un niño con la cara echada hacia atrás y el ojo cerrado mientras tomaba su boca evitando que el ruido saliera.
– ¿Qué es tan gracioso? – pregunté mientras era contagiada por su risa.
– Usted lo es. – fruncí el ceño. – ¿De verdad creyó aquella cursilería de la mujer de mis sueños y la puesta del sol en el horizonte? – aún seguía sin entender, pero, algo en mí comenzaba a hervir de enojo.
– Explíquese por favor.
– La razón por la cuál "cambié de opinión", – dijo haciéndo énfasis. – no fue por toda esa mierda del amor. – lo miré sorprendida y él soltó una carcajada más. – En realidad venía con toda la intención de deshacerme de esa horrenda casa, tiene algunas goteras por si no lo sabías. – agregó. – Pero cuando entré a tu despacho y te vi, me dije a mí mismo que no sería justo que yo no tuviera nada a cambio. – sonrió seductoramente haciendo que mis piernas por inercia se apretaran una a la otra. – Así que, señorita Karol, ¿qué está dispuesta a darme usted a cambio de que yo firme esos papeles?